La libertad de expresión es uno de los pilares de la democracia moderna. Como parte de ella, tenemos derecho a la privacidad de nuestras comunicaciones. En el siglo pasado se hablaba de que en algunas dictaduras abrían los sobres con vapor de agua para que no se notara, leían su contenido —con la clara intención de detectar pensamientos divergentes —, los cerraban y los hacían llegar a su destinatario para evitar sospechas de la intervención.
Hoy en día, desde la simulada intimidad que nos dan nuestros dispositivos electrónicos, cuando mandamos un mensaje, este está siendo rastreado por un complejo sistema para interceptar comunicaciones. El problema viene de base: Internet es una red diseñada para compartir información y, cuando se creó, no se pensó para uso actual, ni mucho menos en la problemática de la falta de privacidad.