Ref. :  000002078
Date :  2001-08-22
langue :  Espagnol
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Aspectos culturales del MERCOSUR en el marco de la globalización

Source :  Gregorio Recondo


Unidad y continuidad en la cultura sudamericana

Nuestro encuentro nos presenta varias interpelaciones. La primera procura relacionar cultura e integración, términos que en nuestra realidad americana son concordantes y complementarios. Por un lado, el sustrato de una cultura común en el marco de las diferencias nacionales y locales es la argamasa primordial de la integración. A su vez, la integración en el Mercosur -como respuesta regional al desafío de la globalización- exige una base cultural compartida, a partir del reconocimiento de una gozosa diversidad.

Otra exigencia que nos compete es analizar Iberoamérica en el nacimiento del Tercer Milenio. Superado el conflicto Este-Oeste en el escenario mundial contemporáneo, Nuestra América periférica se descubre marginada detrás de una frontera Sur que señala contradicciones y conflictos con el Norte central. Los condicionamientos y las constricciones que eso supone no invalidan nuestra opción por un universalismo contextualizado, a caballo entre los particularismos y la universalidad. (1) Somos expresión del humanismo americano y, en la línea del Corredor de las Ideas, queremos pensar la mundialización y sus efectos desde el Sur.

La globalización expresa una nueva emergencia civilizatoria que nos involucra y nos afecta a todos, pero de manera desigual. Por eso nuestros hombres discuten con los técnicos del norte las recetas del desarrollo, reclamando v. g., que resulta indispensable relacionar tiempo y espacio, ponderar desarrollo social y desarrollo cultural.

Ese proceso mundializador redefine las relaciones entre los centros de poder y la periferia. Sin embargo, aunque se afirma que sus transformaciones se producen desde y en el marco de lo nacional y lo local (Martín Barbero), nuestra gente desconfía de las fórmulas importadas.
Las voces centrales saludan ciertas conquistas democráticas en el ámbito de nuestra región, como los avances en los derechos humanos. “Todo va mejor”..., dice el slogan consumista repetido incesantemente por los medios. Pero hay demasiada gente excluida del mundo del consumo.

Iberoamérica: ¿cultura del mercado o mercados para la cultura?
Cabe también reflexionar sobre cultura y mercado. La voz latina de cultura nos remite a cultivo, fruto de raíces que se proyectan desde abajo hacia la luz, y el mercado nos recuerda las sombras plutocráticas de la sociedad de consumo. Un día, en Buenos Aires, Jacques Rigaud me aclaró las diferencias entre ambos conceptos: consumir es consumir-se y cultivar es hacer nacer. Me complace comprobar que estos pueblos elegimos la vida. Y la celebramos como una cultura para vivir, nacida en el jardín de todos. Porque la cultura es legado y creación; pero también el modo de vida, las formas de pensar y de sentir, de ser y de existir de los hombres y de los pueblos.

Una mirada a la realidad
Las nuevas tecnologìas de la información y las comunicaciones son responsables de una nueva cultura global inédita, productora al par de homogeneidad y de heterogeneidad a nivel planetario. En general, el flujo incesante de ideas y la estandarización simbólica suele fomentar valores universales, pero Edgar Montiel nos advierte que esa cultura global puede convertirse en instrumento de dominación. (2) La dictadura del mercado, en efecto, se nos presenta ahora como fórmula de recambio de las tradicionales dictaduras que nos asolaron hasta no hace mucho.
¿Qué ocurre con nuestros pueblos del sur? Sabemos que nacieron a la libertad con los estigmas trágicos del hambre, el miedo y la ignorancia. Desde la independencia, vivieron recurrentes procesos de anarquía-dictadura-anarquía..., en un corsi e ricorsi de nunca acabar. A partir de las independencias nacionales, nuestras élites dirigentes pretendieron edificar instituciones fantasmales cortando abruptamente los puentes con la realidad y la comunicación entre tradición y modernidad. De igual forma, en el campo de la literatura iniciaron lo que Octavio Paz llamó la tradición de la ruptura.

Posmodernidad sin modernidad
No resolvimos los cuestionamientos y desafíos de la modernidad, a la que consideramos opuesta a nuestras tradiciones. Dice en efecto Morandé que para nuestra América la modernidad “ha significado la irrupción importada de un proceso ajeno a sus tradiciones”. No somos entonces premodernos ni antimodernos. Nuestra inadaptación a la modernidad radica en la falsa disyuntiva que se nos ha “presentado al contraponer el ethos cultural y la institucionalidad moderna” (3).

Salvo excepciones, internalizamos una tradición cultural reñida con la democracia. Esa tradición -recuerda Weffort- es autoritaria, conservadora y no se circunscribe a las élites, sino que abarca los valores de toda la sociedad, que aún desde la izquierda elogia al hombre fuerte (4). Seguramente se ha avanzado mucho en la democratización de la región y en el campo de los derechos humanos, pero cabe reiterar que todo esa tradición autoritaria nos marcó a fuego y aún nos mantiene en ascuas.

Hoy somos un continente “en angustiosa búsqueda de su modernidad”. Y desde ciertas cúpulas se machaca insistentemente en que ésta debe sustituir a la mentalidad tradicional. Pensamos que se trata de un error muy grave. A partir de la tesis de Morandé creemos que la modernidad debe alcanzarse y desarrollarse a partir de la mentalidad caracterìstica y el ethos cultural de nuestros pueblos iberoamericanos.

Recientes indicadores de desarrollo latinoamericano -elaborados por organismos internacionales- nos recuerdan el acoso permanente de la pobreza, ya que en la actualidad la mitad de la población vive por debajo de su límite. Saben también que cada día que pasa es más desigual la distribución del ingreso para sus habitantes; que los índices de exclusión y de desnutrición del sistema de salud son cada vez más altos; que también son elevadas las tasas de deserción, repetición y declive del rendimiento escolar (5). Por experiencia propia, nuestra gente entiende de autoritarismo, de exclusión social, de violencia, de inseguridad. Y, va de suyo, conoce la problemática de los “nuevos pobres” en el escenario regional y las calamidades de la deuda externa, que en la década del 90 creció a un promedio superior al 5 % anual, mientras el PBI real por habitante apenas superó el 1 %. Finalmente, América Latina tiene el triste privilegio de ser la región más inequitativa del universo, el espacio regional en que los ingresos y las oportunidades individuales están peor distribuidos. ¿Qué podemos hacer?

El proceso de mundialización nos invita a integrarnos a la cultura del mercado o del consumo. El pensamiento único emergente asegura que no existen otras opciones. Sin embargo, en el Foro Social de Porto Alegre, surgieron propuestas que invalidan esa aserción. Pareciera, entonces, que otro mundo mejor es posible, aún para nosotros. Los hombres del mundo “en desarrollo” se preguntan si la disyuntiva virtual (apocalípticos o integrados) resulta válida. De ser así, reclaman que les permitan participar equitativamente de los beneficios prometidos (de un “efecto derrame” que nunca se dio). En caso negativo -y en nombre de las identidades vulneradas- evalúan la posibilidad democrática de ejercer una resistencia no violenta a la globalización y de elaborar, a la vez, planes alternativos. ¿Hay un mundo mejor para Iberoamérica? Eso pensamos y ése es el tema.

