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Date :  2016-06-24
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Globalización y digitalización, mezcla problemática


Los votantes estadounidenses están enojados. Pero aunque la lista de sus quejas la encabezan los efectos negativos de la globalización, reducir cuestiones económicas complejas a eslóganes simplistas (como se ha hecho en la campaña presidencial hasta ahora) no beneficia a nadie.

No es justo desestimar como infundado el malestar con la globalización; Estados Unidos se merece un debate honesto sobre sus efectos. Pero para producir soluciones constructivas, todas las partes tendrán que admitir algunas verdades incómodas y reconocer que la globalización no es el mismo fenómeno de hace 20 años.

Los proteccionistas no aceptan que el debilitamiento de la base industrial de Estados Unidos sea compatible con el principio de que la globalización estimula el crecimiento. Pero la evidencia favorable a ese principio es demasiado sustancial para ignorarla.

Una investigación reciente del McKinsey Global Institute (MGI) corrobora los hallazgos de otros estudiosos: los flujos globales de bienes, inversión extranjera directa y datos aumentaron el PIB global aproximadamente un 10% en comparación con lo que hubiera sido sin esos flujos. Solo en 2014, el valor adicional provisto por la globalización ascendió a 7,8 billones de dólares.

Y sin embargo, las fábricas cerradas que tachonan el declinante cinturón industrial del Medio Oeste estadounidense son reales. Aunque la globalización genera crecimiento agregado, también produce ganadores y perdedores. Exponer las industrias locales a la competencia internacional estimula la eficiencia y la innovación, pero la destrucción creativa resultante se cobra un precio sustancial en las familias y las comunidades.

Economistas y políticos son igualmente culpables de restar importancia a esas consecuencias distributivas. La teoría dice que los países que se abren al libre comercio encontrarán nuevos canales para el crecimiento a largo plazo, y que los trabajadores que pierdan sus empleos en una industria lo hallarán en otra.

Pero en el mundo real, este proceso es complicado y prolongado. Puede ocurrir que los trabajadores de una industria en retroceso necesiten habilidades totalmente nuevas para hallar empleo en otros sectores, y para acceder a esas oportunidades tal vez deban subir a sus familias al auto y cortar con sus raíces. Fue necesaria una reacción popular contra el libre comercio para que los políticos y los medios reconozcan la magnitud de este trastorno.

Reacción que a nadie debió tomar por sorpresa. Las políticas laborales y sistemas de capacitación tradicionales no estuvieron a la altura de la tarea de hacer frente a los grandes cambios provocados por las fuerzas gemelas de la globalización y la automatización. Estados Unidos necesita propuestas concretas para ayudar a los trabajadores atrapados en transiciones estructurales, y voluntad para considerar estrategias nuevas, como el seguro de salario complementario.

Pero contra lo que dice la retórica de campaña, un proteccionismo simplista perjudicaría a los consumidores. Un estudio reciente del Consejo de Asesores Económicos de la presidencia de los Estados Unidos determinó que los estadounidenses de clase media obtienen del comercio internacional más de la cuarta parte de su poder adquisitivo. En cualquier caso, imponer aranceles a los bienes importados no traerá de regreso los empleos fabriles perdidos.

Es hora de cambiar los parámetros del debate y reconocer que la globalización se convirtió en algo totalmente diferente: el comercio internacional de bienes dejó de crecer, por una variedad de razones que incluyen el derrumbe de precios de las materias primas, la desaceleración de muchas grandes economías y una tendencia a producir los bienes más cerca del lugar de consumo. En cambio, durante la última década el flujo transfronterizo de datos se multiplicó por 45, y ahora genera más impacto económico que los flujos de bienes manufacturados tradicionales.

La digitalización lo cambia todo: la naturaleza de los bienes comerciados, el universo de posibles proveedores y clientes, el método de entrega y los requisitos de capital y escala para operar en el nivel global. También implica que la globalización ya no es ámbito exclusivo de las empresas listadas en el Fortune 500.

Una parte importante y cada vez mayor del tráfico global en Internet surge de la interacción de empresas con sus filiales, proveedores y clientes en el extranjero. La mitad de los servicios que se comercian en el mundo están digitalizados, y 12% del intercambio global de bienes se realiza a través del comercio electrónico internacional. Mercados virtuales como Alibaba, eBay y Amazon convierten a millones de pequeñas empresas en exportadoras. Es una enorme oportunidad desaprovechada para Estados Unidos, donde menos del 1% de las empresas exportan, mucho menos que en cualquier otra economía avanzada.

A pesar de toda la retórica anticomercio, es crucial que los estadounidenses tengan presente que la mayoría de los clientes del mundo están fuera de Estados Unidos. Las economías emergentes de rápido crecimiento serán las principales fuentes de aumento del consumo en los años venideros.

Es el peor momento posible para ponerse a erigir barreras. El nuevo paisaje digital todavía no terminó de tomar forma, y los países tienen ante sí una oportunidad de redefinir sus ventajas comparativas. Aunque Estados Unidos haya perdido en la competencia mundial por la mano de obra barata, su posición en un mundo definido por la globalización digital es fuerte.

El movimiento fluido de innovaciones, información, bienes, servicios y (también) de personas genera valor real. En momentos en que Estados Unidos se esfuerza por reactivar su economía, no puede darse el lujo de cerrarse a una fuente importante de crecimiento.

Los políticos estadounidenses deben adoptar una visión más clara y matizada de la globalización, que permita responder mejor a sus efectos negativos (no solo en relación con la pérdida de empleos en casa, sino también con la laxitud de las normas laborales y ambientales de los socios comerciales de Estados Unidos). Y sobre todo, Estados Unidos debe abandonar la idea de volver al pasado, y empezar a concentrarse en cómo competir en la próxima era de globalización.

Traducción: Esteban Flamini


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