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Date :  2016-12-05
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¿Los organismos de financiamiento también deberían compartir el sacrificio del cambio social?

¿Qué normas de comportamiento debemos esperar de los dirigentes de las fundaciones, las ONG y los organismos de asistencia?


Todos los días de todos los años, en lugares como Standing Rock y Ferguson y Alepo y Hong Kong, decenas de miles de personas ponen en juego sus vidas y sus medios de subsistencia en la lucha por los derechos humanos. Si reciben algún pago, las cantidades son muy bajas y los riesgos suelen ser altos, así que se exige un sacrificio compartido por todos los actores involucrados. Las oportunidades de obtener beneficios personales se subordinan a la solidaridad con los colegas y con la causa para crear un tejido social fuerte. La congruencia entre las palabras y las acciones es esencial para el desarrollo de la lealtad y la confianza mutuas.

Ante estos imperativos, ¿es razonable esperar que sigan las mismas normas de comportamiento los proveedores de fondos, asesores y otros intermediarios que apoyan estas luchas desde lejos y que al hacerlo obtienen publicidad y legitimidad para su propio trabajo?

Esta es una vieja pregunta que bulle bajo la superficie de las conversaciones entre los activistas y los donantes, aunque rara vez se expresa directamente debido a la incomodidad y las reacciones que puede generar. Pero de vez en cuando emerge a la vista del público, lo que ofrece una oportunidad para volver a analizar los aspectos éticos del financiamiento para el cambio social. Actualmente, presenciamos uno de esos “momentos de aprendizaje” en torno a Darren Walker, el presidente paternal y muy respetado de la Fundación Ford.

El 28 de octubre de 2016, The New York Times reveló que Walker recibirá entre $275,000 y $418,000 dólares al año por formar parte de la mesa directiva de la empresa multinacional de “comida chatarra” PepsiCo (como la llama Marion Nestle, profesora de nutrición de la New York University), junto con asignaciones y bonos anuales de acciones de Pepsi, además de su salario normal que ascendió a $789,000 dólares en 2015.

Estos arreglos no son ilegales, tampoco son particularmente nuevos. Lo que hace más interesante este caso es que Walker se comprometió públicamente a volver a centrar todo el trabajo de la Fundación Ford en la desigualdad. También ha expresado el deseo de buscar soluciones transformadoras en lugar de simples ajustes superficiales en torno a los problemas sociales y económicos, así como de hacer frente al espinoso tema del privilegio tanto en el nivel institucional como en el de las acciones individuales.

Estas ideas se han desarrollado en una serie de discursos y artículos cuidadosamente elaborados, que han sido música para los oídos de los activistas y las organizaciones sin fines de lucro, ya que encierran la promesa de relaciones más saludables y equitativas con los proveedores de fondos. Pero la decisión de Walker parece contradecir los compromisos que ha hecho y amenaza con debilitar el mensaje de que la filantropía necesita una intervención importante. ¿Cómo?

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Wikimedia Commons/Nathan Keirn (Some rights reserved)
Do sustained relationships with corporations compromise foundations' support of frontline activism?



En primer lugar, la desigualdad no sucede por accidente o por arte de magia: se crea cuando las personas aprovechan oportunidades para acumular riqueza que no están distribuidas equitativamente entre la población; esto incluye los cargos bien remunerados en las mesas directivas de las corporaciones. Los demás miembros del personal de la Fundación Ford tienen prohibido aceptar cargos remunerados en mesas directivas, incluso como consultores, y ninguna organización sin fines de lucro podría hacerlo debido a los conflictos de interés que se generarían, así que Walker parece estar dando el ejemplo de un comportamiento que contradice directamente la “igualdad de condiciones” que ocupa un lugar tan prominente en sus escritos.

