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Date :  2001-09-27
langue :  Espagnol
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Vejez

Vejez

Source :  Silvana Rabinovich


Paradójicamente, en un mundo teletecnológico (1) mediático, la percepción del tiempo impuesta por el neoliberalismo tiene a la inmediatez por valor supremo. Fast food, cajeros automáticos, relaciones cibernéticas… parecería que por fin hemos “vencido” a la espera. Mundialización de la impaciencia, globalización de la urgencia: “time is money” como si el tiempo fuese prêt-à-porter. En la utopía neoliberal, el tiempo es una especie de propiedad privada, un tiempo que escapa a la presencia en nombre de la telemática, una civilización insomne a fin de seguir las novedades bursátiles, vergonzosa del tiempo libre, que condena el ocio. La productividad es su parámetro de humanidad: los niños son potencialmente productivos, los viejos ya no lo son más, los adultos son el prototipo de lo humano. Si el niño es un “hombre potencial”, ¿el viejo será un “hombre en pasado”? Esta definición escandalizaría a nuestra buena conciencia. Sin embargo, estos parámetros parecen haberse infiltrado –disfrazados de “crecimiento económico”- en el “nuevo orden”.
A causa de la difícil paciencia que demanda su escucha, la pasividad de la vejez se ha vuelto una enfermedad de las sociedades “globalizables”. Dado que no todo el mundo es globalizable en el esquema neoliberal: por una parte está el globo, por otra, Atlas sosteniéndolo.
“Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable, la más segura entre las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias” (2) . Tenemos dos orejas y una boca, pero no cuidamos esta proporción en la comunicación. Los ancianos tienen muchas historias que contar, pero no “tenemos el tiempo” para escucharlas, especialmente cuando creemos fervientemente en la verdad lógica. Los viejos, aquellos últimos narradores, conocen el valor de la ficción y dudan de la verdad de la adecuación. Las narraciones necesitan paciencia y disposición a una escucha libre de explicaciones. La narración –según Benjamin, forma “artesanal” de la comunicación –no está lista para consumirse. Hemos confiado la memoria social y política a los archivos, a la escritura; la transmisión oral ha sido descuidada, incluso despreciada. Los viejos olvidan la mayoría de los datos que les exigimos en sus testimonios, pero recuerdan otras cosas. Ya no sabemos escuchar pasivamente. En 1906 Alois Alzheimer descubrió una amenaza catastrófica para las sociedades “ricas”.
En un mundo cuyo parámetro es la vida de adultos “productivos”, los ancianos son infantilizados: enmudecen, infans. Por su dependencia son tratados como niños, y pierden la capacidad de transmitir sus experiencias. Confinados a la inutilidad, comienzan a olvidar, ya no pueden narrar historias, ni transmitir la historia. Olvidan. Pero, como siempre, es el otro quien está enfermo: la jubilación involuntaria y sus irrisorios ingresos, nuestra pobre educación para el ocio (3) , son nuestra exclusiva responsabilidad porque, anestesiados ante el dolor de aquellos que parecen más próximos a la muerte que nosotros, tratamos en principio de alejarlos, luego, -como si fuese contagioso- de vacunarnos de forma cosmética e incluso quirúrgica.
En este mundo adulto-céntrico (4) donde la muerte ya no sería asunto social, la vejez es alejada. Prototipo del sujeto cartesiano, el adulto-modelo se pretende “independiente”. Sin embargo, la experiencia del tiempo siempre se realiza con los otros: el nacimiento, la muerte, toda la vida, éxitos y fracasos, incluso la riqueza y la avaricia son relación con los otros. Sobre todo la muerte: nadie se entierra a sí mismo, la muerte de los otros nos acompaña, es para-después-de-su-propia-muerte que uno actúa y pro-duce (5) . El tiempo como senescencia se entiende a partir de la alteridad y no desde lo idéntico.
Detrítica vejez, en su invisibilidad sensible. Residuos patológicos de la población “productiva” y “rica”, de una civilización infantilizada por los modernos juguetes-Golem, cultura empobrecida de palabra. (6)
En muchas otras civilizaciones, entre los “pobres”, es muy diferente. En África, en Latinoamérica, o en otros lugares, se encuentran muchos viejos (y jóvenes) Atlas que con su pobreza económica sostienen la riqueza del norte, al tiempo que conservan una memoria viva. Saben que la vejez se dice gramaticalmente en futuro anterior. Ejercen la paciencia, la pasividad de la escucha y sobre todo el respeto de la irreductible diferencia como marca distintiva de lo humano. Valdría la pena mundializar la pasividad –previamente recuperar su sentido positivo-, democratizar la capacidad de escucha, el aprendizaje de la alteridad, la memoria intersubjetiva, la creatividad del tiempo libre, el placer del ocio: ejercicios de paciencia.
Le prefijo tele indica distancia; la relación con el otro está en la huella de la proximidad. Si, al alejar –o aislar- a los viejos, la vejez da la ilusión de estar lejos de nosotros, su proximidad quema. Tan lejos, tan cerca. Desde el nacimiento, nos acompaña la senescencia del tiempo, un proceso de envejecimiento. Digámoslo en futuro anterior: de perseverar en esta sordera ante las culturas del otro, pronto habremos envejecido en la demencia solipsista. En tojolabal se dice: “Uno de nosotros cometimos un crimen” (7) . Habría que tomar nota de esta concepción intersubjetiva de lo humano, escuchar con ambos oídos los testimonios de los quichés y de otras etnias, cerrar más frecuentemente la boca, y abstenernos de juzgar desde nuestro pobre concepto de verdad.
No se trata de idealizar la vejez, mucho menos de restituir la gerontocracia. No se trata de poder, sino de la fragilidad constitutiva de todo sujeto, que no hace más que diferir según la edad.

(1) El término es de J. Derrida, Ecografías de la televisión, Eudeba, Bs. As, 1998
(2) Cf. W. Benjamín “El Narrador” en Iluminaciones IV, Taurus, Madrid, 1999, p. 112
(3) Cf. V. Alba, Historia social de la vejez, Alertes, Barcelona, 1992.
(4) Término tomado de L. V. Thomas “Actitudes colectivas hacia los ancianos: problemas de civilización” en La cuestión del envejecimiento. Perspectivas psicoanalíticas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1992.
(5) Cf. Levinas, E.- El tiempo y el otro, Paidós, Barcelona, 1993 – De otro modo que ser o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca, 1987.
(6) El Golem, creación de los cabalistas, carecía de palabra. Invención útil, sin duda, pero que enseña que sólo el humano es responsable.
(7) No “uno de nosotros cometió”, cf. C. Lenkersdorff “El mundo del nosotros”, en E. Cohen y A. Mtz. de la Escalera (eds.) - Lecciones de extranjería, S. XXI, México, 2002.


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