“La mundialización” no podría ser concebida como una catástrofe climática o un maná divino. Y aquellos que la presentan como “un hecho” designan solamente con esto que intentan imponer una cierta concepción exclusiva, una cierta práctica privativa de la mundialización y que, sobre todo, no desean que el ciudadano se mezcle con ella. Se convierte en algo imperativo salir de esta práctica privativa (cuyas finalidades parecen, sobre todo, económicas y políticas) para devolver a la mundialización a aquello que ella es: un objeto multiforme, complejo, evolutivo, inestable, irreductible a “un hecho” e impositivo de un verdadero enfoque de pensamiento, para ser al fin tomado en su verdad, bajo sus diferentes especies. La punta de lanza de esta mundialización es, así pues, la diversidad, sin la cual ésta estaría desprovista de sentido, y que es la sola que la puede llevar hacia delante de manera aceptable para la Humanidad.
Con este punto de vista y esta perspectiva, el Grupo de Estudios e Investigaciones sobre las Mundializaciones (GERM, en sus siglas francesas) se ha dado por objetivo principal: hacer progresar la investigación multidisciplinar sobre las mundializaciones, pero también la educación y la formación de todos los ciudadanos, con el fin de desarrollar su apropiación crítica de los fenómenos afectados, y su toma en consideración dentro de las diferentes actividades profesionales, intelectuales, pedagógicas y artísticas. El GERM tiene de este modo por misión, en partenariado con el programa Leonardo da Vinci de la Unión Europea, desarrollar en Europa un programa de “formación en la toma de conciencia de las mundializaciones”, a partir de las metodologías y los contenidos innovadores, apoyándose en sus expertos y en las competencias científicas excepcionales de su red transnacional de colaboradores universitarios e institucionales.
I. Una puesta en perspectiva de “la mundialización”.
Es urgente vencer este prisma reduccionista a través del cual “la mundialización” aparece como un fenómeno excepcional, inédito, sin equivalente histórico, que habría nacido a principios de los años 90 con la extensión de las “Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación” y que sería llamado a configurar un mundo enteramente “nuevo”, justificando así el uso del artículo definido (como si esta mundialización fuese la primera…). Al contrario, se trata de revisitar la rica tradición filosófica de las ideas del mundo, desde las cosmogonías antiguas hasta las tentativas contemporáneas de pensar el mundo, pasando por las aportaciones considerables de esos modernos a los que llamamos “Las Luces”. Veremos así que “la mundialización” constituye una preocupación desde hace tanto tiempo como existencia tiene el pensamiento sobre la naturaleza (tema de los primeros escritos presocráticos) y sobre la política. De la misma manera, una atenta relectura de la Historia permitirá situar “la mundialización” actual en una larga estela que ya ha conocido (lista no exclusiva): las mundializaciones griega y, después, romana; la mundialización hispano-portuguesa de los siglos XVI y XVII; la mundialización anglo-holandesa del siglo XVIII; la tentativa de mundialización napoleónica, e incluso la mundialización del último cuarto del siglo XIX.
Esta puesta en perspectiva histórica debería tener como primer efecto la restricción de la difusión de un concepto polémico de “la mundialización” y la introducción en el debate actual del concepto de las mundializaciones. Las mundializaciones son una multiplicidad de procesos en curso, que tocan dominios muy variados, de conexiones y características intrínsicamente complejas, con grados de avance diferentes, cuyo “sentido común”, si es que tiene alguno, aún no permite más que un acceso débil, y que reclaman el trabajo de duda cartesiana y el de la sospecha nietzscheana más que aquel de las certitudes y de la ideología.
En efecto, « La mundialización » presentada en singular, puesta en escena y orquestada por numerosos “líderes de opinión”, se revela como una máquina ideológica, cuya propagación voluntaria sirve para avalar o para denunciar una visión simplista y muy “orientada” del movimiento del mundo actual: para unos, visión positiva, ver apologética (los favores de la mundialización); para otros, visión negra y apocalíptica (los perjuicios de la misma mundialización).