Ser y deber ser de la autoconciencia (occidental) americana
Nos zambullimos en la historia para luego emerger en el presente. Al recorrer el rico panorama cultural iberoamericano descubrimos las huellas de incorporaciones y creaciones varias, de préstamos, hurtos, hallazgos e imposiciones en el plexo de cada cultura. No se conocen culturas puras o incontaminadas. Todas son bastardas y permeables, resultado de uniones, cruces o mezclas orgullosas de heterogeneidades.

Los iberoamericanos gustamos decir que pertenecemos a Occidente. Cómo negarlo -nos dicen- si la lengua, las creencias y los valores nos delatan. Pero importa agregar que eso no es todo ni resulta siquiera suficiente para definirnos. También es cierto que tenemos una manera peculiar -americana- de ser occidentales. (6) Y son muchos los que pretenden desarrollar un proceso civilizatorio con identidad propia, de carácter endógeno, democrático y pluralista.

Ante un mundo carente de certezas, los hombres del Cono Sur de las Américas elegimos apoyarnos en la cultura raigal para vivir. Con ese propósito, vamos a examinarla a partir de dos problemáticas centrales que la caracterizan. Son los temas recurrentes de la identidad (que remite a la realidad del ser) y la utopía de la integración (que apunta al deber ser)(7)
Cada uno de los términos remite al otro. La vinculación de la cultura con la conciencia identitaria resulta vital para la formación y concreción de los procesos de integración regional. En nuestra América, la identidad colectiva del presente se descubre cambiante ante los fantasmas del pasado y se proyecta cuestionada por cruzamientos posmodernos de dudas e indefiniciones. Pensamos que la integración en el espacio iberoamericano sólo será posible articulando identidades nacionales (distintas pero afines). Y creemos también que la identidad cultural de cada uno de nuestros países plurales (fragmentos sin completar) prefigura un destino de integración (en una unidad utópica) regional.

El tema de la identidad

Cuando los vientos globalizadores atentan contra nuestras identidades, la fuerza orientadora y la motorización para sobrevivir surgen de la cultura. Recuerda Fernando Ainsa que para los iberoamericanos, la identidad es un concepto primordial que refleja las tensiones de nuestro imaginario entre la identidad cultural (expresión de nuestro ser) y la utopía. (8) Los discursos que tratan sobre la identidad son narrativas, no paradigmas (García Canclini). Dichas identidades no son fijas ni estáticas, porque siempre están-siendo y su plasmación se actualiza en un plebiscito diario en base a temas concretos. La Conferencia de la UNESCO sobre Políticas Culturales (Bogotá, 1978) nos recuerda que la identidad brota del pasado de los pueblos y se proyecta en el tiempo.

La posmodernidad se ha presentado sin pedir permiso en los pueblos del Sur americano cuando buscaban a tientas los caminos obstruidos de la modernidad.
Vivimos tiempos posmodernos que incitan a dejar de lado las identidades impuestas (ser lo que fuimos antes) y a promover la construcción de nuevas identidades (ser lo que queramos ser). Sin embargo, para las sociedades nacionales y las comunidades sudamericanas, sus identidades culturales (ser lo que somos) constituyen el último refugio existencial frente a los embates globalizadores, su razón de ser en el mundo y la defensa de una particular manera de vivir. Para ellas, la cultura es un territorio donde se encarna el ethos colectivo y también el refugio de un patrimonio cuya defensa no admite claudicaciones ni componendas.

¿Es eso esencialismo? Cuando todo parece negarnos fluyen palabras, rostros, gestos, para despertar la memoria de una conciencia que nos dice que somos nosotros, a pesar de la posmodernidad y de los cruces. A pesar de todo. A eso llamamos identidad. Los que así lo expresamos renegamos de retóricas fundamentalistas y defendemos la existencia de una cultura de culturas (iberoamericana) dispuesta a defender nuestras diferentes formas de ser y modos de vida, que se abren conjunta y democráticamente a la multiculturalidad y a la universalidad.

En nombre de una identidad cultural compartida, por ejemplo, podemos rebatir conceptos globalizadores de una posmodernidad fragmentaria, que pretende hacernos creer que es posible alcanzar el progreso moral negando verdades absolutas. Lo nuestro -insistimos- no es fundamentalismo, sino conciencia crítica y dignidad democrática.
El estallido de las identidades es la revancha de la memoria colectiva y la concientización de un presente resistente. No lo olvidemos: una cultura crítica implica siempre resistencia.

Hoy asistimos a la emergencia de una cultura mundializada: la llamada cultura del mercado, que -al decir de Paul Ricoeur- atenta contra las culturas nacionales y locales, imponiendo su proyecto de cultura única para todos. Frente a dicha concepción hegemónica, se encienden luces rojas y se alzan las defensas de la identidad colectiva, reservorio que todavía demuestra mantenerse vivo. Para nosotros, el proceso identificatorio radica en la “continuidad de una conciencia profunda” que nos dice que somos los mismos a pesar de los cambios.

Iberoamérica multirracial y policultural

La indagación sobre nuestra realidad nos descubre la presencia de una diversidad de razas y culturas. Somos -qué duda cabe- un continente multirracial y policultural. (9)
Esa realidad es decisiva y sirve de plataforma de lanzamiento, pues dice Zea que “ si logramos captar lo que tiene en común esta región, entonces podremos también captar cómo podremos integrarla a pesar de sus diferencias”.(10)

Recordemos que la primer preocupación sobre nuestra identidad colectiva fue expresada por el Libertador Bolívar en el discurso de Angostura. (“No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles”). Debemos asumir que somos americanos (descendientes de las primitivas poblaciones) y europeos (sucesores de los conquistadores). Para colmo, al caldo de esa “olla podrida” americana de las culturas se agregaron después nuevos ingredientes (perdón: componentes): los negros africanos y los inmigrantes transoceánicos. He aquí el resultado de la mezcla y la cocción americana: somos un pueblo mestizo, neoamericano.
El mestizaje fue integrador. Pablo Antonio Cuadra lo ha dicho con propiedad y poesía: “Hispanoamérica es el lecho histórico del tercer hombre”. No parece demostrada ni convincente la tesis que habla de una superposición de elementos sin que haya existido interpenetración, porosidad o asimilación entre ellos. La historia lo desmiente: el mestizo es América.

El mestizaje cultural es entonces la primera aproximación histórica a nuestra identidad. Aquella cultura ibérica que trajeron a América los conquistadores españoles y portugueses acumulaba en su imaginario la experiencia de ocho siglos de convivencia con musulmanes, moros, africanos y judíos. Aquellos varones, amén de brutales, clasistas, codiciosos y discriminadores, fueron también seres valientes y religiosos a su manera, que poseían un sentido del pundonor que hoy calificaríamos como cuasigrotesco. Pero en lo que aquí nos concierne, fueron fundamentalmente seres abiertos a los “otros” y a la aventura del futuro.

Entre “hostes” y “prójimos”. Dos modelos de colonización
La identidad expresa relatos reificadores. Lo hemos dicho: no es fija ni monolítica, sino proceso abierto, dinámico, cambiante hasta lo tortuoso. No fue dificultosa ni deshonrosa, entonces, la aventura de incorporar a ese “otro” diferente como algo natural. La vergüenza residual fue patrimonio de algunas élites cortesanas del “ideal nobiliario”, a quienes repugnaban las mezclas de razas, la miscegenación étnica. No olvidemos que lo mestizo tenía anteriormente connotaciones peyorativas. Hoy, en cambio, se lo considera valioso y hasta motivo de orgullo.

