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Date :  2016-08-20
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Ciudadanía Planetaria

Source :  Edgar Montiel


Para dar de comer a 8 mil millones de personas el año 2030, el mundo necesitará aumentar su producción anual de carne de 14 a 39 millones de toneladas, casi triplicarse. Y elevar las de carnero de 4 a 11 millones de toneladas. Las de cerdo subir de 21 a 56 millones de toneladas, mas de dos veces y medio. Y respecto a pollos y huevos, tendrá que aumentar la producción de 22 a 82 millones de toneladas pollos, es decir producir casi cuatro veces mas; y los huevos aumentar de 14 a 38 millones de toneladas por año. [1]

Este ritmo desenfrenado de producción llevaría a profundizar un modelo ecocida, con consecuencias irreversibles para el planeta. Aumentaría el recalentamiento climático, pues la producción de carnes es la que tiene mayor efecto invernadero en la atmósfera, con un impacto traumático en el precario equilibrio de los ecosistemas del mundo. Qué dice el Informe Mundial del Planeta 2014, que elaboró un Indicador Planeta Viviente para medir los cambios producidos en base a una muestra representativa de 10 mil poblaciones de mamíferos, pájaros, reptiles, anfibios y pescados. Los resultados revelan una impactante caída de 52% de estas especies claves desde 1970.[2] Esto es el indicador de un colapso, que en 44 años la masa viviente (biomasa) de estas especies se reducirán a menos de la mitad.

¿Qué modificaciones provoca esta disminución de biomasa en el complejo engranaje cíclico de la reproducción natural? La polinización de los pájaros para la reproducción de plantas se reduce. Los pollos -que viven de harina de pescado- dispondrán de menos recursos alimenticios. Con menos polinización habrá también menos hierbas para el pastoreo animal, además de menor harina de pescado disponible. La escasez de animales anfibios empobrecerá en nutrientes las aguas, generando una reducción de peces en lagos, ríos y costas. “Las aguas cristalinas no dan abundantes peces”, recuerda un viejo proverbio chino. Este perenne intercambio molecular hace posible la cadena de reproducción de la vida animal, vegetal y humana. ¿Qué hacer ante tendencias lesivas que trastornan la vida colectiva de nuestro mundo?

Esta inédita circunstancia de la humanidad debía interpelarnos a todos. Comprobar en carne propia que la finitud del agua, los alimentos, el oxigeno, la energía, es una realidad que nos amenaza, que la duración no resulta un principio abstracto y lejano. La acción del Hombre con sus modos prometeicos de producir y consumir han desatado una enfermedad antropogénica en el planeta. En el libro colectivo Pensar un mundo durable para todos expresamos la “urgencia de reflexionar sobre la posición de América en este nuevo contexto planetario, el deber del filósofo de pensar una ciudadanía comprometida con el planeta en un mundo durable para todos”. [3]

A este fin, el aporte efectuado por el filósofo Edgar Morin -exponente mayor del pensamiento complejo- resultó crucial, al argumentar que la construcción colectiva de una Tierra-Patria en tanto “comunidad de destino planetario” demandaba una conciencia terrenal activa, conformada por una conciencia antropológica (reconocer nuestra unidad en nuestra diversidad humana); conciencia ecológica (de los lazos consustanciales que nos unen con todos los seres vivientes en una misma biosfera); conciencia cívica terrenal (de responsabilidad y solidaridad entre todos los hijos e hijas de la Tierra); Conciencia espiritual (elaborar un pensamiento complejo para criticarnos y comprendernos entre sí).

Esta realidad planetaria invoca un viraje hacia una nueva moral. Las ciencias confirman que el universo es una entidad viviente, actuante, donde todos los seres y los sucesos están vinculados, inter-relacionados en un movimiento perpetuo. Para la antigua moral estoica, aquella de Zenón y Séneca, vivir conforme a la naturaleza significaba incorporarse a ese orden necesario, ya determinado.[4] La adhesión a un orden natural es distinta en la cosmología actual del universo. Hemos avanzado en el conocimiento del cosmos. Ahora se trata de dotar de una conciencia ecológica al ciudadano, para que vea y sienta los vínculos consustanciales que existen entre todos los seres humanos, y entre éstos y el resto de entidades de la naturaleza: animales, plantas, minerales (todos estamos hechos de las mismas materias). Y de fortalecer su identidad terrenal, para que, conscientes de la reciprocidad planetaria, podamos actuar colectivamente en defensa de los bienes comunes universales, comenzando por el principal e ineludible, la Biosfera, madre protectora, que heredamos en el largo tiempo de miles y miles de generaciones, que ahora tenemos la responsabilidad de trasmitir a las nuevas. El género humano, única especie inteligente, razonante, tiene el deber moral y práctico de proteger y defender el planeta, en nombre de todas las entidades vivientes. Se trata de un deber moral y de inteligencia, análoga a la que establece el derecho positivo cuando sanciona al Estado o al ciudadano en caso de “no asistencia a persona en peligro”. Este principio sirve a las leyes actuales que protegen a los animales en tanto “seres sensibles”. [5]