El simplismo que ha hecho del debate actual una peau de chagrin, cuyo objeto cada vez más confuso es “la mundialización”, ha provocado también de paso la formación de una moral binaria empobrecedora. Para esta moral, forjada en común por aquellos a los que llamamos “partidarios” y “adversarios de la mundialización”, no habría más cuestión que la de saber si ésta es “buena” o “mala” (siempre según el presupuesto no demostrado de que ésta sea conocida). A veces, ante el problema aparente de introducir un matiz en esta oposición, se va a llegar a sugerir la distinción entre “la buena y la mala mundialización”, pero las categorías utilizadas son las mismas. La difusión universal de una moral tan sencilla debería ser objeto de una verdadera crítica, puesto que no hemos tomado en consideración todavía su carácter devastador, en particular para la moral de los ciudadanos y ese alejamiento de lo político que les es reprochado.
¿Cómo escapar al simplismo de “la mundialización”? En primer lugar, interesándose por las mundializaciones en su diversidad, que no pueden ser en absoluto reducidas a un motivo de guerra. Puesto que, ¿cómo podríamos estar “a favor” o “contra las mundializaciones” del derecho, de la investigación científica, de las prácticas democráticas? Vemos bien que esta postura no tendría sentido: la complejidad, la riqueza de sentidos que genera este concepto de las mundializaciones obligan a la reflexión y sacan al moralismo de escena. Así, lo que importa no es más el pronunciarse a todo precio sobre “la mundialización”, sino estudiar en su pluralidad y de manera plural (por ejemplo, desde el punto de vista de disciplinas tales como la historia, la antropología, la filosofía, la sociología, la etnología) los procesos de mundialización en marcha en prácticamente todos los dominios: desde las industrias culturales hasta las luchas medioambientales, y desde los usos indumentarios hasta el enjuiciamiento de los crímenes contra la humanidad. Pocos aspectos de la sociedad en la historia contemporánea han generado tantos fantasmas negativos y positivos como “la mundialización”. Es el momento de descender de este reino de sueños para volver al de la política que ha construido la Ciudad, cuyo objeto es el mejor gobierno para todos. Es sólo a través de tal investigación crítica como saldremos del callejón sin salida actual y como llegaremos a formular un juicio “extra-moral” (para retomar una categoría nietzscheana) sobre aquello que es objeto de una polémica cotidiana.
Es necesario también evitar reducir “la mundialización” a su pura dimensión comunicativa evidente, demasiado evidente. “Mundialización” no puede ser solamente de la comunicación, siempre más fácil y rápida, con el otro confín del mundo; esta “mundialización tecnológica” no fabrica la civilización… Por el contrario, prestar atención a esta distinción permite efectivamente regresar a la idea de civilización: aquella de una mundialización que sería civil, porque sería precisamente otra cosa diferente de la comunicación y del comercio facilitados entre los hombres. De la misma manera, si las técnicas que han contribuido después de algunos años a hacer explotar la circulación de las informaciones no pueden ser consideradas como productoras por ellas mismas de una nueva civilización, sí pueden ser puestas al servicio de tal proyecto, al que aún hay que darle forma y sentido.