Cabe decir que la importancia de nuestro mestizaje no resulta de las mezclas biológicas, sino de “la capacidad de entender al otro en su diversidad”. “El otro es igual a mí porque es diverso a mí” (11). La conclusión es obvia: todos somos iguales.

Un travelling cinematográfico sobre la historia americana detectaría choques interculturales, encuentros, diálogos entre culturas diferentes, hibridación de razas y de mundos variados, transculturación, síntesis. (12)

Esa actitud aventurera ibérica de entregarse para hacer nacer un nuevo mundo no tuvo correlato en las colonizaciones holandesa, francesa e inglesa que, por diferentes razones, no se mezclaron con los nativos y se negaron a darse y a mezclarse con el “otro”. El término “hostes” señalaba en la antigüedad tanto al “extraño” (diferente) como al “enemigo” . Parece evidente que para aquellos europeos los antiguos pobladores americanos fueron también hostes.
En fin, puede decirse que la unidad histórica caracterizó la conquista americana. Recuerda Octavio Paz que, a pesar de sus excesos, los conquistadores (españoles y portugueses) aceptaron transformar la diversidad cultural en una unidad, fundando un “orden abierto” que permitía la participación de los vencidos en las actividades del nuevo mundo.

De allí que los tiempos de la conquista americana dieron cuenta de la existencia de dos modelos evangelizadores: uno mestizo, de herencia católica e incentivadora de la integración racial y cultural. Otra, el modelo puritano, resistente al mestizaje, que se consideraba parte de una selecta raza blanca. De esos respectivos patrones salieron dos Américas diferentes. Hoy podemos decir con justicia que los iberoamericanos tenemos una historia de “incorporaciones” y no de “exclusiones”.

Mientras tanto, el correlato cultural de esa mezcla biológica americana era expresado con creatividad por el sincretismo artístico (el barroco americano) y religioso (la piedad o religiosidad popular). Paradojas de la historia: los hijos de la Contrarreforma, que parecían cerrados al humanismo renacentista, se lanzaron a la aventura de la historia americana desde una perspectiva pluralista (13). Va de suyo que nuestra identidad americana -en continua reelaboración- se nutre de relatos vinculados a historias comunes que permanecen en el tiempo, así como de aperturas continuas a la universalidad.

Unidad cultural en la diversidad

Esa capacidad de integrarnos en la diversidad permite hacer más firme nuestros proyectos de integración. Se ha dicho con razón: “somos hombres con una identidad concreta”.
Esa autoconciencia identitaria continental no existió en el Viejo Mundo. Allí, las fronteras nacionales de una unidad política (como es el caso del Estado) recubren generalmente una heterogeneidad cultural (14). Esta es la clave: en Europa no existe una correlación entre nación y cultura.

Iberoamérica es en este aspecto la contrapartida de Europa, porque -sin perjuicio de la existencia de diversidades culturales- no existen oposiciones relevantes entre nación y cultura.
Como dice el autor de La cabeza de la hydra, “las naciones de nuestro continente tienen coherencia en sí mismas y, a la par, existe continuidad entre ellas”. (15)
La historia se encarga de explicarlo. Mientras en el mundo -y particularmente en Europa- la posmodernidad va reflejando el surgir de regionalismos, separatismos y tribalismos cada día más activos, en esta porción de América la nación integra las facetas policulturales sin fundamentalismos religiosos ni amenazas contra los Estados vecinos. Esa policultura, precisamente, es la que seguramente nos salvará de los efectos negativos de la “balcanización”. (16).

Si la identidad de nuestros pueblos ha sido construida sobre la base de la diversidad cultural resulta válido evaluar que dicha percepción permitirá descubrir los aspectos afines al conjunto y elaborar eventualmente una autoconciencia regional identitaria.
Recuerdo la profunda impresión que me causaron los mosaicos cosmatescos de Ravena. Allí, las diferentes partes (o fragmentos) confluyen en un todo armonioso definidor de la unidad. Su realidad es ser ellos por sí mismos, pero su razón y destino es ser todos para un todo que los completa.
Pedro Henríquez Ureña solía insistir en que toda nuestra América tiene parecidos caracteres. A su juicio, los siglos de vida colonial le han dado rasgos afines que también hoy la distinguen. Escribió: “La unidad de su historia, la unidad de propósitos en la vida política y en la intelectual hacen de nuestra América una magna patria, una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más”. (17) En suma: nuestros países aportan voces diferentes para un mismo canto (iberoamericano).

Hablamos de autoidentificación. En “La utopía de América”, el maestro dominicano nos invita a apelar a la cultura y a un nacionalismo que no debe prestarse a confusiones. Entendámonos. No se trata de acceder a aquella “torre de marfil” paraíso exclusivo de dilettantes y elitistas. Se trata en cambio de construir una cultura social para todos, fundada en el trabajo. Nos dice: “No debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde no haya cultura popular” (18). En definitiva: no hay cultura verdadera sin cultura popular. En cuanto al nacionalismo, no se refiere al político, sino al espiritual, sino “que nace de las cualidades de cada pueblo cuando se traducen en arte y pensamiento”.

Continuidad cultural y fragmentación política
Como segundo presupuesto a la condición identitaria debe señalarse que en nuestra región coexisten la continuidad cultural y la fragmentación política. (19) En efecto, en la etapa posindependentista, los intereses creados alentaron la proliferación de “patrias chicas” en sustitución de la “Patria Grande” de Bolívar. Fuimos así los “Estados-islas”, la “América invertebrada”. Caudillos, gamonales y caciques políticos se hicieron fuertes en su feudo, levantaron fronteras-muro y combatieron a sus hermanos transfronterizos. Así se esfumó la utopía de la “América de las Patrias”. La contigüidad geográfica no fue suficiente, porque nunca se plasmó una estructura sociopolítica para unificarla.

Sin embargo, aunque se produjeron crisis de todo tipo en las distintas culturas de nuestras comunidades nacionales, dichos cambios se han percibido en el marco de un proceso histórico que asegura la continuidad o permanencia de las características originales. El vínculo estaba de antes y permaneció indestructible. Fue la unidad-en-continuidad.
Esa continuidad cultural -insisto- se produce entre naciones muy diferentes entre sí, por lo que la nueva cultura expresa la superación de los antagonismos culturales. Se reencuentra en el diálogo intercultural y en una autoconciencia (común) identitaria. Vale decir, el “nosotros” iberoamericano -en su increíble diversidad- expresa una identidad y un sentido de pertenencia comunes. El proceso de mezcla y absorción de las poblaciones indígenas ha logrado homogeneizar las diferentes matrices étnicas convirtiéndolas -según Darcy Ribeiro- “en modos diferenciados de participación en una misma etnia nacional” (20).

Hablábamos del desfase entre continuidad cultural y discontinuidad política. ¿Cómo superarlos? No hay fórmulas precisas, pero creemos -con Fuentes- que nuestros modelos de desarrollo deben tomar en cuenta esa continuidad cultural para brindarle sentido a la continuidad política. (21)

Sobre los aspectos comunes de la identidad de nuestros pueblos

Cierto pensamiento posmoderno considera démodée relacionar los elementos comunes -o, mejor, factores vinculantes- de nuestro ethos colectivo iberoamericano. A su juicio la identidad está relacionada con un esencialismo hermético. Sin embargo, apelar a los mismos constituye la única posibilidad de entender porqué grupos étnicos tan diferentes confluyeron en un producto que es visualizado como semejante u homogéneo por los otros.