Importa mucho que esta acción colectiva no se limite a lo local y nacional, sino que se inscriba en una dinámica mundial de defensa de la Vida en todas sus formas y de los bienes comunes universales, ese es el sentido de construir una Ciudadanía planetaria, expresión de una conciencia planetaria. El concepto de Bien Común es muy antiguo, para los filósofos y teólogos de principios de la era cristiana éstos eran los bienes que el Dios Creador nos legó a todos como comunidad, no para posesión privada de particulares. Bienes como los ríos y los mares (con sus aguas y sus peces), las tierras (con sus frutos y sus animales), la energía, el aire, las montañas, los cielos, el espacio, la luna, el sol etc. Pero también bienes comunes intangibles, como las costumbres, la lengua, el saber, la cultura, la honra, etc. En la Edad Media esos bienes comunes fueron incorporados al Derecho Natural y al Derecho de Gentes. Para dar plena validez a estos principios y convertirlos en Derecho positivo -no mera tradición- se hicieron las revoluciones ciudadanas de la Era Moderna, como la Revolución Francesa. Grandes figuras de la Humanidad defendieron estas causas, como Vitoria, Las Casas, Inca Garcilaso, Grotius[6], Jean Bodin, Pufendorf, Hobbes, Locke, Vattel, Jefferson, Rousseau, Voltaire, Kant, entre otros.

Pasada la época de los grandes capitanes de la industria, hoy en día la oligarquía financiera, las megaestructuras tecnológicas, los megaconsorcios extractivistas, y ciertos Estados rendidos, se apropian en particular del patrimonio común de la humanidad: el agua (incluyendo las lluvias), el aire (y la energía que generan), los conocimientos -los saberes- la cultura (vía patentes), el mar con sus peces, los metales, la energía fósil, las tierras comunitarias, el espacio (incluido el ciberespacio), el espacio aéreo, el espectro de telecomunicaciones, y ahora se produce una carrera por la apropiación de los recursos de la Luna y de Marte. Se está produciendo un proceso brutal de privatización del patrimonio común y de su concentración en manos de megaconsorcios. Estamos en la era del cosmo-capitalismo y el capitalismo numérico, que atenta, además de los bienes tangibles, contra las libertades. [7]

A un reto de esta magnitud debe responder otro semejante, desde el lado de la ciudadanía mundial, de los derechos humanos de todas las patrias, unidos en la defensa de un mundo durable para todos basado en un Derecho Cosmopolíta. Kant sostuvo -aleccionado por la Constitución de las colonias inglesas como República Federal, como Estados Unidos de América- que el comercio entre los pueblos sería un factor de paz, entendimiento y prosperidad entre las naciones. Y no le faltó razón.

Es cuando escribe que “El derecho de ciudadanía mundial debe asentarse en las condiciones de una universal hospitalidad...Fúndase este derecho en la común posesión de la superficie de la tierra”.[8] Estas luces abonaron ese magno movimiento que fueron la Independencia de las Naciones y las Revoluciones por los Derechos Humanos. Con estas ideas se fundaron las Naciones Unidas.

Hoy en día un comercio ciego, insaciable, nos lleva al desastre, al romper las armonías esenciales entre la Sociedad y la Naturaleza. Grave problema para los Estados, las Sociedades, las Naciones Unidas. Por eso la ONU se ha propuesto como meta mundial para el 2030 Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), es decir duraderos, centrados en la reducción significativa de la pobreza, la exclusión y el hambre; detener el recalentamiento climático, preservar las aguas y las energías; y promover una vida sana, con una educación para la equidad y la igualdad de géneros. Pero, ¿que podría hacer el ciudadano de a pie, la familia, la escuela, la universidad, las iglesias, las asociaciones del barrio, por ese mundo durable y para todos?

Es mucho lo que se puede hacer como individuos o como sociedad. Comenzando por tener una educación para el consumo. Estamos atrapados por un consumo compulsivo, forzado por una oferta mundial de gran escala, consumidora desbocada de materias primas baratas (y obreros mal pagados). Resultado: una oferta caudalosa para convencer a clientes con una doble presión, la del inmenso arsenal publicitario y la presión social que el propio consumismo genera (el efecto “bola de nieve”). El mercado ha incorporado a todos los grupos etarios como consumidores a explotar, comenzando por su oferta para bebes, “adultiza” el consumo de niños y niñas con ropas y zapatos y artefactos electrónicos inflando sus demandas; los adolescentes son otro grupo etario voraz, altamente consumidor en ropas, zapatos, comidas, celulares, computadoras, cámaras, ¡último modelo por favor¡ La moral del mercado es que todo se vende y todo se compra. Todo tiene un precio. Es el valor que predomina sobre los otros.