Por mi parte, no veo otra vía por la que este devenir colectivo restituiría de manera voluntaria y racional (no más emocional) la cuestión de la mundialización en el campo del reparto y no más de la dominación. Situar la mundialización en el campo del reparto no quiere decir manifestar un angelismo naïf en cuanto a las virtudes benéficas que tendrían a priori (de nuevo) los procesos en curso ante nuestros ojos. Esto quiere decir simplemente que, si queda claro para cada uno que aquello de lo que hablamos compromete el destino de toda la colectividad, no se puede permanecer en una forma trivial de conflicto al respecto. Que, por otra parte, esta “cosa” manifiesta por un gran número de signos que puede ser efectivamente, de manera creciente, objeto de reparto susceptible también de hacer progresar la Ciudad común. No podemos más que estar turbados por el hecho de que la mundialización reciente de los acontecimientos de “política interior” en Yugoslavia parecen haber contribuido en gran medida a hacer evolucionar la situación en el sentido que conocemos. No podemos más que impresionarnos por los esfuerzos desplegados de un modo y con unos medios novedosos en todas las regiones del mundo para interrumpir o contener las guerras civiles, religiosas, étnicas y, sobre todo, para encontrarles, sobre la base de contribuciones internacionales, unas soluciones (y un “acompañamiento”) de fondo, elaboradas en el largo plazo. No podemos más que mostrarnos sensibles a la multiplicación de iniciativas transcontinentales de acercamiento y de cooperación (incluso fuera de todo contexto político) en los dominios pedagógicos, científicos y universitarios. Sin embargo, todos estos procesos de mundialización con consecuencias esenciales se encuentran también en el orden del reparto, sin ser reductibles a una ideología, a un clan, a unos intereses privativos, véase exclusivos. Es así, inspirándose en tales innovaciones contemporáneas, reflexionando sobre ellas y no tomándolas como simples “hechos”, como podríamos, acordándole un valor completamente diferente, reorientar “la ley del más fuerte de la mundialización” hacia aquello que podría retomar el sentido de un interés general. Algo que no viene dado enseguida, pero de lo que podemos observar múltiples huellas y que no parece desprovisto de algunas oportunidades de triunfo final, para dar razón póstuma a la idea cosmopolítica kantiana. Es necesario, quizás, finalmente, que “la mundialización” deje de ser una cosa evidente –demasiado evidente para algunos, a fin de convertirse en una cuestión: la cuestión de un futuro común que construir y compartir.
II. Cultura, educación, globalización y mundializaciones.
Expuestas estas convicciones, se ha vuelto algo esencial el redefinir las delicadas relaciones establecidas entre globalización, mundializaciones, educación y cultura –Esto es, a fin de esclarecer la cuestión central de la “diversidad cultural”.
Cualquiera que sea el sentimiento que se tenga sobre ella, “la globalización” es primero y ante todo la ley de la economía que se impone (o intenta imponerse) a todas las otras actividades, sin distinción de fronteras, de naturaleza y de “calidad”. Es la consagración del primado de la economía, un primado absoluto, sin reparto, y que no se concibe, desde el punto de vista de la economía, más que en forma de dominación, tome ésta una figura “amable” o brutal. En este sentido, me parece inútil forjar la mínima ilusión sobre el hecho de que este proceso pueda contribuir, sin imposición exterior, a preservar, animar y desarrollar la diversidad, sea social, educativa o cultural. De hecho, la economía globalizante no tiene para proponer más que un modelo a la cultura y a la educación: aquel de su industrialización, cuyos principios y modos de funcionamiento son comparables, si no idénticos, cualesquiera que sean los sectores afectados (la universidad, la enseñanza profesional, el cine, los museos, el libro, los espectáculos en vivo, la música, etc.). Esta economía no tiene otra cosa que proponer a la cultura y la educación que aquello que llama “buena gestión” y que no es en realidad sino la buena gestión de los intereses que ella defiende, la gestión “optimizada” (desde un punto de vista cuantitativo y financiero) de las inversiones que asume, “como buen padre de familia”, jefe de este oikos en que se ha convertido “el globo”, del que todo depende, al que todo debe regresar y cuya ley es la oikonomia.
Yendo más lejos, nos interrogamos sobre la naturaleza misma de esta “contribución” de la globalización: sobre el hecho de saber si un “producto” industrializado a escala global (método pedagógico, libro escolar, película, disco…) puede, de alguna manera, ser todavía nombrado “cultural” o “educativo”. Si no es necesario llegar a la descalificación, para después recalificar estos “productos culturales” que han invadido nuestra rutina (con todos sus “productos derivados”, incluidos los alimentarios) con algo que no tiene realmente que ver con “la cultura”. Algo que no es, para volver sobre Clausewitz, sino la continuación de las relaciones económicas por otros argumentos de venta y sobre otros soportes (la distribución de “contenidos” educativos, cinematográficos, televisivos o Internet, más que la distribución del agua o el tratamiento de los desechos, como lo ilustra la transformación de dicho grupo industrial europeo).