Indirectamente ya hemos hecho mención a varíos de ellos, como el mestizaje, la contigüidad geográfica regional, las bases mítico-simbólicas, las pautas culturales afines, la historia común en la adversidad y el similar proceso de las independencias nacionales.
Entre los factores-clave de vincularidad debemos incluir la recepción general del castellano. La lengua de “las Repúblicas de Cervantes” ha sido el instrumento más poderoso para la gestación de la unidad cultural. Va de suyo que la pequeña variación lingüística con el portugués de Brasil no resulta obstáculo para la comunicación de nuestra gente. Podríamos agregar que el castellano y el portugués americanos tienen menos variaciones regionales que las que exhiben sus naciones originarias, amén de no derivar en ningún dialecto a la inversa de lo que generalmente ocurrió en Europa.

Otro elemento de vincularidad ha sido la permanencia de los valores cristianos en el plexo de nuestra cultura. Esa cosmovisión católica sincretizadora introdujo el orden jerárquico de los valores culturales y de la propia vida proyectando su impronta hasta hoy (22).
La Conferencia de Puebla recuerda que la fe pasó a ser constitutiva de la identidad cultural de nuestra América, otorgándoles la unidad espiritual que subsiste pese a la ulterior división en diversas naciones”. Es importante recorrer el mapa de la religiosidad popular iberoamericana, motorizadora de la solidaridad de nuestra gente, expresión vitalista de diálogos fecundos y promotora de valores comunitarios e integradores.

Un elemento coadyuvante ha sido la estructura jurídica federal de la colonización hispánica. La misma centró en las comunas las bases organizativas de los territorios americanos. Los Cabildos -fundados sobre principios humanistas- han sido las primeras manifestaciones institucionales de libertad política en Hispanoamérica.

También Darcy Ribeiro se hace eco de las similitudes de nuestros países, pero apelando a un enfoque diverso. Para el antropólogo brasileño, lo que sobresale en el mundo latinoamericano es la unidad del producto resultante de la expansión ibérica, cuya proyección homogénea superó los factores de diferenciación operados por otras matrices. Se destacan, a su juicio, la unidad y el proceso de homogeneización. En efecto, ese común proceso civilizatorio -la expansión ibérica- generó procesos que forjaron un conjunto de pueblos crecientemente homogéneos en su diversidad, diferenciados como conjunto de otras unidades nacionales y de cualquier otro bloque regional. Ese proceso tuvo su unidad esencial en la expansión mercantil ibérica. Su proyecto explícito -estima- era defender y hacer prosperar la colonia para usufructo de la metrópoli (23)

Distintos y semejantes, pero unidos
La posmodernidad ha descubierto que la diversidad es riqueza. Ése es su gran mérito. Pero reduce el tema de la identidad a cruces diversos en el tiempo y relativiza su importancia.
Somos los primeros en reconocer y festejar las diferencias, que apuntalan nuestra identidad colectiva. Está claro que ése debe ser el punto de partida, pero eso solo no alcanza. También es necesario agregar que ese discurso sobre las diferencias está formulado desde las alturas de las relaciones (asimétricas) de poder, ya que la diversidad cultural -amén de diferente- suele ser a veces desigual.

Las sobrevivencias culturales en nuestra América han permitido establecer que las semejanzas son más significativas que las diferencias. Pues bien, en virtud de que tenemos tantas cosas en común nuestros pueblos tienen derecho a integrarse para obtener ventajas comparativas (¿y competitivas ?) y aspirar a formar una comunidad iberoamericana de naciones. La unión hace la fuerza.

Mirada al Mercosur comercial desde una perspectiva cultural

Junto con el NAFTA para el hemisferio norte, el MERCOSUR nos marcará a fuego durante la nueva centuria. A partir de su constitución en 1991, creció con mucha celeridad durante varios años y luego se estancó por previsibles problemas derivados de su crisis de desarrollo. A partir de la visión global que brinda la cultura, formulamos las siguientes observaciones a la implementación de nuestro bloque regional:

1) El Mercosur ha sido concebido como un proyecto de carácter unidimensional; esto es, como proceso económico-comercial. Algunos especialistas lo han considerado un proceso de integración hegemónica, basado en la economía de mercado y tendiente a mantener “una inserción pasiva en el sistema estatificado internacional” (IL). Nuestra observación tiende a señalar que debe completarse como programa multidimensional, incorporando las otras dimensiones que faltan (política, social, científica, cultural y educativa, etc).
Vale recordar que en este bloque regional no se ha operado la coordinación y armonización de políticas, que --a nuestro parecer- sugieren relanzar los acuerdos de la “alianza estratégica” entre Brasil y la Argentina que dio nacimiento al Mercosur. La misma fue sustentada en fundamentos políticos (e, inclusive, culturales y científicos).

2) El bloque mercosureño está manejado por las cúpulas dirigentes de los Ministerios de Relaciones Exteriores, Economía y Comercio Internacional (del sector público), y -desde afuera- por el sector empresario, fuertemente influido por las corporaciones transnacionales. Ello le quita participación ciudadana y transparencia a sus decisiones. Aspiramos a que se haga realidad el paradigma de la democracia cultural, que exige la participación de los interesados y los distintos grupos y sectores sociales en el estudio de los problemas y en la consecuente toma de decisiones.

3) Hasta el presente, no se da un proceso de integración entre iguales. Persisten las asimetrías, aunque las decisiones se toman por consenso. En el espacio mercosureño, los países de mayor desarrollo (como Brasil y la Argentina) parecen imponer sus condiciones y puntos de vista a los de menor desarrollo (como Uruguay y Paraguay). El programa de fondos regionales de la Unión Europea, valga el ejemplo, se ha puesto en marcha para superar las diferencias existentes entre (sub)regiones y países.

4)Supranacionalidad. Lamentablemente, no existe en rigor de verdad un derecho comunitario. En efecto, cada vez que se plantea un problema grave, los Presidentes deben reunirse para dirimir la cuestión. Por otra parte, las respectivas Cortes Supremas nacionales -en cada caso- resultan la instancia final que defe los problemas presentados a partir de su propia interpretación.
El Mercosur se maneja por mecanismos intergubernamentales, pero no existe una estructura jurídica supranacional ni una legislación común (derecho comunitario), que permita zanjar los aspectos contenciosos entre los países miembros del colectivo regional. Entendemos que para la institucionalización del Mercosur deben realizarse: a) reformas de las constituciones nacionales; b) creación de una Secretaría Ejecutiva, con atribuciones y poderes suficientes para tratar los intereses comunes del sistema; c) creación de un sistema institucional interno, un tribunal supranacional, con la formación de tribunales especiales.

La dimensión cultural en los procesos de integración regional en Iberoamérica

En los diversos espacios culturales iberoamericanos -el CAN, el CARICOM, el MCCA y el MERCOSUR- la cultura ha tenido diversos grados de consideración y formas de aplicación. En general, no ha merecido estudios teóricos ni tratamientos relevantes y ha sido marginada, en cambio, de la consideración prioritaria de las agendas de la región.Por otra parte, las políticas culturales emergentes se han reducido a defender y reproducir las identidades nacionales y los respectivos patrimonios históricos. (C.M.)

