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Date :  2010-10-04
langue :  Espagnol
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Lengua mundial

Lenguas III

Source :  Philippe Adjutor


Actualmente se considera establecida la supremacía de la lengua inglesa en el mundo globalizado. Pero afirmar que el inglés se impuso como LA lengua mundial resulta, no obstante, excesivo. Paralelamente, conviene preguntarse acerca de los retos políticos y filosóficos que supondría una «mundialización lingüística».

Las grandes hegemonías del pasado a menudo se consolidaron mediante la difusión de una lengua simplificada en las poblaciones recién conquistadas: el latín tardío en el Imperio Romano, el árabe común del Indo al Guadalquivir (el río Oued el Kebir), el mandarín en Asia oriental, el «español» en Sudamérica o el petit nègre en las colonias francesas. A su vez, estas «sublenguas» han creado las lenguas o dialectos de nuevas identidades culturales.

El «inglés internacional», vector lingüístico de los aspectos más visibles de «la globalización» entendida como colonización económica del planeta por el imperio americano, se presenta como una lengua técnicamente muy accesible que ofrece una tolerancia de pronunciación, sintaxis y léxico prácticamente ilimitada, así como una grafía cada vez más sencilla en la que abundan las abreviaciones y pictogramas. Es una especie de «tarjeta VISA» comunicacional; el inglés se ha liberado con mucha rapidez de sus orígenes latinos y sajones, y ha pasado a convertirse en una especie de súper criollo. Esta lengua ha producido una enorme cantidad de eslóganes publicitarios y de hits planetarios, pero ninguna gran obra, de ficción o filosófica… Por su parte, las publicaciones científicas se redactan en un «inglés» tan estandarizado que se asemeja más al lenguaje técnico de formalización que a una lengua que sea de dominio y sirva de modelo y herramienta para la interacción entre las conciencias humanas. En lo referente a las divisiones seculares entre pueblos, las cuales han tenido lugar tras la dislocación de los grandes imperios y han permitido a las «lenguas-hijas» evolucionar por separado y madurar, hay pocas posibilidades de que se vuelvan a producir. Así pues, la lengua del dólar, eterna y estéril, podría proseguir su carrera universal, sancionando la unificación de nuestros deseos materiales y de nuestras emociones influenciadas mediáticamente.

Sin embargo, la historia advierte contra una conclusión tan precipitada. De hecho, paralelamente a las lenguas vehiculares que han «unificado» las masas, las grandes hegemonías han estado marcadas por la difusión, en las élites de los pueblos conquistados, de otras lenguas de difícil acceso: verdaderas lenguas de iniciados que se identifican a través de ellas. Este es el caso del griego ático en el Imperio Romano, del chino de los ideogramas (retomado por los japoneses), del árabe «literario» o también del latín clásico de San Agustín a Descartes. Estas lenguas cultas, cuya literalidad se vio magnificada por una tradición poética y de caligrafía, se vieron paralizadas en su léxico y sus normas, enseñadas en las escuelas más prestigiosas y reservadas a las clases sociales dominantes, las cuales a través de estas lenguas constituían una comunidad intelectual y de intereses incluso más sólida que los poderes políticos o administrativos. Estas lenguas permitieron edificar de manera ordenada las arquitecturas mentales que son las grandes religiones y los sistemas científicos, filosóficos y políticos. Algunos soberanos prudentes, como Carlomagno o el primer emperador Qin, reivindicaron la iniciativa de esta difusión de lenguas cultas. François I, en Francia, preparó un misil lingüístico de largo alcance político compuesto, en primer lugar, por la Ordenanza de Villiers-Cotterêts, que daba valor jurídico a la lengua francesa, y en segundo lugar, por la Pléyade, empresa acelerada de codificación e ilustración de esta misma lengua. Esto desembocó, dos siglos más tarde, en la Europa de las élites y de las Cortes francófonas…, quizá en la Declaración de 1789.