En segundo lugar, y a pesar de la retórica de la transformación, la decisión de Walker tiene un aire decididamente retro. Los presidentes de la Fundación llevan décadas participando en las mesas directivas corporativas sin producir resultados significativos como parte de la tendencia hacia la responsabilidad social empresarial o RSE, la cual ha generado pequeños cambios en las cadenas de suministro y otras áreas, pero apenas ha tocado las prácticas de negocio principales de las grandes empresas. La evaluación más amplia que ha financiado la Unión Europea no encontró “ninguna evidencia creíble de que la RSE haya marcado una diferencia positiva para las economías o las sociedades en la región”. La incorporación de nuevos miembros en las mesas directivas tampoco ha evitado la caída en desgracia de HSBC, Wells Fargo, Volkswagen, Mitsubishi, Unilever y muchas otras empresas emblemáticas de la RSE.

PepsiCo no es la peor infractora en la lista de acusaciones relacionadas con acciones antisindicales, trabajo forzado y violaciones del derecho a la tierra, pero siempre responde con el mantra “estamos escuchando y vamos a mejorar”, apuntalado por el lustre que le agregan actores externos respetados como Walker. Por desgracia, por mucho que mejore, seguirá siendo una corporación accionista convencional que tiene el deber de maximizar sus ganancias vendiendo artículos de poco valor a personas que realmente no necesitan comprarlos. Esa situación no contiene ningún potencial transformador. Lo que es de verdad emocionante es la nueva economía de cooperativas y otros experimentos que no están sujetos a las mismas limitaciones. En una época en la que los activistas exploran con ahínco la vida después del capitalismo , resulta decepcionante ver a la Fundación Ford defendiendo el sistema actual con unos cuantos retoques en los márgenes.

Esto me lleva al problema número tres: la decisión de Walker representa una oportunidad desaprovechada de hacer una declaración fuerte e influyente sobre el futuro de la filantropía, justo cuando está aumentando la presión a favor del cambio mediante la campaña #ShiftThePower y otras iniciativas. Todas las personas que trabajan para una fundación, una ONG o un organismo de asistencia han sido cómplices de un proceso, que ha durado décadas, en el que no se invierte lo suficiente en las comunidades y los activistas de primera línea mientras se recompensa en exceso a quienes los financian o apoyan de otras maneras.

Yo mismo me beneficié de este sistema durante muchas años, luchando por la justicia desde la comodidad de la Clase Ejecutiva mientras quienes realizan el verdadero trabajo y sufren las consecuencias van amontonados en los asientos traseros de Clase Turista. Es una disposición peculiar: divisiva, obsoleta, ineficaz y lista para una transformación, si tan solo los donantes estuvieran dispuestos a aceptar el reto; en este sentido, la decisión de Walker es aleccionadora.

A lo largo de la historia, el rechazo frontal de los privilegios y las estructuras desiguales de poder ha sido una herramienta clave de transformación social: como en el caso de los derechos civiles o la liberación de la mujer, o prácticamente cualquier movimiento social exitoso. Los esfuerzos desde el interior pueden generar algunos cambios cuando van acompañados de presión externa, pero nadie ha transformado el sistema establecido uniéndose a este. La presión casi siempre funciona en la dirección opuesta, aunque de manera sutil y con el tiempo, al reducir los horizontes de posibilidades para que se ajusten a lo esperado. Después de todo, entre más involucrada está una persona en cualquier sistema, es menos probable que le haga frente.

Es por eso que el impacto de un rechazo muy público de la invitación de Pepsi podría haber sido tan grande: una señal de que, finalmente, una fundación importante está dispuesta a atenuar sus vínculos con el mundo empresarial y centrar toda su atención en esas decenas de miles de personas que están trabajando en el filo del cambio social.

Nadie espera que los presidentes de las fundaciones trabajen gratis, pero no es descabellado esperar que haya congruencia entre sus acciones y sus palabras. Como en este caso, la congruencia ciertamente implica ciertos sacrificios, pero estos palidecen en comparación con la fortaleza y la solidaridad adicionales que se generan en el proceso. Esto es mucho más importante para la lucha a largo plazo por la transformación social.

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