El Grupo de Río y las bases de una política de integración

Al margen de ciertos proyectos consensuados en materia educativa por la Comunidad Andina, corresponde señalar aquí una interesante iniciativa de integración cultural presentada en el marco regional. En efecto, los países miembros del Mecanismo de Consulta y Concertación Política (Grupo de Río o Grupo de los Ocho) firmaron en el marco de la ALADI un Acuerdo de Alcance Parcial de Cooperación e Intercambio de Bienes en las Áreas Cultural, Educacional y Científica, suscripto en Montevideo el 27 de octubre de 1988. Dicho Acuerdo, sin lugar a dudas, ha sido el logro mayor en materia de integración cultural en Iberoamérica, porque tiende a la libre circulación de los bienes culturales, educativos y científicos, con miras a “propender a la formación de un mercado común de bienes y servicios culturales”.

El instrumento detalla con minuciosidad los bienes culturales comprendidos en el Acuerdo, pero en el orden práctico las administraciones aduaneras lo han tornado inoperante. En resumen: sólo sirve para exhibirlo como ejemplo. El triste destino de nuestra América.

El Mercosur y una política cultural errática

La orientación puramente economicista que surge del Tratado de Asunción (26-03-1991) resulta insuficiente para asegurar la concreción de ideales integracionistas. En ese instrumento hay graves falencias. No se hace en el mismo ninguna referencia a la cultura inmaterial ni tampoco fue mencionada en la ceremonia de inauguración en los discursos de los cuatro Presidentes. Se crearon posteriormente 11 Subgrupos de Trabajo, pero ninguno fue propuesto para tratar los problemas de la cultura y la educación. (G.R.)

En julio de 1991 tuvo lugar en Asunción una Reunión Preparatoria con relación al tratamiento de la Dimensión Cultural y Educativa del Mercosur. El Grupo Mercado Común (GMC) creó en la reunión de Brasilia (del 30-09 al 2-10 / 1992) la Reunión Especializada de Cultura. Sin embargo, el escaso interés demostrado hizo que la primera Reunión Especializada en Cultura recién se realizara entre los días 14 y 15 de marzo del año 1995. En dicha oportunidad se formaron siete Comisiones Técnicas para atender las diferentes problemáticas en el campo cultural. La segunda Reunión, que se realizó en Asunción el 2-08 / 95 transformó la Reunión Especializada en Reunión de Ministros de Cultura.

Fue así que la primera Reunión de Ministros de Cultura tuvo lugar en Canela (Brasil), entre el 2 y el 4 de febrero de 1996. Allí se propuso realizar una reunión de los legisladores de las comisiones de cultura de los respectivos Parlamentos de los cuatro países. Como consecuencia de ello, llegó a constituirse el Parlamento Cultural del Mercosur (PARCUM).
La segunda Reunión de Ministros de Cultura, que sesionó en Punta del Este entre el 9 y el 11 de diciembre de 1996 comenzó a debatir el Protocolo de Integración Cultural del Mercosur, que resultó luego aprobado en la reunión de Fortaleza (17-12 / 1996).
La reunión de Fortaleza coincidió con la del Consejo del Mercado Común (CMC), que aprobó el logotipo del Mercosur, la creación del sello Mercosur Cultural y el Protocolo de Integración Cultural del Mercosur.

Una reparación histórica: el Protocolo de Integración Cultural

El Protocolo de Integración Cultural introduce la dimensión cultural en el proceso de integración, al considerar la cultura como un elemento decisivo de la integración. (PC)
Aboga por el respeto a las diversidades identitarias y reconoce que el intercambio cultural es generador de nuevos fenómenos y realidades que favorecen el enriquecimiento mutuo. Los Estados propician la creación de espacios culturales, el intercambio de artistas, investigadores y escritores, la producción de cine, video, radio, televisión y multimedia, bajo regímenes de coproducción y codistribución de todas las manifestaciones culturales.
El Protocolo contempla la formación de recursos humanos, la investigación de temas históricos y culturales comunes, así como la cooperación entre bibliotecas, museos y archivos históricos. También establece la protección de los derechos autorales y define que las controversias deberán resolverse a través de negociaciones diplomáticas directas.
Es importante señalar que este Protocolo supera una etapa de omisión de la cultura en los procesos de integración cultural y garantiza procesos de integración más profunda que la establecida por los sectores comerciales y financieros. (A,G.O.)


Entre otras Resoluciones del Mercosur Cultural podemos señalar:
la enseñanaza de los idiomas portugués y español, la circulación de artistas y escritores, los premios y coediciones y la difusión del conocimiento de la circulación de los valores y tradiciones culturales, el calendario de eventos culturales, la realización de cursos, seminarios y programas de capacitación, el sello Mercosur Cultural para la libre circulación de bienes culturales, etc. Se ha propuesto declarar al guaraní como lengua histórica del Mercosur, pero es de lamentar, entre otras cosas importantes, que no se haya avanzado en materia de las industrias culturales..

La creatividad cultural latinoamericana. De la imitación a la creación

En otros libros hemos desarrollado la teoría de la asimetría existente entre los niveles de desarrollo cultural latinoamericano con relación al desarrollo político y económico. (GR). En efecto, en materia de arte y pensamiento avanzamos a buen ritmo de aceleración en la forja de una definida identidad, mientras que en el orden político y jurídico institucional hemos progresado muy lentamente. En este último campo, “continuamos reproduciendo formas y modelos que no responden a nuestra idiosincrasia ni a nuestras necesidades”. (SC2).

Teorías sobre la originalidad latinoamericana
En 1823, antes que se consolidara la independencia política, Andrés Bello propuso la independencia espiritual de nuestra América. Y un siglo después de lograda la independencia política, Pedro Henríquez Ureña reiteraba en 1937 que “la América española aspira a la independencia espiritual”. (PHU)
¿Podemos hoy, en los umbrales del siglo XXI, afirmar que la hemos alcanzado?
Este es un tema muy controvertido y, para resumirlo, detecto la simplicidad maniquea de dos tesis contrapuestas:
1) La teoría del coloniaje cultural permanente o de la cultura derivativa. Algunos críticos de nuestra cultura afirman que Iberoamérica fue siempre -desde la colonización- dependiente cultural y que en la actualidad continúa siendo colonizada por los principales centros de poder. Entre las corrientes doctrinarias exógenas que adscribieron a esta propuesta se encuentran algunas tan diferentes como la españolista o hispanista (“Somos España trasladada a América”, dirá Ernesto Palacio), la europeista (“América es un eco del Viejo Mundo”, de conformidad con el juicio de Hegel) o afrancesada (“No tenemos alma propia, sino una vibración enérgica y constante del alma francesa”, según el decir de César Zumeta).
2) Teoría de la originalidad cultural americana. En una posición totalmente opuesta, otros estudiosos, generalmente de orientación nacionalista y/o americanista, consideran que Iberoamérica fue original ab initio en el ámbito cultural y que continúa siéndolo en la actualidad.

