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Date :  2018-06-16
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El incierto legado de la cumbre de Singapur

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NUEVA YORK – El presidente estadounidense Donald Trump regresó exultante de su breve reunión cumbre en Singapur con el líder norcoreano Kim Jong-un. “Hoy todos pueden sentirse mucho más seguros que el día en que asumí el cargo”, tuiteó. “Ya no hay una amenaza nuclear desde Corea del Norte”. Más tarde dijo a periodistas: “He resuelto ese problema”.

Con una pequeña salvedad: lo que dijo Trump no es verdad. La amenaza nuclear planteada por Corea del Norte sigue igual que antes. La declaración conjunta de ambos líderes fue tan breve (sólo 391 palabras) cuanto vaga.

El documento conjunto habla mucho más de aspiraciones que de logros. Corea del Norte sólo se comprometió a “trabajar en pos de la desnuclearización completa de la península de Corea”. No hay una definición de lo que eso implica, ni un cronograma de implementación, ni una referencia al modo en que se verificarán las eventuales acciones. Ni siquiera se mencionan otras cuestiones relacionadas con las armas nucleares, entre ellas los misiles balísticos. Por lo menos hasta ahora, el acuerdo con Corea del Norte sale mal parado en comparación con el que se firmó con Irán sobre su programa nuclear, que Trump denunció y al que luego renunció, un mes antes de reunirse con Kim.

No es que la cumbre de Singapur no haya tenido ningún valor. Al menos por ahora, las relaciones bilaterales están mejor que hace un año, cuando Corea del Norte hacía pruebas nucleares y misilísticas, y los observadores (entre los que me incluyo) estábamos atareados calculando las probabilidades, no de la paz, sino de una guerra entre ambos países. Y a futuro, existe en principio la posibilidad de que Estados Unidos y Corea del Norte puedan llegar a un acuerdo en relación con los muchos asuntos y detalles importantes excluidos de la declaración de la cumbre de Singapur.

Pero convertir esta posibilidad en realidad será extraordinariamente difícil. Hay muchas razones para dudar de que Corea del Norte renuncie alguna vez a unos armamentos que, más que ninguna otra cosa, explican la disposición de Estados Unidos a tomarse al país en serio y tratarlo como una especie de igual. Además, la experiencia de Ucrania, que renunció a sus armas nucleares y luego vio cómo el mundo no hacía nada mientras Rusia anexaba Crimea, no alienta a Kim Jong-un a seguir el ejemplo. Lo mismo puede decirse de Libia, vista la suerte que corrió el coronel Muammar el-Qaddafi.

También hay buenos motivos para dudar de que Corea del Norte (probablemente, el país más cerrado y reservado del mundo) permita alguna vez inspecciones internacionales exhaustivas como las que se necesitan para verificar el cumplimiento de promesas incluidas en algún pacto futuro.

Trump parece pensar que es posible influir en Kim no sólo con amenazas y presiones, sino también con halagos y promesas. La Casa Blanca publicó un video de cuatro minutos que muestra a Kim como alguien que podría convertirse en una gran figura histórica, si sólo cambiara radicalmente. Y el video no ahorra imágenes de las ventajas económicas que Corea del Norte podría obtener si cediera a las demandas de Estados Unidos (Trump también mencionó el potencial norcoreano para el desarrollo inmobiliario y el turismo).

Pero parece que a Trump no se le dio por pensar que ese futuro implica más peligros que promesas para alguien cuya familia gobernó con puño de hierro durante tres generaciones. Una Corea del Norte abierta a los empresarios occidentales pronto podría verse penetrada por ideas occidentales; y no tardaría en estallar la agitación popular.

Trump destaca la importancia de las relaciones personales, y afirma que logró forjar una con Kim en cuestión de horas. Más de una vez dijo que confía en Kim; un líder con un historial de masacrar a quienes consideró sus enemigos (incluidos un tío y un hermano). Esto implica convertir la máxima de Ronald Reagan (“confía, pero verifica”) en todo lo opuesto, algo así como “no verifiques, pero confía”.

En realidad, con algunos de los comentarios que hizo después de la cumbre, Trump aleja el logro de sus propios objetivos. Su descripción de la reunión como un gran éxito que resolvió el problema nuclear hará mucho más difícil mantener el apoyo internacional al régimen de sanciones económicas que todavía se necesitan para presionar a Corea del Norte. Tampoco lo beneficia el haber anunciado unilateralmente que Estados Unidos suspenderá los ejercicios militares (cuyo objetivo es mantener la preparación de los ejércitos y reforzar el poder de disuasión), a los que describió como una “provocación”. Al hacerlo, no sólo alarmó a varios aliados de Estados Unidos, sino que también entregó por nada algo que podría haber negociado a cambio de alguna concesión de Corea del Norte.

El peligro evidente es que por todos estos motivos, las futuras negociaciones no consigan la desnuclearización completa y verificable de Corea del Norte que según Estados Unidos debe ocurrir pronto. Entonces es probable que Trump acuse a Kim de traicionar su confianza.

En ese caso, Estados Unidos tendría tres opciones. Una sería conformarse con menos que la desnuclearización total (pero Trump y sus principales colaboradores ya han dicho que no aceptarán este resultado). Otra sería imponer sanciones todavía más estrictas, a las que difícilmente se sumen China y Rusia. La tercera sería reintroducir la amenaza de la fuerza militar, lo que hallaría resistencia sobre todo de Corea del Sur.

Pero si Trump concluye que la diplomacia fracasó, tal vez se decida por la acción militar (como propuso John Bolton poco antes de asumir como asesor de seguridad nacional). Seguramente no sería el resultado que Trump imaginaba para la cumbre de Singapur, pero todavía es más posible que lo que indican sus tuits cargados de optimismo.

Traducción: Esteban Flamini


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