La política internacional ha pasado a ser «pragmática», sin ideas ni valores, abierta a la competencia del más rápido, del más violento o del más mediático. Ninguna conferencia internacional consigue el acuerdo en los debates sobre nociones tan cruciales como los Derechos Humanos o la responsabilidad que tiene el hombre con el planeta. Más allá de los motivos económicos o estratégicos, no resulta descabellado pensar que el hecho de que no exista una lengua común para idear nuestro destino común representa un gran obstáculo para la vuelta de un enfoque humanista en la política mundial.

De hecho, vale la pena recordar que los conjuntos que se afrontan hoy en día son el resultado de tradiciones culturales que han hecho méritos por separado durante siglos, guiados por sistemas políticos, administrativos y, sobre todo, ideológicos y lingüísticos fecundos: el chino, el hindi (y el sánscrito), el árabe, el wolof, el ruso, el inglés, el español, el francés, el persa han aportado, bajo su forma literaria o a través de sus lenguas maternas, y siguen aportando visiones activas del mundo y recuerdos de orgullosos Imperios. Cada una de estas lenguas alberga la contribución de siglos de hominización que deberían estar en la agenda de nuestros debates. De lo contrario, estas seguirán siendo unas herramientas esclavas de la propaganda de medios partidistas, cada vez más agresivos en la guerra de las ideas.

Frente a estas constataciones, propongo dos vías de acción.

La primera: supongamos que en vista de cada conferencia internacional, pedimos a los lingüistas que analicen aquello que las grandes lenguas del mundo tienen que aportar a los debates actuales: nociones, conceptos, fórmulas sintácticas que proporcionan enfoques útiles a los debates. Al igual que cuando, al producir música, se tocan diferentes notas a la vez y, por el efecto de resonancia, se generan notas que no se han tocado, pero que se escuchan y reciben el nombre de armónicos; la consideración de estas categorías de lenguas forjarían herramientas conceptuales interculturales que contribuirían a reflexionar de otro modo, fuera de toda hegemonía política o económica, sobre nuevas preguntas y respuestas. Esto obligaría a elaborar las nuevas palabras y frases que darían forma a estas novedades mentales, primera producción común de las lenguas del mundo. Estas palabras y frases explícitas y relevadas ante la opinión pública, lo cual no será muy difícil (1). Al menos se obtendrían dos beneficios: las «civilizaciones» tendrían la misma presencia en el diálogo y el diálogo público sería comprensible para todos sin necesidad de una traducción-confiscación por parte de las autoridades. Unas decenas de palabras nuevas, legibles y pronunciables para todos, de las cuales todos conocerían globalmente sus implicaciones y que no serían reformuladas con «equivalentes» en una lengua existente, así como unas relaciones temporales, espaciales y lógicas explicitadas del mismo modo, ya que ese conjunto se enseñaría en todas las escuelas, junto con las lenguas «verdaderas». Por comodidad, incluso se podrían emplear significantes adaptados del inglés internacional, familiar para los ojos y los oídos de todos. Eso no constituiría una lengua, sino un pequeño bagaje común para el incierto camino de los siglos venideros.

Segunda vía de acción: propongamos también que la versión original de los futuros textos de referencia de la ONU se realice alternativamente en una de las doce o quince grandes lenguas conocidas de la historia de la humanidad, posiblemente en la versión de sus textos fundacionales. Deberíamos tener cuidado de concordar juiciosamente el tema del texto con la lengua a priori menos adaptada para un trato consensual del problema, por ejemplo: los Derechos Humanos en chino, los de la Mujer en árabe, el reparto de los recursos naturales en francés, la protección de los desfavorecidos en sánscrito, etc. Sin duda, nos sorprenderíamos de descubrir los recursos escondidos de estas lenguas en los campos que menos nos esperamos.

En la riqueza de nuestras diversas lenguas reside, sin duda, una de las claves para vivir en armonía.



Notas:

(1) Los adaptadores de las series de TV brasileñas o de las películas indias hacen este tipo de cosas en cadena.


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