Entre las corrientes que han pregonado el autoctonismo americano se encuentran históricamente las del indigenismo (Manuel González Prada, Antenor Orrego, José María Arguedas), el telurismo (José Uriel García, Víctor Frankl, Natalicio González) y el nacionalismo (Julio Ycaza Tijerino, Joaquín Edwards Bello).

Hacia una versión más realista de nuestra cultura
Considero que ambas posiciones antitéticas no tienen bases firmes para sustentarse. En efecto, no puede afirmarse -sin caer en tremendos errores históricos- que los iberoamericanos copiamos desde siempre ni tampoco que fuimos auténticamente originales desde los comienzos de la etapa colonizadora hasta hoy. No se puede apelar a eufemismos: ambas tesis son falsas.

Sobre bases empíricas puede decirse, en cambio, que los latinoamericanos hemos atravesado un continuum histórico-cultural, que refleja las transformaciones de una sociedad inquieta y sensible a las transformaciones socioculturales, que partiendo de la copia ( a veces a mansalva) de lo ajeno, pudo llegar progresivamente -entre errores, pruebas y bandazos- a lo que llamo la maduración o creación cultural. Fuimos de menos a más, atravesando etapas históricas (colonial, cosmopolita, nacional de Mariátegui) cuyos correlatos fueron sendos procesos socioculturales (incorporación o imitación, asimilación y maduración) .
Va de suyo que este esquema se presta mejor a identificar el continuum de los “pueblos transplantados” (Argentina, Uruguay), en virtud de la ausencia de tradiciones vernáculas consolidadas. Al no existir una acendrada e importante tradición cultural fue casi forzoso que copiaran “a mansalva” a la cultura europea que se impuso. Pudo así decirse en el Río de la Plata: “nos pusieron un arte ajeno en el bolsillo y nos acusaron de ladrones”.

Aunque fue distinta la situación de los “pueblos testimonio” y de los “pueblos ........ ”, caracterizados por la solidez de sus grandes culturas. Lo primero que hizo la colonización fue destruir la memoria. Vemos así que el escenario de las grandes culturas vernáculas fue diferente, pero la devastación de la memoria y el avasallamiento del patrimonio y los valores consolidados llevó a la pérdida de la autoestima del hombre americano. En la práctica, se llegó al mismo efecto. Nada de lo anterior servía: era necesario integrarse al sistema de dominación e imitar los nuevos modelos conceptuales y de comportamiento.

Hoy, en el terrero de la creación artística y cultural Iberoamérica marca rumbos y en muchos rubros descuella como productora y exportadora de ideas, formas y propuestas estéticas (I-M-R).

Hacia la integración regional: la ampliación de la conciencia de pertenencia

Algunos autores se preguntan: ¿debemos defender las identidades o subirnos de prisa a la nave espacial de la globalización? Creemos que se trata de una falsa disyuntiva. Defender a capa y espada nuestras identidades lesionadas no significa oponernos al progreso científico-tecnológico ni a los reales o eventuales beneficios que puedan obtenerse de la mundialización.
Pensamos que las culturas abiertas y flexibles deben combatir dos tentaciones antitéticas: el nacionalismo xenófobo y fundamentalista y el cosmopolitismo descastado. En otros textos hemos desarrollado nuestra tesis de promover un universalismo contextualizado (GR)
La autoconciencia de pertenecer a un bloque regional (definido mucho más por características identitarias afines que por la vecindad geográfica) se da normalmente en nuestra América y es expresión superadora de los antagonismos tradicionales.

En el seno de nuestra América, Nikolas Spykman percibió con nitidez hace mucho tiempo la existencia de dos bloques diferenciados por aspectos identitarios y económicos (NS-MF). Los llamó hispanoamericanismo y panamericanismo.

En esa línea de pensamiento, resulta lógico pensar que los pueblos que ocupan el espacio ampliado del MERCOSUR -apoyados en sus basamentos culturales comunes- tienen posibilidades de articular proyectos que vayan más lejos que una unión aduanera o inclusive de un Mercado Común. Bolívar lanzó a los cuatro vientos la idea de unidad continental para todos los pueblos del sur americano. Hoy continúa viva como asignatura pendiente y expresa un imperativo categórico: concretar la utopía de una Comunidad Iberoamericana de Naciones. En cambio, los países que no poseen bases identitarias afines (como los que conforman el NAFTA o los de un eventual ALCA) jamás podrán ir más allá de la constitución de una zona de libre comercio.

Hemos dicho que en gran parte de Europa no existe una necesaria correlación entre cultura y nación. Allí, diversos grupos heterogéneos se dan cita en el escenario de cada uno de los Estados nacionales en el marco de una integración jurídico-política. No existe una verdadera conciencia de patria o identificación) europea. Esto explica -entre otras razones- la persistencia de conflictos interétnicos, religiosos e inclusive lingüísticos en el “viejo mundo”..
Recordemos que los hombres que construyeron la unidad europea gustaban repetir que el Mercado Común (la actual Comunidad) significaba una revancha de la geografía sobre la historia. Pensaban que un espacio ampliado desterraría las tradiciones históricas separatistas. Y sin embargo...

En el Mercosur, en cambio, hay un sustrato cultural común que brinda marco a las policromas diversidades. Insistimos en prestar atención a esa región de la Cuenca del Plata que tiene similitudes enormemente superiores a las diferencias. Pongamos un ejemplo. Existe una (sub)región cultural fronteriza que agrupa dentro del Mercosur a las seis provincias del NEA/Litoral Argentino, los Estados del Sur del Brasil, además de Uruguay y Paraguay. Esta (sub)región geográfica y cultural siempre fue escenario de intercambios, vivencias e interconexiones múltiples. Resulta asombrosa, por ejemplo, la similitud entre el biotipo social del gaucho argentino con el gaúcho del sur del Brasil. Religiosidad popular, voces, costumbres, usos, cantos, gastronomía, vestimenta, etc., así lo delatan.

En casi toda la vasta región geográfica que congrega a decenas de millones de habitantes de nuestros países limítrofes, perdura un ethos cultural compartido, que fue reacio a aceptar el modelo impuesto de la modernidad por ser incompatible con su (común) estilo de vida.
Entusiastas como somos de los programas pluralistas de la UNESCO, debemos confesar que sus recomendaciones elaboradas para Europa no tienen aquí el mismo significado ni pareja intensidad. Hemos dicho que no existen aquí peligros de fundamentalismos ni secesionismos. Tampoco existen posibilidades de “integrar” nuestras diferentes pautas culturales en un patrón único.

Debemos alertar sobre la búsqueda obsesiva de patrones importados. Se trata de una equivocación. Ciertos cientistas sociales de nuestros países, por ejemplo, copian burdamente modelos, paradigmas y metodologías sin referentes en nuestra realidad. No debemos continuar la antigua tradición “derivativa”, que incorpora conceptos, métodos y prácticas apelando al criterio de autoridad, porque lo que resulta válido para una realidad no puede extenderse “erga omnes”.

Valga un ejemplo. En la línea teórica de Karl Deutsch y Ernst Haas, los europeos afirman que los procesos integrativos significan una disminución del horizonte de las lealtades nacionales. Nuestros especialistas lo repitan a raja tabla. Pero nuestra realidad es diferente y nosotros no aplicamos en el Mercosur -al menos hasta ahora- el principio de la supranacionalidad en el orden político-jurídico. En cambio, el análisis de nuestro contexto cultural nos permite afirmar que en América del Sur todo proceso integrativo supone una ampliación de la conciencia de pertenencia, un ensanchamiento del horizonte de las lealtades locales y nacionales.

