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Date :  2002-08-22
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La salud del planeta luego de la Cumbre

Johannesburgo


La Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sustentable (CMDS) fue presentada desde un principio, incluso meses antes de su inicio, como "la (nueva) crónica de un fracaso anunciado". Aun sin la distancia requerida para juzgar los resultados efectivos de la Cumbre, intentemos discernir si dicha predicción es válida y por qué.

Con más de cien jefes de Estado y de Gobierno, 189 países representados, a lo menos 60.000 participantes y una importante presencia de empresas, la CMDS, llevada a cabo del 26 de agosto al 4 de setiembre en Johannesburgo, se ha convertido en la conferencia más grande organizada bajo los auspicios de Naciones Unidas. En dicha conferencia, la comunidad internacional tuvo la intención de revisar las evoluciones registradas durante los últimos diez años en materia de desarrollo, revisar las cuestiones que aparecieran en el Agenda 21 surgida en la Cumbre de Río y realizar un verdadero "inventario sobre el estado del planeta".

Sin embargo, al contrastar las intenciones con los hechos, el balance es particularmente inquietante. Ciertos expertos estiman que "la salud del planeta" no ha visto mejora desde la ola de concientización de los años 1980, y, lo que es peor, ésta ha empeorado. Más allá de las clásicas cuestiones "verdes" medioambientales (deforestación, biodiversidad, la protección de la fauna, los problemas de la pesca, etc.) y "gastadas" (acceso a la salud, al agua, a condiciones de vida sanas), es el futuro en sí del multilateralismo lo que estuvo en juego en Johannesburgo y la capacidad real de la comunidad internacional para comenzar seriamente un programa de acciones que ambicionan el mejoramiento de la calidad de vida de la Humanidad.

Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas, identificó cinco objetivos principales donde el progreso parece posible con los recursos disponibles: agua potable sana, energías útiles durables en las industrias, medios ad hoc para calentar casas y cocinar, el acceso a la salud para todos en todo el mundo, una agricultura de nutrición y la preservación de una biodiversidad indispensable a la Tierra. Esta agenda, llamada «WEHAB» (del inglés Water, Energy, Health, Agriculture, Biodiversity), supone cimentar los ejes de trabajo del CMDS, e interrelaciona de un modo decisivo "la salud del planeta" a la de las comunidades humanas. A esto se añaden las preguntas transversales: comercio internacional, financiación, promoción de las mujeres, una gobernabilidad medioambiental coherente, todo en una perspectiva resuelta de acción.

La mayor parte de los participantes de la CMDS dieron la bienvenida al plan de trabajo propuesto por Kofi Annan, pero, más allá de la identificación de los problemas, la perspectiva de un "acuerdo" fue muy remota. Efectivamente, durante las cuatro reuniones preparatorias, múltiples diferencias en los medios de análisis y las soluciones propuestas se hicieron valer con fuerza.

Seis fueron los grandes campos de discordia: i) el modo de implementación de los principios adoptados en 1992; ii) las fuentes de financiación de las acciones que serán decididas; iii) los modos de regulación de la globalización económica y el comercio internacional; iv) el calendario que permita alcanzar los objetivos de durabilidad; v) el eslabón entre preguntas tecnológicas y desarrollo sustentable; finalmente, vi) el problema de la coherencia entre las diversas instituciones y los tratados internacionales preocupados por la protección del medio ambiente.

"Fracaso" fue el término que utilizaron buen número de analistas para definir los resultados de Johannesburgo. Si se toman en cuenta los pobres resultados obtenidos en materia de desarrollo sustentable, no nos queda sino dar razón a esta primera conclusión. Sin embargo, para establecer un balance más objetivo de Johannesburgo, conviene tomar en cuenta varios factores. Primeramente, la complejidad de los temas en cuestión: la gobernabilidad medioambiental mundial, la cooperación multilateral, la erradicación de la pobreza, la transformación de los patrones de consumo y producción, los problemas medioambientales, en fin, el concepto mismo de desarrollo sustentable, son cuestiones que datan de décadas y que exigen compromisos lentos pero duraderos. Para establecer un buen balance, también hay que tomar en cuenta los diferentes puntos de vista, en ocasiones encontrados, de los actores de la cumbre. En el tema de cooperación, por ejemplo, existen diferencias de peso entre los Estados Unidos, que ha históricamente optado por el bilateralismo o incluso el unilateralismo, y la Unión Europea, que se inclina, por su composición plurinacional, al multilateralismo. Finalmente, un buen balance exige una buena dosis de realismo. La Cumbre de Johannesburgo no tuvo por intención la de resolver todos los problemas medioambientales del planeta en diez días. Su objetivo principal fue el de dar continuidad a un lento proceso de cooperación, de compromisos y de negociaciones que comenzaron décadas atrás (1972, Estocolmo).

