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Date :  2014-11-07
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Los veinticinco años de transición de la Europa oriental


¡Cómo pueden cambiar las cosas en veinticinco años! En 1989, la Europa central y oriental se lanzó a una transformación histórica; del comunismo autoritario al capitalismo democrático. Cuando los recuerdos del sistema antiguo están empezando ya a desdibujarse, parece apropiado volver la vista atrás y centrarla en los logros de esa región y examinar las enseñanzas aprendidas y los imperativos que quedan por delante.

Sería un error dar por sentado que el éxito de la transformación de esa región era inevitable. Al final de la Guerra Fría, las economías de la Europa central y oriental cargaban con el peso de una propiedad estatal omnipresente y unas inversiones concentradas en la industria pesada. Las políticas fiscales y monetarias se habían centrado en impulsar el crecimiento industrial, sin tener en cuenta el equilibrio macroeconómico, resultado de lo cual fue una demanda crónicamente excesiva y escaseces generalizadas. Para colmo de males, la mayor parte de la región –con la notable excepción de Checoslovaquia– estaba agobiada por una deuda exterior insostenible y una inflación por las nubes.

Entretanto, pocos economistas o autoridades políticas tenían la formación necesaria para abordar las complejas tareas que tenían por delante. La magnitud de la transición necesaria era tal, que ni la macroeconomía moderna ni los casi cincuenta años de experiencia del Fondo Monetario Internacional brindaban orientación apenas. Los problemas por superar eran ingentes y muchos lo consideraban imposible.

En cambio, cuatro ingredientes decisivos contribuyeron a las transiciones logradas. En primer lugar, unos políticos y unas autoridades valientes aceptaron el imperativo de concebir reformas decisivas y explicar sus consecuencias a un público que se mostraba, comprensiblemente, cauto. Entendieron el carácter histórico de la tarea y aceptaron afrontarla.

En segundo lugar, las estrategias para la reforma se centraron directamente en lo esencial: la liberalización de los precios para que reflejaran la escasez y facilitasen la asignación de recursos; la estabilización de las haciendas para acabar con las escaseces y la inflación; y la privatización de las empresas y los activos de propiedad estatal para mejorar la gestión y los resultados empresariales. En general, los países que aplicaron esas políticas lograron los avances más rápìdos y más completos.

En tercer lugar, el atractivo de reintegrarse en Europa después de años de aislamiento, junto con el compromiso de la Unión Europea con la ampliación, brindó un tirón gravitatorio y una plantilla legislativa que ayudaron a las autoridades a justificar y aplicar las difíciles reformas. A veces, unas leyes impopulares derribaron a gobiernos, pero la piedra de toque definitiva para toda política nueva siguió funcionando: “¿Nos devolverá a Europa?”

Por último, el apoyo exterior ayudó a los países profundamente endeudados a afrontar las dobles tareas de aplicar las reformas estructurales y afrontar la inestabilidad financiera. La financiación procedente del FMI, del Banco Mundial, del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y de los prestadores bilaterales, junto con el alivio de la deuda por parte de los bancos oficiales y comerciales acreedores, contribuyeron a aliviar la presión. La asistencia técnica, la creación de capacidad y el apoyo a la privatización –de los bancos, en particular– facilitó aún más la vía.

En conjunto, los avances han sido impresionantes. Varios países de la Europa central han alcanzado un nivel de PIB por habitante (en cuento a paridad de poder adquisitivo) que los sitúa en los peldaños inferiores de la escalera de ingresos de la zona del euro. Los niveles de vida en esa región han mejorado espectacularmente, aun cuando se diste de haber logrado la convergencia completa con la Europa occidental.

Sin embargo, el panorama no es precisamente –como era de esperar– de color de rosa en toda esa región. Algunos países, sobre todo los de los Balcanes y de la Comunidad de Estados Independientes, distan de haber concluido la transición y han pasado por repetidos ciclos de esperanza y crisis. Como en todo el resto del mundo, el crecimiento en esa región se ha aminorado profundamente desde que estalló la crisis financiera mundial en 2008. El ritmo de la reforma se ha aminorado en muchos países y se ha invertido en algunos de ellos. Las consideraciones geopolíticas han complicado la situación aún más, como lo demuestra el conflicto de Ucrania.

Mirando hacia delante, podemos imaginar dos amplias situaciones hipotéticas. En la primera, la región corre el riesgo de pasar por un ciclo de crecimiento débil, abandono de las políticas orientadas al mercado y un desencanto en aumento. A consecuencia de ello, la convergencia con la Europa occidental podría aminorarse y muchos países quedar muy rezagados, resultado muy diferente del previsto durante el auge de mediados del decenio de 2000, cuando la convergencia al cabo de una generación parecía un derecho natural.

En la segunda y más prometedora situación hipotética, una rápida convergencia con los niveles de ingresos de las economías avanzadas continuaría apoyada por la insistencia en dos prioridades, detalladas en un nuevo informe del FMI. Un renovado compromiso con la estabilidad macroeconómica y financiera permitiría a los gobiernos poner coto a los déficits persistentes y las deudas en aumento y abordar el volumen cada vez mayor de préstamos fallidos de sus economías. Entretanto, las profundas reformas estructurales mejorarían el ambiente empresarial e inversor, fortalecerían la buena gestión empresarial, aumentarían el acceso al crédito, liberarían los mercados laborales, controlarían el gasto público y fortalecerían la administración tributaria, todo lo cual internaría sus economías por la vía de un crecimiento rápido y sostenido.

Por su parte, el FMI ha sido un socio comprometido con la Europa central y oriental y su transformación a lo largo de los veintiocho últimos años y sigue dispuesto a ayudar a los países de la región a hacer que el próximo cuarto de siglo resulte igualmente impresionante.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.


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