Corresponde ahora formular algunas preguntas “contextualizadas”: ¿por qué la integración tiene un sentido diferente entre nuestros pueblos? ¿Cuál es la razón de hablar de una ampliación de la conciencia de pertenencia? ¿Por qué motivos la integración regional en el Mercosur es algo más que un mero espacio geográfico regional o la dimensión económico-comercial de un proyecto integrador?

Aventuremos alguna explicación. Sucede que en nuestro espacio mercosureño la antigua “frontera-muro” ha pasado a convertirse en “frontera-puente” en virtud de “un ámbito totalizador que sobrepasa la legalidad jurídica en una plenitud de vida cultural” (HC).
Además, la nueva conciencia integracionista surge en el ámbito territorial (la subrregión fronteriza) de una cultura común. Hay una estrecha relación entre cultura y espacio. En las primeras décadas de este siglo, Elliot ya había testimoniado que una ecología de la cultura organiza el sistema de las lealtades. Y es así, porque todas las personas que interactúan con relativa continuidad en un espacio regional tienden a internalizar y elaborar un conjunto de ideas, valores y creencias compartidas que progresivamente se convierten en su ideal y guía (RD).

¿Qué significa ampliar la conciencia de pertenencia? Muy sucintamente: extenderla (en la eco-región) sin detrimento de la propia identidad. La conciencia de pertenencia se relaciona así con la cultura y la integración. Tenemos presentes las lecciones de Teilhard de Chardin. Afirmaba que la unidad (la integración, para nosotros) se apuntala “con el acrecentamiento de la conciencia”. En esa misma línea de desarrollo, rescatamos la propuesta de L. Zea a nuestra gente: “No se trata de renunciar a lo que se es para poder ser otra cosa, ya que se puede acrecentar el propio ser, ser lo otro sin dejar de ser uno mismo” (LZ)
A partir del reconocimiento de la diversidad de nuestros pueblos, se trata de no negar nada de lo que nos define, sino de expandir la autoconciencia a una perspectiva de lealtades compartidas con los prójimos-próximos. El desafío consiste en continuar afirmando la propia identidad nacional (y la provincial, estadual o departamental), pero también de abrirla y desplegarla a un espacio (regional) mayor. Hablamos aquí de una propuesta de autodescubrimiento, basada en la identificación con la cultura compartida con los vecinos. Esa conciencia integradora resulta superadora de fronteras reales y virtuales, amén de constructora de una identidad regional o continental. Somos profundamente argentinos, paraguayos, brasileños o uruguayos, pero somos -nos sentimos- también mercosureños y sudamericanos.

