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Date :  2018-04-11
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Negros actúan masivamente en política popular de Brasil, pero siguen subrepresentados en esferas gubernamentales, dice investigadora

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Flávia Rios en el seminario “50 años de feminismo”, realizado en la Universidad de São Paulo (USP) en 2016. Imagen: FFLCH/USP.


En 2018, la abolición formal de la esclavitud en Brasil habrá cumplido 130 años, pero tres siglos de explotación dejaron una herencia palpable en nuestros días.

Basta recordar que entre el 10 % de brasileños más pobres, 74 % son negros, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Según información del más reciente Atlas de la Violencia en Brasil, los negros tienen 23,5 % más de probabilidades de ser asesinados que los brasileños de otras etnias, una vez descontados la edad, la escolaridad, el sexo, el estado civil y el barrio de residencia.

En marzo, además del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, se conmemoró el Día Internacional de la Lucha contra la Discriminación Racial, el 21. Ambas fechas invitan a la reflexión sobre los avances y los desafíos en las movilizaciones por la igualdad de género y por el fin de las prácticas racistas que todavía existen en la sociedad brasileña.

En los últimos años, las discusiones sobre el privilegio y la representatividad conquistaron más espacios y voces, pero todavía hay resistencia de las clases favorecidas de involucrarse en movimientos sociales o incluso en la propuesta de políticas públicas.

El 14 de marzo, el brutal asesinato de la concejala Marielle Franco demostró los riesgos a los que se exponen quienes desafían y denuncian públicamente los abusos cometidos por quienes controlan las estructuras de poder en el país.

Global Voices conversó con Flávia Rios, subcoordinadora del curso de Sociología de la Universidad Federal Fluminense, con amplia experiencia en el área de Sociología Política y de la Cultura. Las respuestas han sido ligeramente abreviadas.

Global Voices: Brasil está entre los diez países más desiguales del mundo. Las mujeres y los negros son los más afectados por esa estructura. ¿Qué avances recientes podemos en realidad celebrar este mes de marzo?

A pesar de los retrocesos de los últimos años, tuvimos algunos avances, como la resolución favorable del Supremo Tribunal Federal que garantiza el derecho al uso del nombre social para personas transgénero, la aplicación de la ley de feminicidio y la expansión de las políticas de acción afirmativa en la educación superior, especialmente en los cursos de posgrado y en los concursos para cargos públicos federales.

También es importante celebrar la reducción del número de mujeres jóvenes y negras en servicios domésticos, categoría profesional mayoritariamente femenina y negra, mal remunerada, donde hay mucha informalidad, acosos y abusos físicos y sicológicos, lo que demuestra sus fuertes lazos estructurales con la herencia esclavista.

En contraste, se percibe una mayor participación de mujeres negras que concluyen ciclos educativos, como la educación media y la educación superior, en comparación con las décadas anteriores, cuando no había políticas de acción afirmativa.

Las políticas públicas y una mayor politización de las relaciones raciales han desafiado estereotipos fijos, arcaicos y empolvados en los marcos fijados por las clases medias y las élites conservadores del país, a través de medios de comunicación alternativa, la difusión de investigaciones académicas, el compromiso de nuevas generaciones de militantes, nuevas visiones y formas de ser negro y ser mujer negra (difundidas por la apropiación de tecnologías audiovisuales).

En política, tenemos una paradoja: hombres y mujeres negros actúan en la política popular, en las calles, en las asociaciones de barrio y de favela, en las organizaciones de la sociedad civil, pero están sumamente subrepresentados en las esferas ejecutivas, legislativas y judiciales. Aun con las cuotas en los partidos políticos, las brasileñas no han superado las rígidas desigualdades de acceso a las curules legislativas. Las mujeres no blancas (como las negras, las indígenas y las asiáticas) ni siquiera logran ser representadas estadísticamente. Hay mucho por avanzar en las luchas antirracistas y feministas en lo que se refiere a la distribución del poder en Brasil. El poder sigue siendo patriarcal, mayoritariamente dominado por los hombres blancos.

GV: ¿Cree que el país todavía vive y reproduce el mito de la democracia racial?

Recientemente, la filósofa y activista Sueli Carneiro dijo que las nuevas generaciones ya no estarían más protegidas por la etiqueta de las relaciones raciales, tal como se veía cuando la democracia racial era discurso hegemónico y predicaba la inexistencia de un conflicto racial abierto en Brasil.

Creo que ella tiene toda la razón. La sociedad brasileña cambió mucho. Los discursos de odio de la extrema derecha fabricaron un neoconservadurismo que es diferente del conservadurismo antiguo, cuyas prácticas volvieron la nación conocida por el término “racismo a la brasileña”, usado para ocultar el gran abismo social y económico entre blancos y negros en el país.

Aun así, hoy, vemos segmentos que abiertamente defienden el odio racial, sobre todo en ambientes que antes eran exclusivamente de la élite blanca, como las universidades públicas y privadas. Ese nuevo discurso ha sido ahora ampliado por la crisis política y por las reacciones contra las acciones afirmativas y las políticas de igualdad racial.

Pero la verdad es que los negros y las mujeres ya no están más en posición de invisibilidad que antes imaginaban las clases dirigentes y quienes detentaban el monopolio de la representación del consumo masivo en Brasil.

GV: ¿Y el racismo institucional cómo se refleja en Brasil hoy?