Creo que es precisamente en este sentido en el que podemos hablar de “globalización” en el campo de la cultura y de la educación: un movimiento de un dinamismo capitalista impresionante, que concierne al conjunto de las actividades editoriales (de lo escrito a la imagen y el sonido), que es portador de un “crecimiento sectorial” aparente, pero que se caracteriza también claramente por una reducción de la diversidad: (i) diversidad de los actores de los mercados afectados, con la desaparición acelerada de los productores, editores y difusores “independientes”; (ii) diversidad de las obras o “productos” efectivamente disponibles para los consumidores del “gran público” (puesto que si la producción de los independientes permanece vivaz, tiene cada vez más problemas para encontrar su sitio en los canales de distribución monopolizados por los mayores), como por los profesores a la búsqueda de “nuevos soportes pedagógicos”; y, claro está, (iii) diversidad de la creación, puesto que los talentos se ven confrontados a una regla matemático-financiera que levanta una barrera cada vez más alta delante de sus legítimas ambiciones de producción y de difusión. Por otra parte, podemos señalar en el mismo vasto campo de « la cultura » otro proceso al que podemos llamar de manera científica “mundialización” (y no más “globalización”), que concierne a otros espacios y actores, proceso en parte muy anterior al movimiento de globalización de las industrias culturales y en parte (aquella que depende de las nuevas tecnologías), simultáneo. Este proceso concierne, de un lado, a estos actores de las industrias culturales, a partir de ahora marginados, que son precisamente “los independientes”, y, del otro lado, a los actores públicos y privados, institucionales o artesanales, de los sectores no industriales de la cultura y de la educación. Y claro que las características de esta “mundialización cultural y educativa” son muy diferentes de aquellas de la globalización anteriormente evocada, a saber: (i) un redescubrimiento y una promoción de los patrimonios culturales internacionales (musicales, teatrales, literarios, plásticos, etc.) más alejados (geográficamente o de otro modo), más desconocidos (instrumentos olvidados, repertorios poéticos), más menospreciados (circo, artes callejeros), más disimulados (formas de resistencia a los poderes dominantes) y que, por esta “mundialización” puesta en marcha por unos actores culturales no-industriales, se vuelven accesibles a unos públicos que no los hubiesen conocido jamás. (ii) un esfuerzo permanente, llevado a cabo por numerosos actores públicos y privados para imponer la diversidad de las formas artísticas y pedagógica, tanto en el plano del apoyo a la creación y la difusión, como en el de la producción y la edición, actividades que ven renovarse sin cesar un vivero de “défricheurs”, a pesar de condiciones económicas, a menudo difíciles, de su trabajo cotidiano; y, en particular: (iii) una búsqueda creciente, por los actores no-industriales, de obras extranjeras a producir, editar y difundir, llegado el caso en consorcio, y tan peligrosa como sea la economía financiera de los proyectos afectados. Esta mundialización, que recupera también la co-producción de películas sudamericanas, asiáticas, africanas con los independientes europeos, del trabajo multilateral de pequeñas “marcas” de música dentro del Caribe o en África central y de las co-ediciones internacionales de libros de arte de rentabilidad improbable o el mantenimiento de una edición escolar independiente de calidad, que ofrece obras que escapan a la mundialización industrial, se distingue claramente de la globalización industrial por unos criterios que no obedecen a la misma jerarquía. Para la globalización industrial, son el provecho inmediato y la capitalización previsible (“el efecto monedero”) los dominantes y exclusivos, o en todo caso: discriminantes. Para la mundialización no-industrial, es la calidad intrínseca de las obras producidas y difundidas el criterio dominante, con sus corolarios, que son: por un lado, la diversidad de las tradiciones, de los temas y de los géneros, y por otro lado, la aportación al patrimonio colectivo y de la educación de todos los ciudadanos que representa su difusión.
Sin embargo, a pesar de estos signos de “resistencia”, se constata a la fuerza que “la diversidad cultural” es todavía largamente un voto político, si no un eslogan, que recupera muchas de las contradicciones entre sus portadores y no parece ni bastante “fundado en razón”, ni suficientemente claro para los ciudadanos censados a aprobarlo y contribuir.
