Durante y después de la reunión del G8, se ha discutido infinitamente sobre las múltiples formas de violencia que la han ilustrado, sobre el grado que ésta ha alcanzado y, en fin, sobre las diversas partes responsables del recurso a la violencia. Sin embargo, sobre el porqué real de tal violencia y sobre los orígenes distintos a aquellos administrativos y organisacionales, el silencio es alarmante. ¡Y es este vacío interpretativo el que hoy nos da vértigo¡
Incluso antes del comienzo de la reunión del G8 (en el diario francés Libération del 19 de julio de 2001), formulé un análisis y una propuesta que respondían a este "horror de vacío". Hoy en día, y dadas las circunstancias, me dispongo a ahondar en esta discusión ya que existe una llave principal a este caso genovés que tan mal ha mobilisado la opinión, una llave de la cual no se ha hecho mas que economizar la discusión. He aquí, pues, una manera de revisar la historia.
Si la violencia, policiaca y política en particular, alcanzó tal grado en Génova, no se trata en lo absoluto de un caso de negligencia ni mucho menos de un caso de responsabilidades individuales, las cuales pudieran saldarse con la simple destitución de algunos responsables…¡ya no se trata ni siquiera de un caso puramente italiano¡ En pocas palabras, la comprobada negligencia del presente gobierno italano no es suficiente, y lejos está de serlo, para explicar tan miserable caso y mucho menos para hacerlo razonable. Al contrario, ésta no hace más que ocultar el sentido de lo que se ha estado desarrollando tanto en Nisa, en Québec, en Barcelona, en Gotemburgo como en Génova. Es decir, una controversia fundamental que hoy bien vale lo que en su época valió la de Valladolid, ya que implica toda una visión, no solamente del mundo y de la mundialización, sino también de la democracia y del ejercicio y la división de los poderes en una sociedad contemporánea. Y a ésto podemos añadir que el caso genovés no es más que un árbol que oculta el bosque de problemas que efectivamente entran en juego.
Entonces la controversia de Génova, esta controversia tan poderosa como para modificar el horizonte que nos es familiar, y que aún estamos lejos de acabar, no es otro más que el horizonte de la legitimidad de gobernantes y gobernados que toman parte en las decisiones políticas y económicas que moldean el futuro de la Humanidad.
Y efectivamente, ¿qué es lo que suscitó la manifiesta hostilidad en abril del primer ministro canadiense en Québec ? ¿Qué es entonces lo que una vez más pareció tan insoportable al presidente norteamericano en Génova? ¿Qué hizo salir de sus casillas al moderado Tony Blair? ¿Qué es lo que ya no puede ser aceptado según las palabras del primer ministro sueco en Gotemburgo ? No es ciertamente la presencia de manifestantes internacionales en las calles. Cualesquieran que sean sus formas de expresión y sus reivindicaciones, todo hombre político de primer nivel está rodeado de múltiples oposiciones naturalmente generadas por su cargo. Entonces, ¿Qué es lo que ha reunido en escencia a estos líderes antes, durante y después de Génova? Nada más que la pretención común de que sus gobiernos son los únicos detentores legítimos de la capacidad de pensar, de decidir y de actuar politicamente gracias al voto democrático que les confiriera los instrumentos del poder; dejando así a la sociedad civil desprovista de dicha legitimidad.
Revisando la historia política y filosófica, ciertamente podemos considerar buena parte de esta controversia como inmemorial. Sin embargo, estamos obligados a aceptar que dicha controversia ha tomado recientemente una nueva y crítica forma. Esto, a partir de que los análisis de numerosas "organisaciones de la sociedad civil" han coincidido para establecer los lazos entre la dirección unívoca (y multiplicadora de desigualdades) dada al proceso de globalización industrial y financiera (que no es más que la cara mas superficial de la mundialización) y las formas de gobierno oligárquico (G8, G20, Consejo de Seguridad, directorios de organismos multilaterales, etc.) que parecen favorisar la "homogeneización" de la "mundialización".
Así, hemos llegado precisamente a la problemática que a conducido a la deriva y a la confución al debate actual sobre lo que se suele llamar como "la anti-mundialización". Se ha desplazado (¿por negligencia o por cinismo?) un debate sobre la legitimidad para privatisar el manejo de los cuestiones mundiales, hacia un debate erróneo: el saber si estamos "por o contra la mundialización". ¡Pero si la "anti-mundialización" y el "antimundialismo" ni siquieran existen! No se trata mas que de nociones (no de conceptos) con un fin puramente instrumental, nada más que una lucha maniquea donde se representa caricaturalmente al Bien y al Mal, lo cual no corresponde a las verdaderas cuestiones y a la real controversia. He aquí el motivo por el cual no se puede hablar de "movimientos anti-mundialización" más que como una convención maligna o malintencionada. No son los procesos de mundialización en sus diversas formas --las mundializaciones-- los que se encuentran al orígen de las protestas en Génova y el mundo. Es solamente la manera privativa en que los gobernantes pretenden seguir manejando los complejas cuestiones engendradas por estas mundializaciones. Es la privatización de la mundialización, la privatización del mundo en sí la que es cuestionada y rechazada por todos aquellos que se reúnen bajo el nombre de "sociedad civil".
Si a algo se oponen los manifestantes, es al no-reconocimiento de su legitimidad por parte de los gobernantes que se niegan a ceder un parcela de sus atribuciones – atribuciones democráticas de derecho, pero oligárquicas de hecho. Así, la violencia tan criticada por las almas buenas adquire una connotación totalmente nueva. Si existe una violencia viva, hiperbólica y creciente, es porque la controversia no es superficial para ninguna de las partes. Por una parte, si la violencia de Estado existe, engendrada por su aparato policial, es por que el Estado encarnado en sus dirigentes se estima directamente amenazado. Este Estado no puede y no quiere soportar la competencia de su legitimidad a dirigir los asuntos domésticos e internacionales. Por ello no duda (ni dudará en el futuro) en hacer uso de sus medios de coerción a fin de mantener la integridad de su "patrimonio" de poderes. Por otra parte, la verdadera violencia de los manifestantes no se asocia con la violencia física de los provocadores manipulados y manipuladores. La violencia de la "Sociedad Civil" tal como es percibida por los Estados, reside en su concepto mismo: su ambición exhorbitante de obtener una reconocida y sustantiva parte en la división de los principales poderes políticos y económicos.
Si la furia de los unos (los Estados) y de los otros (los "anti") se desencadena en el periodo por venir, nadie podrá sorprenderse ya que la causa no será una simple divergencia sobre los medios y los objetivos, sino mas bien una controversia de fondo sobre la manera de concebir y pilotear el presente y el futuro. Entonces ¿Qué hacer para evitar lo peor?
Para comenzar, dejar de perpetuar las representaciones e interpretaciones concernientes a "la anti-mundialización", las cuales ocupan la mayor parte del espacio político-mediático. En seguida, establecer las condiciones nacionales e internacionales de un verdadero diálogo entre gobernantes e instituciones multilaterales, por un lado, y organizaciones y grupos no organizados de la "sociedad civil", por el otro lado. Dicho diálogo ha de iniciarse a la brevedad posible sin límites ni restricciones a priori. Finalmente, estudiar de manera crítica la viabilidad de una "Organización de la Sociedad Civil Internacional" (OSCI) como lo sugerimos en el diario francés Libération del 19 de julio, donde toda instancia representativa (en general edificada y promovida por los actores presentes de la sociedad civil) sería invitada a sostener un diálogo permanente con los Estados y las instituciones multilaterales.