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Date :  2006-01-24
langue :  Espagnol
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Africanidad

Africanidad

Source :  Dina V. Picotti C.


Las culturas negro-africanas son deudoras de una larga y rica historia; plurales y diversas, aunque con rasgos comunes que les imprimen un sello propio, y recreadas en la diáspora, que se produce sobre todo a partir del proceso de esclavitud en América y otros continentes, y se continúa a través de migraciones posteriores.

A pesar de su situación desfavorable en las relaciones de poder, hasta el punto de haber sido los negros rebajados al último grado de la escala social y no ser considerados más que mercancía de trabajo, fueron penetrando con sus rasgos identitarios todos los aspectos de la vida de las sociedades receptoras. Se trata de registrar no sólo su presencia en el mundo actual sino el valor de la misma. Para ello es preciso ante todo un enfoque adecuado, en tanto hasta hace poco el Africa negra, sus modelos culturales y hasta el potencial de sus pueblos fueron objeto de una larga historia de distorsión, y si bien hoy cuentan con la situación más favorable de las ciencias sociales tras el debate epistemológico y metodológico del último siglo en búsqueda de modelos más adecuados a sus objetos específicos, requieren aún ajustes en diversos aspectos, que hacen a la captación de su singularidad.

Grandes zonas de América Latina, como Brasil y el Caribe, son en buena parte negras, y otras tienen determinados sectores y una innegable proporción en una población innegablemente mestiza, por lo que se habla a su respecto de la tercera raíz. También están presentes en los países europeos de manera visible, sea a lo largo de la historia a través del proceso de esclavitud o integrando el mundo árabe como en España, como a través de migraciones más o menos recientes. La presencia física negra es también importante en países asiáticos en calidad de componente histórico de la población, fácil de advertir en India, Oceanía y el Medio Oriente. Su presencia cultural es también inocultable, no sólo en el arte, donde parece resaltar más, sino en todos los aspectos de la vida. Si bien los pueblos del Africa negra, fueron desestructurados y quebrados en su propio despliegue por los procesos de colonización, divididos y enfrentados entre sí, aún después de los movimientos de liberación e independencia, al punto de que no han podido lograr hasta hoy una organización socio-política-económica favorable para sus respectivas poblaciones; es posible, considerándolos en su continuum histórico (1), registrar y valorar los rasgos típicos de sus culturas y su capacidad de participación activa en el actual proceso de mundialización, no como mera supervivencia de rasgos culturales sino como factor intrínseco en la construcción de las sociedades.

El africano, desde la máxima negación a la que fue sometido a través de la colonización y la esclavitud, supo sin embargo devolver mediante sus ritmos, danza, canto, poesía y demás formas de pensar y lenguaje la mejor superación de los límites y abyecciones de una lógica instrumental y ser señor en espíritu. De hecho, la danza, que acompaña a todos sus actos, vuelve a conferir un sentido religador, que la civilización ha perdido, así como sus cantos y su poesía ofrecen un arma más poderosa que todas las reivindicaciones al establecerse en un nivel diferente (2). Desde todas estas características ha sabido, además, dialogar con todas las otras creaciones musicales que halló, incorporándolas y africanizándolas, según lo demuestran fenómenos tales como el jazz, los espirituales, los ritmos caribeños, el tango argentino, o simplemente buena parte de la rítmica contemporánea, imprimiendo un sello inconfundible. En la obra plástica como en toda otra, lo que sobre todo desde la modernidad se entiende por arte en Occidente, reviste en el sentir africano caracteres propios, diferentes, que es preciso tener en cuenta para no malentenderlo, como ha ocurrido en éste y otros aspectos de su cultura. La obra de arte, literaria, musical o plástica es tal, como lo ha mostrado detenidamente J. Jahn (3), cuando es palabra creadora, eficaz, funcional; de allí que tenga prioridad el proceso creativo de la forma, 'kuntu', la armonía de significado y ritmo, sentido y forma, sobre la obra acabada. Sin embargo, otra forma certera para percibir su grado de presencia y fuerza es la observación de su efecto histórico. Como ya lo han expresado críticos e historiadores del arte, la influencia del Africa subsahariana sobre el arte moderno occidental ha sido decisiva. Para figuras como Derain, Braque, Vlaminck, Matisse, Picasso el encuentro con la estatuaria negro-africana, esos enigmáticos seres humanos desproporcionados, de rostros sobredimensionados y caracteres fuertes, operaron como una verdadera catarsis, una liberación del imaginario (4) en sus búsquedas de renovación de la forma. Continúa hoy inspirando a los pintores y escultores del mundo, como a la mayor parte de los demás ámbitos de la creación artística, comenzando por la música contemporánea.

Una contribución esencial es sin duda la económica. Otros aportes al modus vivendi pudieron ser ignorados, discutidos, disminuidos, pero el económico estuvo identificado con la misma existencia del negro como para no ser reconocido, hasta el punto de que marginado de otros ámbitos no lo pudo ser de éste, sino antes bien fue su tributario más oneroso hasta nuestros días. Y si algo distinguió su esclavitud con respecto a otros modos y épocas de la misma, es el haber recibido una marca económica fundamental, al ser inserto como negro-mercancía en el sistema capitalista europeo y contribuir a su expansión. Pero si nadie pone en duda el aporte económico de su trabajo, aparece más bien una valoración negativa cuando se trata de calibrar el papel desempeñado en la formación sociocultural de los países del nuevo mundo donde fueron insertos en gran cantidad, y en las sociedades en general. Sin embargo los africanos llevaron consigo una fuerte tradición comunitaria; para sobrevivir a la esclavitud y a las formas de exclusión hasta nuestros días, debieron recrearse, por lo que es importante considerar los modos propios de resistencia y organización que pudieron darse teniendo en cuenta el rol básico que cumple en ello el pasado africano.

La africanidad, en fin, significa la presencia en el mundo de un determinado ethos, una forma de vida, un modo de ser, que a pesar de la diversidad interna de las mismas culturas africanas en su lugar de origen y de su recreación en la diáspora, según los contextos en que se insertaron, detenta rasgos básicos comunes; como se ha ido mencionando, principios, reglas tácitas que subyacen en todas sus manifestaciones y explican su unidad en la diversidad de sus readaptaciones y cambios.




Notas:


(1) O. Edet Uya, Historia de la esclavitud negra en las Américas y el Caribe, Claridad, Buenos Aires 1987, acentúa entre otros autores la necesidad de visualizar la historia del Africa subsahariana en su continuun histórico, en el cual el proceso de colonización significa sólo una etapa, con sus inevitables consecuencias, pero no el punto de partida o criterio de comprensión.
(2) Como Sartre señalaba en Orfeo negro, s.n.l.d, a propósito de la poesía negra en comparación con las reivindicaciones proletarias europeas que no salían del circulo de una razón instrumental.
(3) J. Jahn, Muntu: Las culturas de la negritud, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1970, VI.
(4) Cf. Dominique Mataillet, "Un imaginaire libéré-Comment l'Afrique a bouleversé la création occidentale", Jeune Afrique, Nº 1906, p.55, Paris juillet 1997.


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