III. El GERM: una puesta a prueba y una experimentación de la “diversidad cultural” en el seno de las mundializaciones
Contando con las convicciones precedentes, el GERM, con el apoyo y la participación de su red internacional, presente hoy en una cincuentena de países, ha concebido el proyecto de poner en marcha un programa de investigaciones y de formación sobre la “diversidad cultural”, susceptible de contribuir positivamente al debate nacional, europeo y multilateral que podemos resumir así: “Pensar la diversidad cultural de cara a las mundializaciones y dotarse de útiles nuevos para comprenderla y promoverla”.
Con el fin de designar concretamente el sentido de tal proceso, válido de manera tanto interna como externa, el GERM ha puesto en marcha de este modo desde principios de 2001 un “Diccionario crítico de la mundialización” que, a propósito del objeto mismo de “mundializaciones” -respondiendo en su pluralidad a la singularidad de “la globalización”- se pretende una experimentación de aquello que la diversidad cultural puede significar como experiencia crítica del “mundo”, de la lectura de sus mutaciones en curso y de su “reapropiación” por cada ciudadano de este mundo.
Con estos fines, el GERM se apoya en la especificidad y la diversidad de saberes desarrollados sobre las mundializaciones por sus principales colaboradores científicos y culturales:
Freie Universität de Berlin. Le Interdisziplinärisches Zentrum für historische Anthropologie de la Freie Universität, en el cuadro del GERM, tiene por objeto concebir y supervisar acciones de investigación y/o formación en los dominios siguientes: (a) Nuevos modos de comunicación, de intercambio y de información en “la mundialización”; (b) Mutación de las prácticas y de los ritos institucionales, sociales, culturales y políticos; así como todos los trabajos ligados al dominio “Antropología y Mundialización(es)”.
Université Paris 8-Saint-Denis (Francia). Los Departamentos de Filosofía y de Economía, como su Colegio de la Investigación (estructura interdisciplinar), han realizado y pilotado desde hace varios años numerosos trabajos. Aseguran, en vínculo directo con el GERM: (a) una parte de la supervisión científica de sus proyectos (elaboración, seguimiento y control de los programas de formación y de investigación) y, de igual modo, (b) una parte de la coordinación de los colaboradores europeos de la red en los dominios de la formación y de la investigación.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España). El CSIC de Madrid dispone de un grupo de expertos excepcional en Europa en el dominio de las políticas educativas, de los sistemas educativos y de formación, y de todos los soportes que les son asociados (las enciclopedias y los productos multimedia, por ejemplo). Una de sus misiones específicas será supervisar la concepción de las metodologías y reflexionar sobre la difusión de los contenidos científicos y pedagógicos concebidos por el GERM.
Universidad de Islandia (Islandia). La Universidad de Islandia, en Reukjavik, tiene por objetivo específico en el seno del GERM el de concebir y supervisar las acciones de investigación y de formación en los dominios siguientes: (a) Devenir de las colectividades y de los espacios urbanos y rurales dentro de “la mundialización”; (b) Devenir de las naciones, de los Estados y de la Unión Europea; (c) Mundialización, democracia y derechos del hombre y del ciudadano.
L’Établissement Public du parc et de la Grande Halle de La Villette (Paris). La colaboración de La Villette con el GERM se concreta en la puesta en práctica de un laboratorio “Culturas y Mundializaciones” con los objetivos de: (a) la evaluación de la incidencia de las mundializaciones en curso sobre las diferentes actividades y prácticas culturales, (b) el análisis cualitativo y cuantitativo de estas mutaciones, (c) la elaboración de propuestas para mejor medir las evoluciones anticipadas, y destinadas a los actores públicos y privados, nacionales y europeos del campo de la Cultura.