El problema de este modo de producir y consumir es que sus insumos tienen un alto impacto ambiental. Al que se suma la drástica “reducción de tiempo útil” de los productos. Antes, una lavadora, un frigo, un auto, duraba al menos una década. Hoy el ciclo de innovación se ha acelerado, se cambian modelos en permanencia, sólo para aumentar el lucro. Este estilo de producción iniciado hace 60 años -con las cámaras de foto y filmadoras- se ha generalizado, la innovación perpetua se ha vuelto obligatoria para ser competitivo en el mercado. Esta rotación acelerada de artefactos genera millones de toneladas de basura, subiendo la contaminación ambiental. Hay países pobres que aceptan recibir desechos. Prolifera en el mundo una lógica productiva basada en lo ligero, frágil y desechable: hay exceso en el empaquetado como en los platos de comida de restaurantes, se reduce los componentes curativos de medicamentos, los artefactos son de materiales ligeros. Se reducen los costos y se suben los precios de venta. No hay regulación sobre esto, el Estado no protege al consumidor. Las fuerzas ciegas mandan.

Tal lógica es contraria al mundo durable, al vivir para consumir, al culto de lo efímero, aparencial, de adoración de las cosas. Esta cosificación olvida que las personas y la comunidad tienen una dignidad no un precio. Que hay valores de reciprocidad, de cooperación, de solidaridad individual y colectiva; que se requiere adquirir nuevos hábitos para una reproducción sostenible de la vida. A esto ayudará mucho una Educación práctica de vida sostenible -como se proponen los ODS- , una Ciencia con sentido ecológico (como la experiencia de producción de carnes y huevos en laboratorios, ¡sabroso y sin colesterol¡), y la cooperación entre Culturas, que ayudaran al entendimiento entre los pueblos, reduciendo la conflictividad y ampliando los vínculos sociales, construyendo empatías.

El reto es muy grande, mantener encendida la luz de la cultura crítica. Esa luz del saber que debe llegar al elector o al comprador, a los niños y niñas, a los jóvenes. Vivimos en una sociedad del espectáculo, en la era de la imagen[9], donde todo lo que toca una cámara se vuelve diversión, entretenimiento: una guerra en directo, una ceremonia del Papa, un terremoto o tsunami, una protesta popular o un acto terrorista. El videotismo futbolístico es el mal ejemplo. Necesitamos reeducar nuestra mirada, avivar nuestra razón, sumar nuestros actos a la resistencia contra la degradación de nuestro mundo. Convendría hoy emular a los estoicos del pasado, su existencia frugal, la vida sobria, el sentido de fraternidad con los otros, probos en política y serenos en la adversidad, y aspirar juntos a una vida larga, durable...

[1] Philippe Boulet-Gercourt (Corresponsal en USA). “Recherche: Que mangeons nous démain? Le nouvel observateur, Paris 2 octubre 2014
[2] WWF International Rapport Planete vivant 2014. Les hommes, les especes, des espaces et des écosistemes. En colaboración con ZLS, Londres; GFN, USA; WFN, Paises Bajos, 2014
[3] Edgar Montiel, director, Pensar un mundo durable para todos, UNESCO, Universidad Mayor de San Marcos, Lima 2014. Con contribuciones de Edgar Morin, Enrique Dussel, Hugo Biagini, Ana de Miguel, Raúl Fornet-Betancourt, Alejandro Serrano Calderas, Pedro Reygadas, entre otros. El libro se puede encontrar en http://www.cecies.org/imagenes/edicion_595.pdf
[4] Seneca, Lettres á Lucilius. Flammarion, Paris 1977
[5] Sobre los principios de protección al animal puede verse Sans offenser le genre humain. Réflexion sur la cause animale, de Elizabeth de Fontenoy, Albin Michel, Paris 2008; y Les droits de l' animal de Jean-Marie Coulon y Jean-Claude Nouet, Editions Dalloz, Paris 2009
[6] Hugo Grotius, con su célebre tratado El derecho de la guerra y de la paz (1625) ha reunido el mas completo volumen que estudia los principios del Derecho Natural y del Derecho de Gentes, otorgándoles un estatuto jurídico pleno, según los cánones de la era Moderna.
[7] Pierre Dardot, Christian Laval. Commun. Essai sur la révolution au XXI siecle. La Découverte, Paris 2014
[8] Immanuel Kant, Sobre la Paz Perpetua, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra.
[9] Edgar Montiel, El poder de la cultura. Recurso estratégico del desarrollo durable y la gobernanza democrática. FCE, Lima 2010


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