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Date :  2006-03-28
langue :  Espagnol
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Comunicación pública

Comunicación pública

Source :  Ricardo Viscardi


Cuando la comunicación era información

El cuestionamiento característico hacia los medios públicos de comunicación masiva consiste en reprocharles una concepción enciclopedista e ilustrada de la comunicación. Conviene subrayar que sólo esa concepción integral y educativa de la comunicación puede ser considerada estrictamente pública, en cuanto lo contrario acarrea, por la incorporación propia al proceso de comunicación, la inscripción de una actividad singular y privada de los individuos. Por la alternativa, si se admite que toda comunicación se sostiene en la participación subjetiva de los individuos, se admite también la imposibilidad de desarrollar cualquier política pública que no incluya asimismo una participación privada (1).

Por cuanto en la modernidad la comunicación supone la subjetividad, las políticas públicas de comunicación se reducen a políticas de información, si no incluyen in limine la condición privada de la base idiosincrásica de la comunicación. Las meras políticas públicas de información – aun rotuladas “políticas de comunicación”- terminan por adoptar bajo forma consecuente el criterio ilustrado y enciclopedista de la comunicación: comunicar es informar. De ahí una alternativa de cesura: la comunicación la hace el Estado o la hace el Mercado y la consiguiente alternativa institucional “estatizar o privatizar”. Pero el tren que pasa esconde otro más peligroso: el Mercado es tan “informativista” como el Estado, porque en cuanto ilustra con “mano invisible” a la sociedad (sobre todo en la versión neoliberal), convierte a la subjetividad en fatalismo del cálculo y por consiguiente en insumo informativo (la obscenidad informa acerca de los cuerpos).


La modernidad privada de lo público

Antes que mantener una relación conceptual con la política o sus avatares coyunturales, la actividad pública conserva una relación privilegiada con la actividad privada. Esta relación determinante, por serlo, consagra una preeminencia de lo privado sobre lo público. El carácter primitivo de la misma se estampa en la condición individual de la ciudadanía. El agente moderno de la condición política es el ciudadano en tanto que singularidad humana. La crisis de la relación entre lo público y lo privado que se ha desatado desde el último cuarto del siglo XX confirma esa preeminencia de lo privado por sobre lo público, en la medida de una composición de lugar privativa de cada condición privada, que sin embargo admite los opuestos idiosincrásicos y políticos de las identidades personales. Cabe la confirmación del mismo criterio, contrario sensu, si se considera la figura de una identidad colectiva, ideológica o universal que se impusiera a cada uno, composición de lugar hipotética que evoca un insoslayable totalitarismo.

El apogeo del individuo en tanto que protagonista impar de las identidades públicas, revela una potencialidad irreversible de lo privado que no encuentra un límite en lo público, sino en la responsabilidad privada de otros individuos (2). Este desborde de lo privado por sobre lo público es un efecto derivado de la disolución de un estado de agregación idiosincrásico que se ha denominado “representación”.

La representación, tanto de lo privado ante sí mismo como de lo público entre una pluralidad, requiere la presentación del acontecimiento tanto en su significación como en su actualidad. Esta posibilidad de presentación nunca es pura, ya que es ante todo ante otro (3). Por consiguiente, lo que convalida y funda la representación es el supuesto de una condición particular del acto de representación. Que este supuesto sea objetivo o subjetivo no altera su condición real y sobre todo confirma el carácter mediador de la representación, en tanto que presentación ante otro de la significación y la actualidad del acontecimiento.






Notas:

(1) Ya en Humboldt la diferenciación entre actividad y obra (energeia y ergon) adquiere un sentido subjetivo: “En el alma no puede encontrarse nada que no proceda de la propia actividad, y entender y hablar no son sino efectos diversos de una misma fuerza, la del lenguaje (Humboldt, 90, 78)”.
(2) Conviene traer a colación el desarrollo particular de la lucha por los derechos humanos en sus efectivos protagonismos, o lo que fuera propio de los movimientos particulares que sostuvieron los referendums contra sucesivas privatizaciones en el Uruguay.
(3) Incluso en el planteo de una representación pura, Leibniz encierra la alternativa de la otredad como nada: “Porqué hay algo y no más bien nada?”.


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