CITAS

(1) El debate entre lo particular y lo universal tiene el mérito de demostrar que el maniqueismo está condenado al fracaso. Deben existir puentes entre ambos. Algunos filósofos argentinos -entre otros, Mario Casalla- hablan de la necesidad de instalar un “universalismo situado” para referirse a la recepción del universalismo en el plexo de los particularismos y las identidades nacionales, En efecto, principios abstractos corren peligro de no arraigar en los contextos locales y en los marcos nacionales. Es necesario establecerse o echar raíces haciendo pie en los particularismos. Nosotros preferimos llamarlo universalismo contextualizado, con anclaje en la realidad, que permita el arraigo cabal de los principios universalistas. Véase el Editorial de Esprit, L´universel au risque du culturalisme, (Nº 12, Parìs, dic. 1992): “un universel qui ne cherche pas à se contextualiser est condamné d´avance” (p.59). Véase también mi artículo: “Evolución de la idea de frontera: del orbe romano al Mercosur”, en Rubens Bayardo y Mónica Lacarrieu, La dinámica global/local, CICCUS-La Crujía, Buenos Aires, 1999.
(2) Montiel, Edgar, El humanismo americano, Fondo de Cultura Económica (Perú), Asunción del Paraguay, 2000.
(3) Morandé, Pablo, “Cultura y desarrollo. América Latina en la tensión de orientaciones de valor tradicionales y modernas”, en América Latina: tradición y modernidad, Josef Thesing (ed.), v. Hase & Koehler Verlag, Mainz, 1991.
(4) Véase conforme el valiente artículo de Francisco Weffort Cultura y democracia en Brasil, en Sosnowski y Patiño, op. cit., ps. 39-43. All´hace hincapié en nuestra cultura autoritaria y propicia cambios culturales vinculados a la revaloraciòn de la democracia. Esa cultura democrática -a su juicio- debe crearse “no solo en las instituciones del Estado sino, preferentemente, en el espacio público no estatal”.
(5) Véase cfr. Sosnowski, Saúl y Patiño. Roxana (compiladores) Una cultura para la democracia en América Latina, UNESCO, F.C.E., México, 1999. En el artículo de Bernardo Kliksberg “¿Como enfrentar los déficit sociales de América Latina?”, el autor analiza a fondo temas como el crecimiento absoluto y relativo de la pobreza, la degradación de la “calidad” de la pobreza, el carácter discriminatorio de la pobreza hacia los niños, la feminización de la pobreza, la irrupción de los “nuevos pobres”, el debilitamiento de la unidad familiar, el ascenso de la violencia, el relegamiento del tema de la inequidad.
Véase también Kliksberg, Bernardo y Tomassini, Luciano (compiladores), Capital social y cultura: claves estratégicas para el desarrollo, BID, Fundación Felipe Herrera, Universidad de Maryland y F.C.E., Buenos Aires, 2000.
(6) Véase el artículo de Arturo Uslar Pietri “Cultura y Política”, en Cultura y Sociedad en América Latina, UNESCO, París, 1981, ps. 131-146. Allí recuerda que pertenecemos a Occidente, pero a nuestra manera. “Constituimos un caso particular de la vasta geografía espiritual de la cultura occidental”. Ejemplifica con que tenemos nuestra propia lectura del Quijote, “porque tenemos una situación cultural nuestra”.
Sobre el proyecto civilizatorio, véase Adolfo Colombres.......................................
(7) El filósofo mexicano Leopoldo Zea ha manifestado en diversas oportunidades que los temas recurrentes de la cultura latinoamericana -a partir de la constitución de las nacionalidades son la identidad y la integración. Véase cfr. Zea, Leopoldo, Fuentes de la cultura latinoamericana, 3 vols., F.C.E., México, 1993.
(8) Ainsa, Fernando, “Universalidad de la identidad cultural latinoamericana”, en Identidad cultural en América Latina, número especial de Culturas, UNESCO, París, 1986, ps. 51-59. Recomendamos especialmente, del mismo autor, Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa, Gredos, Madrid, 1986.
(9) Fuentes, Carlos, Valiente mundo nuevo, F.C.E., México, 1990.
(10) Zea, Leopoldo, “Iberoamérica como unidad. Alcances y perspectivas”, en Iberoamérica hacia el Tercer Milenio, Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, México, 1993.
(11) Zea, Leopoldo, Iberoamérica como unidad, op.cit., p.3
(12) Concordamos con Alejandro Serrano Caldera, la cultura de síntesis es producida “cuando los diferentes afluentes que concurren en la historia de un pueblo convergen en un punto común y se entremezclan dando por resultado una expresión cualitativamente nueva, que no es sumatoria de sus partes, sino la integración de éstas”. (Véase su artículo: “América Latina: hipótesis y aproximaciones”, en América Latina. Historia y destino, UNAM, México, 1992, tomo II, ps. 377 y ss.
(13) Este punto de partida lo desarrolló bien Vasconcelos al hablar de “raza de razas”. Aquí “raza” expresa una actitud. Se trata de la continuación de todas las razas y todas las culturas. Se trata -así la llamará- de la “raza cósmica”. Véase cfr. Vasconcelos, José, La raza cósmica, F.C.E., México, edición 1976.
(14) Véase cfr. Merle, Marcel, Forces et enjeux dans les rélations internacionales, 2da. edición, París, p. 345.
(15) Entrevista de Fernando Ainsa a Carlos Fuentes en El Correo de la UNESCO, 1982, p. 8.
(16) Véase al respecto De Meira Penna, Osvaldo, “Geopolítica y política exterior brasileñas”, en Kelly, Philip-Child, Jack, Geopolítica del Cono Sur y la Antártida, Pleamar, Buenos Aires, 1990, p.108, donde se señala que sólo hubo dos movimientos revolucionarios que hicieron peligrar relativamente la unidad territorial en el continente.
(17) Henríquez Ureña, Pedro, “La utopía de América”, en “Plenitud de América”, Peña, Del Giudice-editores, Buenos Aires, 1952, p. 14)
(18) Henríquez Ureña, Pedro, op. cit., p. 13)
(19) Fuentes, Carlos, Valiente mundo nuevo, op. cit., p. 10)
(20) Ribeiro, Darcy, “La cultura latinoamericana”, en Leopoldo Zea (comp.),
Fuentes de la cultura latinoamericana, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, T. I, p. 102).
(21) Véase cfr. Fuentes, Carlos, en Valiente mundo nuevo, op. cit., p. 10.
(22) Reyes Abadie, Washington, Raíces históricas de la integración latinoamericana, op.cit.).
(23) Ribeiro, Darcy, pub. cit., T. I, p. 108.
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(IL) Laredo, Iris Mabel, Helman, Eugenio, Angelone, Juan Pablo, Rosa, Irma, Cignacco, Gloria, Alternativas al Modelo Mercosur de Integración: Ampliación del Mercado versus Desarrollo Humano Sustentable, Universidad Nacional de Rosario, 2.000.
(CM) Véanse sobre el particular, Moneta, Carlos, “Identidades y políticas culturales en procesos de globalización e integración cultural”, en García Canclini, Néstor y Moneta, Carlos (coordinadores), Las industrias culturales en la integración latinoamericana, EUDEBA-SELA, Buenos Aires, 2000, ps. 19-29. Véase también Recondo, Gregorio (comp.), Mercosur. La dimensión cultural de la integración, CICCUS, Buenos Aires, 1997, particularmente los artículos de G.Recondo y Enrique Saravia; y Brunner, José Joaquín, Un espejo irizado. Ensayo sobre cultura y políticas culturales, Santiago de Chile, 1988; y Ansaldi, Waldo, “Integración Cultural.Una identidad en construcción”, en Mercosur. Mucho más que un mercado, Revista de la Universidad de Buenos Aires, 1998.
(G.R.) Véase cfr. Recondo, Gregorio, Identidad, Integración y Creación Cultural en América Latina, op. cit., cap. I.
(PC) Según el artículo 19 del Protocolo, la adhesión de un Estado al Tratado de Asunción implicará ipso iure la adhesión al Protocolo de Integración Cultural.
(A, G.O.) Léase al respecto Álvarez, Gabriel Omar, “Integración regional e industrias culturales en el Mercosur: situación actual y perspectivas”; y Moneta, Carlos Juan, “Identidades y políticas culturales en procesos de globalización e integración regional”, en García Canclini, Néstor y Moneta, Carlos. Véanse también Álvarez, M. y Reyes, N.P., “La agenda de la cuestión cultural en el Mercosur”; y Saravia, Enrique, “El Mercosur Cultural: una agenda para el futuro”, en Recondo, Gregorio (comp.), Mercosur. La dimensión cultural de la integración, op. cit.
(GR)
(SC2) Sobre el defasaje existente entre los ritmos de aceleración entre el arte y el pensamiento con relación al campo político e institucional de los países iberoamericanos,
Serrano Caldera recuerda la contradicción por nosotros señalada: “proclamamos en la política y en el constitucionalismo latinoamericano los enunciados generales de la modernidad (el Estado-nación, el Estado de Derecho, la separación de poderes, la universalidad y generalidad de la ley, el principio de legalidad, la igualdad ante la ley) mientras mantenemos en lo económico y lo social, los principios y la práctica de la sociedad premoderna”.(Véase pub. cit., ps. 378 y 379)
(PHU) Henríquez Urela, Plenitud de América, op. cit, p. 60.
(DR) Véase cfr. el estudio de Darcy Ribeiro, Configuraciones histórico-culturales americanas, Calicanto, Buenos Aires, 1977, que se refiere a las características de los pueblos americanos.
(IMR) Los autores que han trabajado el tema de la originalidad y la creación en la cultura latinoamericana son José Luis de Imaz, Sobre la identidad iberoamericana, Sudamericana, Buenos Aires, 1984; Edgar Montiel, El humanismo americano, F.C.E., Lima, 2000; y Gregorio Recondo, Identidad, Integración y Creación Cultural en América Latina, UNESCO-Belgrano, Buenos Aires, 1977.
(GR)
(NS-MF) Véase el artículo de Methol Ferré, Alberto, “Una bipolaridad cultural: Mercosur-Nafta”, en Mercosur. La dimensión cultural de la integración, op. cit, ps.23-49.
(HC) Clementi, Hebe, La frontera en América, 3 tomos, Leviatán, Buenos Aires, 1986, T. I, ps. 22 y 23.
(RD) Véase cfr. Dubos, René, Un Dios interior, Salvat, Barcelona, 1986.
(LZ) Véase esta cita y su desarrollo en “Nuestra América frente al panamericanismo y al hispanismo”, en América Latina: Historia y Destino, tomo II, p. 287.
(GR) Véanse Recondo, Gregorio, Identidad, integración y creación cultural en América Latina, op. cit., cap. 12, ps. 353 y ss. En esa línea de pensamiento, Rodolfo Kush nos instaba a “americanizar” la cultura. A su entender, tanto la derecha cultural como la izquierda intelectual han sido los principales obstáculos para una verdadera americanización de la cultura. No se refería, por supuesto, a un americanismo emblemático, lírico o inclusive delirante, ni tampoco al que fluye de la expresión de un resentimiento. A su juicio, la cultura americana era fundamentalmente un modo: “el modo de sacrificarse por América”. (Kusch, Rodolfo, “Transformaciones Culturales en América Latina”, in Educación popular en América, Año I, N° I, Cochabamba, Bolivia, 1983, ps, 3-14).
Se trata de sacarse la máscara burguesa de la cultura burocrática que impide ver nuestra propia realidad sudamericana sin los parámetros de la sociedad de consumo y enfrentar el imperativo de nuestra misión creadora.
Sabemos que todo depende de nosotros, pero -como “punto de apoyo espiritual”- será esencial tener los pies bien apoyados sobre esta tierra americana.


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