El racismo institucional opera, la mayoría de las veces, de forma codificada, cuando hay comportamientos y prácticas orientados por valores excluyentes, pero que a veces se presentan de forma velada, con expresiones del estilo “ese trabajo no es para ti”, “necesitamos otro perfil”. Son prácticas discriminatorias que se confunden con el propio sistema, presentes en la cultura empresarial o en las burocracias públicas, que impiden el acceso o el progreso en las carreras de hombres y mujeres negros.

También hay racismo institucional cuando el Gobierno no prioriza la salud, el ocio y la educación en territorios con población mayoritariamente negra o indígena; o cuando una política pública de seguridad se basa claramente en estereotipos raciales, como en los operativos policiales.

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La investigadora Flávia Rios. Archivo particular.

GV: ¿La sociedad brasileña es más consciente en cuanto a los privilegios de ciertos grupos?

La discusión sobre el privilegio ganó fuerza especialmente en el contexto de la lucha por las cuotas [raciales, en las universidades públicas]. Fue en el acalorado debate por las acciones afirmativas que ese tema del privilegio emergió públicamente, porque fue el concepto más fuerte utilizado por los activistas a favor de la igualdad racial contra la retórica de la meritocracia, que en Brasil tomó un carácter conservador. Conservador porque no proponía ninguna alternativa eficiente para la superación de las desigualdades raciales, sino que se aferraba a la idea de que el mérito era medida universal para el acesso a la universidad. En realidad, se trataba de un discurso retórico para proteger a los hijos de las clases medias y de las élites en los espacios universitarios públicos (de alta calidad en Brasil), que se apropiaron de ese mismo discurso y lo reprodujeron.

Los negros no estaban y no están contra el mérito; estaban y están contra el discurso meritocrático ciego a las ventajas estructurales de los blancos en una sociedad de formación colonial y esclavista, cuyo punto de partida ya generaba una larga desventaja para las personas no blancas, especialmente indígenas y negros.

GV: Al relacionar las luchas de los movimientos raciales y por la igualdad de género, el término “interseccionalidad” ha estado muy en boga. ¿Puede hablarnos al respecto?

La interseccionalidad puede entenderse por tres registros: 1) como concepto de las ciencias sociales y jurídicas; 2) como herramienta de intervención política; y 3) como identidad colectiva.

Desde el punto de vista teórico y conceptual, originalmente acuñado por la profesora Kimberlé Crenshaw, el abordaje interseccional nace del feminismo negro estadounidense, que se rehúsa a analizar la desigualdad en singular. Las múltiples formas de opresión sociales y producción de desigualdad son tenidas en cuenta en un abordaje multidimensional, como raza, género, clase, religión, sexualidad, nacionalidad, generación.

Antes de que me olvide, es necesario deshacer el engaño de que la interseccionalidad da cuenta de la sumatoria de las desventajas sociales, culturales o económicas. O sea, no se trata de medir el sufrimiento social, sea cual sea su naturaleza, sin pretender jerarquizarlas.

Ya la interseccionalidad como herramienta de intervención política abarca las variables que, en conjunto, podrían revelar los puntos en que las desventajas se vuelven más cruciales para un determinado grupo social. A partir de esa identificación, se toman decisiones relacionadas con las concepciones de políticas públicas, entendidas como instrumentos de intervención social con miras a promover la equidad.

En lo que se refiere a la construcción de la identidad colectiva, la interseccionalidad se presenta como un rechazo al feminismo de tipo blanco y liberal, que ignora la situación de la mujer negra, y también es una forma de criticar la insuficiencia del componente de género y de la sexualidad en el feminismo negro más tradicional.

Es obvio que en el feminismo latinoamericano y en el feminismo negro de América hay una perspectiva interseccional en el origen de su pensamiento, pero es un hecho que no siempre fue así. La visibilidad y las urgencias de las personas LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans) son temas e identidades que se imponen abiertamente en el feminismo interseccional.

GV: Usted es una mujer negra, intelectual, con investigaciones sólidas en temáticas raciales. ¿Cómo entiende la academia su papel en el combate a las prácticas racistas?

Por lo general, la academia siempre fue privilegio de los blancos. ¡A lo largo del siglo XX, tuvimos investigadores y profesores negros en las grandes universidades brasileñas solo en excepcionalmente! La regla dominante era el monopolio de la blanquitud y del pensamiento eurocéntrico.

En contraste, la gran mayoría de los investigadores e intelectuales negros produjo conocimiento fuera de las instituciones universitarias, sea porque se les desanimó en la educación media, porque ingresaban tardíamente en los cursos de pregrado o porque no lograban seguir la carrera universitaria por falta de recursos, de redes de apoyo y de relaciones dentro y fuera del mundo científico, o porque sus temas y objetos de estudio se consideraban menores o entendidos como elecciones militantes. La academia veía a los negros como objetos de investigación, nunca como investigadores y productores de saber legítimo en esa esfera de producción de conocimiento.

Solamente en el cambio hacia el siglo XXI fue que pasamos a tener una mayor presencia de estudiantes negros, en pregrado, en posgrado y en la carrera docente, gracias a la eficacia de las acciones afirmativas en el ingreso y en los concursos públicos, y a la demanda estudiantil de más contenidos e investigaciones que tratan de la temática racial y de género. Ese cambio, aunque todavía lento, ya se hace visible en la producción científica y en la reducción de las desigualdades.

Traducido por Julián Ortega Martínez


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