El primero y quizás más importante problema con el que se enfrentó la Cumbre fue el de la cooperación. Los problemas puestos en la mesa con el concepto de desarrollo sustentable son precisamente los problemas de orden global, los que no son posibles de atacar sobre un único plan local o regional. Sin embargo, los enfoques de los Estados se ven afectados por sus intereses nacionales y la protección (aun la promoción) de numerosos grupos de interés con preocupaciones divergentes. Es por ello que es tan difícil definir una preocupación global realmente compartida, que movilice y que concierne al futuro común de cerca seis mil millones de habitantes del planeta.

Como resultado de esta falta de consenso, no hubo acuerdo sobre la necesidad de fijar un calendario con objetivos claros. Tampoco acuerdo sobre las acciones para ser comenzadas. No existió un acuerdo sobre los modos de financiación de estas acciones. No hubo acuerdo sobre el papel que ha de ser dado al comercio internacional en la búsqueda del desarrollo. Tampoco acuerdo sobre los modos de regulación de las actividades humanas que trastornan el medio ambiente. Tantas son las decisiones que se muestran del interés general y de la autoridad de los poderes legítimos, porque ellos afectan la vida diaria de los individuos, y sin embargo los Gobiernos no parecen listos a tomar.

La ausencia de voluntad política y un grado débil de compromiso fueron los tonos dominantes de los preparativos del CMDS. La promoción de la simple "buena voluntad" estuvo a la orden del día, y los Gobiernos, notablemente los países del JUSCANZ (Japón, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda), parecen querer dispensarse de obligaciones en un número creciente de temas. Esto resonó por adelantado como una bofetada para la Cumbre, para sus organizadores, para los participantes, y fue una amenaza de deslegitimizar los acuerdos que fueron concluidos.

Sin embargo, no todo fue desilusión en la CMDS. En lo que respecta al plano de los resultados concretos, en Johannesburgo fueron tocados 39 tratados que fueron objeto de 83 formalidades (cinco firmas y 78 ratificaciones, aceptaciones, aprobaciones, adhesiones y otros instrumentos). Entre los tratados que recibieron mayor número de formalidades se encuentra, con 11 ratificaciones o adhesiones, el Protocolo de Kioto sobre los cambios climáticos. Este Protocolo cuenta hoy en día con 84 signatarios y 93 Estados miembros (de los cuales los que figuran en el anexo I producían 37,1% de las emisiones de dióxido de carbono de 1990, mientras que se necesitan al menos 55%). Bajo esta perspectiva, uno de los eventos más sobresalientes de Johannesburgo fue la adhesión de Rusia a este Protocolo y su promesa de ratificarlo. Sin embargo, Estados Unidos, mayor emisor de dióxido de carbono, mantuvo su postura de no ratificar el Protocolo.

En lo que respecta al acceso al agua potable, los Gobiernos acordaron reducir a la mitad, para el 2015, los 1,1 miles de millón de personas que no tienen acceso al vital líquido. Respecto a la energía, los diferentes Gobiernos se comprometieron a llevar a cabo acciones para dar acceso energético a precios razonables a los más necesitados. Otros tratados relativos a cuestiones como los derechos del hombre, el terrorismo y el derecho del mar, fueron también objeto de formalidades. El Protocolo contra la Fabricación y el Tráfico Ilícito de Armas de Fuego, de sus Elementos o de sus Municiones, completando la Convención de Naciones Unidas contra la Criminalidad Transnacional Organizada, recibió a cuatro nuevos signatarios.

Finalmente, en el plano simbólico, la CMDS tuvo algunos resultados. Si bien es cierto que los resultados concretos fueron más bien pocos, también es cierto que esta Cumbre de talla internacional ayudó de cierta forma a sensibilizar a la opinión pública sobre ciertos temas que hasta hace poco no se tocaban. El presidente francés, Jacques Chirac, resumió el alcance simbólico de esta reunión al afirmar que "somos la primera generación que toma conciencia de las amenazas que pesan sobre nuestro planeta y la primera generación a la altura de impedir lo irreversible. Les jefes de Estado y de Gobierno (presentes en esta Cumbre) han confirmado los principios de Río, que se convierten así en una referencia universal".

En definitiva, lo que planteó más problemas en Johannesburgo fue la confusión de roles, de responsabilidades y de poderes de decisión entre los "Gobiernos del Norte", los "del Sur", Naciones Unidas, otros organismos multilaterales, las ONG y la "sociedad civil". De esta indeterminación de competencias resultó una pléyade de medidas insuficientes, una avalancha de principios olvidados y una montaña de insatisfacciones. Estos hechos deberían conducirnos a reformular cuanto antes los circuitos de elaboración de las más importantes decisiones multilaterales, como son: el espectro de los "partenaires" implicados, su representatividad, su diversidad cultural, su legitimidad democrática, e incluso los modos de preparación y de decisión empleados. Bajo esta perspectiva, y dada la decepción general suscitada por Johannesburgo, nos parece más que nunca pertinente la idea que articulamos en julio de 2001 de una "Organización de la sociedad civil internacional" (1), que goce de reconocida legitimidad y de un papel indiscutible en las negociaciones multilaterales junto con los Gobiernos y los organismos de Naciones Unidas.


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