Un agente externo que invada un territorio soberano, escape a los medios de detección, mate a civiles y haga tambalear la economía supone una amenaza para la seguridad desde todos los puntos de vista. No todas las enfermedades nuevas son altamente mortíferas y contagiosas y pueden propagarse a otros países, desencadenando el pánico que hemos visto, pero las que reúnen esas condiciones constituyen auténticas amenazas internacionales para la seguridad sanitaria.
Vivimos en un mundo donde la salud se ve amenazada por la velocidad y la frecuencia de los viajes aéreos, por nuestra manera de producir los alimentos y comerciar con ellos, por nuestra manera de hacer uso y abuso de los antibióticos, y por nuestra manera de gestionar el medio ambiente.
Todas esas actividades influyen en una de las mayores amenazas directas a la seguridad sanitaria, a saber, los brotes de enfermedades emergentes y epidemiógenas.
Los brotes epidémicos son eventos de salud pública singulares por su capacidad de atravesar las fronteras nacionales sin ser detectados y sin arredrarse. Las defensas tradicionales implantadas en las fronteras nacionales no protegen contra los microbios que pueda estar incubando un viajero aparentemente sano o un insecto oculto en una bodega de carga.
Todos los países corren riesgo, y esa vulnerabilidad universal exige medios de defensa colectivos y una responsabilidad compartida para garantizar que esos medios funcionen.
Los brotes epidémicos son hoy una amenaza mucho mayor que la que representaban hace sólo tres décadas. Y ello por dos razones.
En primer lugar, los cambios experimentados por la relación del hombre con el planeta han provocado la aparición de nuevas enfermedades en cantidades sin precedentes. En los treinta años transcurridos entre 1973 y 2003, cuando apareció el SRAS, se identificaron 39 agentes patógenos nuevos.
Sus nombres son sobradamente conocidos en algunos casos: Ebola, VIH/SIDA, y los microorganismos responsables del síndrome del choque tóxico y de la enfermedad del legionario. A ello hay que añadir las nuevas formas epidémicas de cólera y meningitis, los virus Hanta, Hendra y Nipah, y la gripe aviar por H5N1.
Se trata de una tendencia ominosa. Históricamente no tiene precedentes, y no cabe duda de que persistirá.
En segundo lugar, las peculiares condiciones imperantes en el siglo XXI han amplificado el poder invasivo y desorganizador de los brotes epidémicos. Nos desplazamos continuamente. Las líneas aéreas transportan hoy a casi dos mil millones de pasajeros anuales. El SRAS nos demostró lo rápidamente que puede propagarse una enfermedad nueva aprovechando las rutas de los vuelos internacionales.
Los mercados financieros están muy interrelacionados, y las empresas recurren a la externalización global y a la producción "justo a tiempo". Esas tendencias significan que las perturbaciones causadas por un brote en una parte del mundo pueden tener un fuerte impacto en todo el sistema financiero y comercial mundial. Por último, la interconexión electrónica extiende el pánico con similar alcance y rapidez. Esto ha hecho a todos los países vulnerables: no sólo a la invasión de sus territorios por agentes patógenos, sino también al impacto económico y social que tengan los brotes en otros lugares. Algunos expertos opinan incluso que la noción de brote "localizado" ya no tiene sentido. Si la enfermedad es mortal o temible, o si se propaga de forma explosiva, siempre habrá repercusiones internacionales.
La parte positiva es que, debido a la transparencia electrónica de nuestro mundo, es difícil que un país pueda ocultar un brote. Las noticias siempre conseguirán filtrarse. El pasado año, las noticias aparecidas en los medios fueron la primera alerta en más del 52% de los 197 brotes verificados -sólo ese año- por la OMS.
En junio de este año entrará en vigor el Reglamento Sanitario Internacional revisado. Por vez primera, se autoriza a la OMS a actuar basándose en las noticias aparecidas en los medios para solicitar la verificación y ofrecer su colaboración al país afectado. Si se rechaza esa oferta, la OMS puede alertar al mundo ante la posible emergencia de importancia internacional utilizando información distinta de las notificaciones oficiales del gobierno en cuestión. Éste es un paso importante para nuestra seguridad colectiva.
La mejor defensa contra las enfermedades emergentes y epidemiógenas no son las barreras pasivas interpuestas en las fronteras, los aeropuertos y los puertos marítimos, sino una gestión proactiva de los riesgos que intente detectar los brotes con prontitud y frenarlos en su origen, esto es, antes de que se conviertan en una amenaza internacional. Hoy estamos bien preparados para tomar ese tipo de medidas preventivas.
Me he referido al papel de los cambios que ha sufrido la relación entre el hombre y nuestro planeta. Una lista de esos cambios puede ayudarnos a entender las múltiples dimensiones de la seguridad sanitaria. La evolución constante es el mecanismo de supervivencia del mundo microbiano. Pudiendo multiplicarse por más de un millón en un solo día, los microorganismos están bien preparados para aprovechar cualquier oportunidad que les demos para adaptarse, invadirnos y evadir las defensas.
Y esas ocasiones son muy numerosas. La presión del crecimiento demográfico empuja a la gente hacia zonas antes deshabitadas, lo que altera el delicado equilibrio existente entre los microbios y sus reservorios naturales. Eso crea oportunidades de aparición de nuevas enfermedades.
El crecimiento demográfico obliga a la gente a estar en estrecho contacto con los animales domésticos, lo que genera presiones evolutivas y oportunidades para que los agentes patógenos salten las barreras entre especies. Aproximadamente un 75% de todos los agentes patógenos emergentes capaces de infectar al hombre causaban originalmente enfermedades en los animales.
La urbanización ha llevado a los insectos vectores a adaptar sus hábitos reproductivos, a aprender la manera de proliferar entre los desperdicios urbanos. El hacinamiento urbano en condiciones insalubres contribuye también a crear unas circunstancias ideales para la aparición de epidemias explosivas de enfermedades bien conocidas, como la fiebre amarilla y el dengue.
El deterioro del medio y los cambios del clima hacen que enfermedades conocidas irrumpan en lugares y momentos inhabituales y afecten a más personas que nunca.
La producción intensiva de alimentos, incluido el uso de antibióticos en animales, crea presiones adicionales en el mundo microbiano, provocando mutaciones y adaptaciones, en particular el fenómeno de la farmacorresistencia.
En la especie humana, el mal uso de los antimicrobianos está haciendo que medicamentos de primera línea pierdan su efecto a un ritmo mucho más rápido que el del desarrollo de los fármacos llamados a reemplazarlos. Si persiste esa tendencia, podemos presagiar un mundo en el que los antibióticos más importantes habrán perdido toda eficacia. Y no olvidemos que las cepas farmacorresistentes de virus y bacterias también se desplazan con facilidad de un país a otro.
El Día Mundial de la Salud, dedicado este año a la seguridad sanitaria internacional, se centra en esas amenazas complejas e interrelacionadas para nuestra seguridad colectiva.
En este mundo móvil, interdependiente e interconectado, las amenazas que suponen las enfermedades emergentes y epidemiógenas afectan a todos los países, y resaltan la necesidad de compartir las responsabilidades y de tomar medidas colectivas para contrarrestar la vulnerabilidad universal, incluso en sectores muy alejados de la salud.