El programa de trabajo (investigaciones y formación) del GERM en este dominio se articula alrededor de cuatro proposiciones:
Se trata, en primer lugar, de proceder a una revisión general pluridisciplinar (filosofía, antropología, etnología, historia, estética, sociología, economía…), plurinacional (origen de los miembros del colectivo que establecen esta revisión) y, claro, “mundial” (representación continental equilibrada de los miembros del colectivo) de la “diversidad cultural” en el seno de cada uno de los diferentes campos (música, cine, literaturas, artes plásticas, espectáculos vivientes, etc.), comenzando por el campo lingüístico. En particular, definiremos conjuntamente, en el contexto de las diferentes mundializaciones en curso y de la globalización industrial y financiera, las amenazas que pesarían sobre la diversidad cultural (destrucción de los patrimonios, de las lenguas, de las tradiciones; concentración de la producción y de la difusión; aplastamiento de las culturas minoritarias dentro de la enseñanza primaria, secundaria, y en la Universidad, etc.), así como sobre las nuevas oportunidades que la favorecerían (nuevos medios de información y de difusión; crecimiento de la movilidad de las personas y de las obras; subida del tiempo de ocio…).
A partir de la revisión precedente, y considerando sus enseñazas, el GERM propondrá una redefinición del concepto de “diversidad cultural”, permitiendo pensarla en el cuadro de las mundializaciones y cara a la globalización, esforzándose en evitar los escollos de aquello que fuera el debate sobre “la excepción cultural”, es decir, forjar un concepto a la vez exigente y compartible más allá de las fronteras y de las divisiones ideológicas tradicionales, que no se limita a un instrumento jurídico. La refundación de este concepto, que pasa por el recuerdo de la larga tradición de pensamiento del que es resultante, aparece como indispensable para dar un contenido diferente al político y mediático a la “diversidad cultural”, pero también para proyectar los nuevos límites, los nuevos tiempos y las nuevas referencias de esta diversidad en la multiplicidad de sus formas, en el seno de un mundo cuyos propios límites y referencias han evolucionado considerablemente en menos de tres decenios.
Sobre la base del nuevo concepto y de las revisiones precedentes, el GERM se esmera también en redefinir los factores en juego (educativos, artísticos, lingüísticos, políticos, sociales, económicos…) presentes y futuros de la diversidad cultural, así como los nuevos objetivos suscitados por estos factores. A este respecto, una de las prioridades es hacer evolucionar las concepciones (y, en consecuencia, los métodos y herramientas) de muchos de los “actores culturales” (en sentido amplio, incluyendo políticas, administraciones y empresas), llevándolos a pasar de una concepción estática (la era de las constantes de la diversidad, tan pronto “floreciente”, tan pronto “amenazada”) a la concepción dinámica de una diversidad cultural a favor de la cual todos sus actores públicos y privados pueden, a su medida, contribuir positivamente y, en particular, sobre un plano pedagógico y educativo. En efecto, no más que “la mundialización”, “la diversidad cultural” no puede ser reducida a un simple “hecho”, que se trataría solamente de “aceptar” en su supuesta evidencia: al contrario, ésta debe ser pensada como movimiento incesante, dotada de historias y de futuros plurales.
Finalmente, al término de este proceso complejo de acercamiento y de análisis contradictorio de la diversidad cultural, la visée común de todos aquellos que participarán será elaborar, sobre unos fundamentos (esperamos) entonces más sólidos que en la actualidad (al menos en el plano científico), unas propuestas que permitan abrir precisamente a favor de los objetivos ya fijados por la Unión Europea, sus Estados miembros, la UNESCO, las administraciones nacionales, y que resumiremos por una fórmula largamente declinada, a saber: “preservar y promover la diversidad cultural bajo todas sus formas”.
Estas proposiciones, para unas de orden general (por ejemplo, elaboración de una “carta de la diversidad cultural”), para otras muy concretas (programas de acciones; movilización de las administraciones nacionales…), comportarán en particular un importante episodio consagrado a los papeles claves de la educación, de la investigación y de la formación profesional, que situaremos en el corazón de toda estrategia de desarrollo y de preservación de la diversidad cultural.
Es solamente librándose con determinación tal experimento, con todo aquello que esto supone de tiempo, energía, talento, redes y medios, como “la diversidad cultural” cesará de ser percibida también ella como un eslogan (un credo moralizante, un artefacto ideológico…), para convertirse en aquello que debe ser: un verdadero proyecto, un proyecto común para la sociedad contemporánea, un proyecto voluntario que comprometerá tanto la “política educativa y cultural” de los Estados-nación, como aquella de la Unión Europea o de la UNESCO.
(Traducido por Sara Nso)