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Date :  2006-01-18
langue :  Espagnol
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Fundamentalismos

Fundamentalismos


Podemos considerar que uno de los efectos de «la mundialización» es el haber exacerbado los «fundamentalismos», percibidos como reacciones negativas frente a las amenazas que se supone produce «la globalización». En esta perspectiva, se hace referencia al repliegue en la propia identidad, a los fanatismos religiosos más o menos asesinos, a los rechazos violentos de la modernidad como, por ejemplo, las tentativas irrisorias de prohibir los satélites de televisión, la música considerada «decadente», etc. Además, no sorprende que las primeras víctimas de estos repliegues y rechazos sean las mujeres, obligadas a preservar las identidades de la corrosión futura.
En la actualidad, hay una fuerte tendencia a habar de «fundamentalismo» en singular asociando esta palabra a algo que no sabemos muy bien cómo debemos llamar: — ¿«Islamismo»? Cuando establecemos de este modo, sin prestar demasiada atención, una casi-sinonimia entre las dos palabras, olvidamos que los fundamentalismos existen en plural y que todas las religiones conocen uno propio. Así pues, la palabra «fundamentalismos» tiene diversos usos, sobre todo periodísticos, para designar aquello que es fanático, intolerante, violento, liberticida, contrario a la modernidad y al pluralismo; y todo esto en nombre de la religión. Pero, ¿qué sentidos hay detrás de estos usos?

Si «fundamentalismo» hace referencia a la disposición a volver a los fundamentos, a lo originario, es entonces esta disposición la que hay que examinar primero. ¿Qué significa la evocación de los orígenes? Puede significar que se busca la inspiración en aquello que estaba en el origen, en el momento de la fundación, puesto que se busca comprender el espíritu de una religión, encontrarlo en su brote primero y libre, con el objetivo de afrontar mejor las exigencias del presente y encaminarse hacia el futuro. Así pues, aquello que se le pide a lo «fundamental» es que se distinga de lo accesorio, de las interpretaciones que se han interpuesto entre él y la armonía del movimiento continuo de transformación de la realidad que es la religión, y que están petrificadas. Se le pide que vuelva a dar el impulso, una nueva sacudida hacia adelante. En este sentido, existe un fundamentalismo naturalmente orientado no hacia el pasado, sino hacia el futuro, y que, por lo tanto, es reformador. Lo llamaremos «fundamentalismo progresista».

La actitud fundamentalista puede igualmente hacer referencia a la crispación de la voluntad de imitar servilmente «aquello que estaba en el origen» y a las primeras generaciones. Ahora bien, por supuesto, esto es imposible, ya que la vida es innovación y entre la generación de oro y las nuestras se encuentra la Historia. La violencia de este fundamentalismo de la crispación y de la imitación se debe a su odisea por calcular la distancia temporal que nos separa de los orígenes y que se considera como una pérdida del ser. La obsesión por conservar una integridad prima de la que el tiempo sería el enemigo convierte a este fundamentalismo en un «integrismo». De este modo, por poner un ejemplo, la reacción de rechazo de Vaticano II, en la Iglesia católica, ha sido justamente cualificada como integrista. Resulta acertado nombrar a esta actitud, que consiste en lanzar invectivas contra el tiempo: fundamentalismo reaccionario.

El primer fundamentalismo puede engendrar el segundo, o, mejor dicho, degenerar en él. Los reformismos que empezaron queriendo inspirarse en lo «fundamental» han acabado a menudo crispándose y cerrándose al simple rechazo, imposible, de hacer lo contrario que los piadosos ancestros. El hecho de volver atrás para proyectarse mejor hacia adelante siempre quedará a modo de antídoto contra este fundamentalismo reaccionario. A este último, por lo demás, estas palabras del profeta del Islam ya habían dado una respuesta: «No denigréis el tiempo, pues el tiempo es Dios».


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