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Date :  2014-06-05
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¿Qué se esconde detrás de tu tazón de cereales?


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Fuimos testigos de incendios forestales durante nuestro viaje. Distrito de Pelalawan, provincia de Riau.



El aceite de palma está en todas partes: desde los alimentos que consumimos cada día hasta productos cotidianos donde menos cabría esperar. Está en los cereales del desayuno, en las galletas, en la pizza, en el jabón e incluso en el biocarburante que utilizamos para el coche. Desgraciadamente, en muchos lugares tiene un coste humano y medioambiental.

Para averiguar por qué, hace unas semanas hice una visita con un equipo de Oxfam a Indonesia, el principal productor de aceite de palma del mundo. Mis compañeros y yo queríamos hablar con personas afectadas por las grandes plantaciones de palma aceitera.

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Trabajadores de una plantación en el distrito de Pelalawan, provincia de Riau. Foto: Des Syafrizal/Oxfam



Antes del viaje, averiguamos que altos directivos de una empresa que vende aceite de palma a Cargill, proveedor de gigantes de la alimentación como Kellogg y General Mills, estaban siendo juzgados por provocar un incendio el año pasado en la provincia de Riau, en la isla de Sumatra. Lo que la empresa quiso fue despejar el terreno para poder plantar más palma aceitera, y presuntamente contribuyó a los grandes incendios forestales que crearon una humareda enorme que afectó a mucha gente en Indonesia, Malasia y Singapur. Según mis compañeros del departamento de investigación, estos incendios liberaron a la atmósfera el CO2 equivalente a las emisiones anuales de más de 10 millones de coches, o lo que es lo mismo, las emisiones anuales de todos los coches de Los Ángeles, Nueva York y Chicago juntos. Increíble, ¿verdad?

No es de extrañar que Indonesia sea uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero. Este tipo de prácticas destructivas aceleran el calentamiento de nuestro planeta.

Los habitantes locales con los que hablé en la provincia de Riau han sido testigos de cómo ha cambiado el clima durante los últimos 15-20 años.

Un anciano de una de las aldeas que visitamos, que no quiso ser identificado por razones de seguridad, nos contó que “el clima empezó a cambiar cinco años después de que la empresa aceitera se hiciera con nuestras tierras. Antes solía ser húmedo y fresco, pero ahora es seco. Las sequías son más frecuentes y sufrimos inundaciones desde finales de la década de los noventa. Los pozos se han secado. Antes podíamos conseguir agua excavando un metro, mientras que ahora debemos excavar diez. Las inundaciones afectan a quienes viven cerca del río”.

La meteorología es cada vez más impredecible, lo que aumenta la volatilidad de los precios de los alimentos. Una mujer nos contó que “la estación seca ha comenzado antes de lo esperado, por lo que hay menos oferta de chili, y por lo tanto es bastante caro ahora”. El chili es una especia muy habitual en Indonesia. Se utiliza para preparar curry, caldo para noodles y es la base de un condimento muy popular llamado “sambal”.

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Foto aérea de los incendios forestales en la provincia de Riau, en 2013. Photo: Antara/Virna Puspa Setyorini



Pero los problemas a los que se enfrentan las comunidades con las que hablamos no acaban aquí. Nos contaron que sus vidas son más difíciles desde que la empresa llegó a la zona.

La empresa llegó a un acuerdo con el gobierno local, obligando a los habitantes a entregar sus tierras a cambio de muy poco dinero. La empresa arrasó sus bosques y contaminó su río, lo que tuvo un gran impacto en su capacidad de alimentar a sus familias y de tener un medio de vida digno.

Cuando la empresa aceitera llegó, la población local tuvo que abandonar su vieja aldea. Ya no podían abastecerse de agua del río.

Una mujer afirmó que era mucho más feliz antes de que la empresa se instalara en la zona. “No tenía problemas para dar de comer a mis hijos. Todo lo que tenía que hacer era coger los alimentos de nuestra tierra. Cultivábamos arroz, maíz, pepino y chili. También conseguíamos pescado y agua del río. Con la venta de verduras y de caucho podíamos incluso conseguir algo de dinero para escolarizar a nuestros hijos e ir al médico cuando lo necesitábamos. Pero la empresa destruyó nuestros medios de vida”.

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Río contaminado en el distrito de Pelalawan, provincia de Riau. Foto: Des Syafrizal / Oxfam



La empresa ofreció empleo como jornaleros a la mayoría de los habitantes locales, pero muchos han dejado el trabajo ya que la empresa no ha cumplido sus compromisos financieros. Aparte de trabajar como jornaleros, muchos tenían que buscar otras fuentes de ingresos e incluso hacer que sus hijos les ayudasen. Algunos niños tuvieron que dejar de ir a la escuela ya que sus padres no podían pagar la matrícula.

Después de hablar con estas comunidades locales en Indonesia y ser testigos de sus condiciones de vida, los cereales del desayuno ya no me saben a lo mismo. Nuestras marcas de comida favoritas propiedad de empresas como Kellogg o General Mills deberían asegurarse mejor de que sus proveedores no contaminen nuestro planeta y no hagan pasar hambre a gente pobre.

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