Ante la publicidad mercantilista que ha recibido el concepto de diversidad cultural, restándole todo valor e interés, parece imprescindible volver a hacer de ella un concepto, restituirle su dignidad y unicidad, claramente ancladas en su horizonte contemporáneo. Para ello, propongo tomar cinco palabras como puntos de referencia: “diversa”, “cultural”, “dinámica”, “respuesta” y “proyecto”.
La diversidad cultural es diversa, lo cual constituye el primer sujeto de omisión y de deslices colectivos. Como si lo diverso de diversidad fuera evidente, y como si todos la entendieran de manera homogénea, idéntica…¡y, justamente, no diversa! A su vez, ese diverso, no debe confundirse con otros equivalentes más comunes: lo diferente, lo plural, lo múltiple, lo variado, etc. Lo diverso reclama una dignidad lógica y ontológica propia. Hay que reconocer, desde el inicio, que lo diverso de la diversidad, en su acepción contemporánea en las lenguas latinas y anglosajonas, no es más que una noción bastante débil y aproximativa – que no se trata, de ningún modo, de un concepto. Parece pues urgente hacer surgir el todavía-no-concepto de diversidad de esta flacidez amable y simpática que le ha dado su éxito. En este sentido, el retorno a la acepción latina de diversus me parece imprescindible. Por el modo en que César, Salusto y Tácito lo empleaban, se desprende que el significado es el de opuesto, divergente, contradictorio, diferente en sentido activo, y no en el sentido, hoy dominante, de variado o múltiple. Divertere significa girarse en una dirección diferente, desprenderse, separarse, alejarse. Hay constantemente una dimensión de movimiento y de lucha, pero también, simplemente, de la vida. Nada de ello tiene que ver con un estado puramente contable –sino administrativo- de la variedad o de la multiplicidad.
La diversidad cultural, ¡es cultural! No se trata de una tautología, en particular a la luz de la confusión entre los destinos de la biodiversidad y de la diversidad cultural predicada en la Cumbre Mundial por el Desarrollo Sostenible (Johannesburg, agosto 2002) y de la prédica a favor de la lucha por la preservación de ambos tipos de diversidad (1). Imaginar reforzar la diversidad cultural naturalizándola, repatriándola al orden de la naturaleza, sería no solo ingenuo, sino también criminal del punto de vista antropológico y filosófico. Tendría por corolario y consecuencia la sencilla negación de la especificidad de la cultura y el amalgamiento de la tradición intelectual moderna que de ella se ha ocupado. Al contrario, lo diversus de la diversidad cultural debe proclamar su etimología para recordar que no hay, ni puede haber, diversidad cultural fuera de la lucha de las formas culturales contra la “naturaleza” y su misma “biodiversidad” y contra otras formas culturales. Lo diverso cultural sólo se vuelve aquello que es probándose en esta lucha doble e incesante con lo biodiverso y con sí mismo (con el otro y la multiplicidad de culturas).
La diversidad cultural debe ser dinámica, y serlo sin reposo, pues de otro modo se reduciría a la forma muerta del inventario patrimonial. Esto puede parecer evidente, pero la misma idea de “preservar y promover la diversidad cultural”, que con justicia ha adquirido una cierta notoriedad desde que en el 2 de noviembre 2001 se aprobara la Declaración Universal de la UNESCO, es aún demasiado estática, por más que se proclame claramente como un proceso o un movimiento; parece tratarse de normalizar primero, para luego “gestionar mejor” la diversidad cultural. Frente a esta actitud (política convencional) de evitar sistemáticamente aquello de lo diversus que podría ofender, sugiero valorizar las ambigüidades y contradicciones inherentes a la dinámica intercultural: reivindicar que la diversidad cultural sea dinámica presupone renunciar a una diversidad angelical, necesariamente “buena”.
La diversidad cultural debe salir de su estatus ordinario de “cuestión” para ser comprendida como una “respuesta”. Comúnmente, se considera que de la diversidad cultural surge un movimiento de interrogaciones que se reduce a poca cosa, y así nos interrogamos sobre el sentido y los límites de la diversidad cultural, nos esforzamos por inventoriar las formas, debatimos sobre la desaparición de patrimonios, etc. Sin embargo no ponemos la idea de que debe existir una respuesta en el centro de la reflexión y de la acción que ésta suscita: una respuesta política, una respuesta social, una respuesta educativa, o incluso una respuesta económica. Propongo percibir la diversidad cultural como pregunta y respuesta simultáneamente: una pregunta formulada incesante y lacinantemente sobre lo que podría ser y una respuesta que no deja de encontrar, de inventar y de encontrarse. La respuesta que porta en sí la diversidad cultural es el Aufhebung hegeliano: aquello que “suprime”, mientras “mantiene” y “recrea” – este relevo (relève), como traduce Derrida que recuerda su historia aboliéndola, que es capaz de superar dicha historia asumiendo sus crímenes y grandezas, un relevo que lleva el movimiento de cultura más lejos.
La diversidad cultural debe volverse aquello que es –o no debería haber dejado de ser-, un proyecto: un conjunto coherente y sistemático de análisis, tesis, fines y medios que, compartido por una comunidad de intereses (en este caso, el interés público y el interés general), sea puesto en marcha por ella para alcanzar los fines que se ha fijado. Para empezar, un proyecto teórico. La mayor urgencia es un trabajo de refundación crítica que exija que este concepto sea fundado en razón, sin restricciones a priori, en todas sus modalidades y a la prueba de todas las culturas –especialmente las culturas no occidentales. En este sentido, es preciso notar que lo esencial del trabajo en cuestión ha sido ya realizado y que se trata sobretodo de reunirlo y confrontarlo de manera contradictoria e interdisciplinaria, más que de “rehacerlo”. En segundo lugar, un proyecto jurídico. Se trata de retomar las cosas ahí donde han sido desatendidas y dar a la diversidad cultural una solidez irrevocable con la ayuda de la filosofía, las ciencias sociales y las ciencias humanas, por un lado, y el derecho privado, público e internacional, por el otro. Se trata de reconstruir lazos entre disciplinas haciéndolas confluir en la elaboración de un cuerpo general de la diversidad cultural, capaz de responder a las exigencias actuales de la escena multilateral diplomática y comercial. Es preciso aquí también inscribir toda posible política de la diversidad cultural en bases construidas (a menudo desde hace tiempo) por la filosofía, las ciencias humanas, las ciencias sociales y el derecho. Entonces la diversidad cultural podrá volverse aquel verdadero proyecto político que no podía dejar de ser, con el fin de afirmar, reiterar, la imposibilidad de reducir el gran campo educativo, lingüístico y cultural al plano mercantil, con el fin de imponer de manera perenne su exención de las reglas normativas del derecho comercial – con el fin de responder a la estrategia de dominación ilimitada de las grandes compañías privadas con una estrategia de dominación sin reservas del interés general y público.
(1) Ver la mesa redonda Diversidad cultural, diversidad biológica y desarrollo sostenible, que tuvo lugar en Johannesburg el 3 de septiembre 2002.
(Texto completo : http://www.mondialisations.org/php/public/art.php?id=6143&lan=ES)