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Date :  2001-10-11
langue :  Espagnol
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Cultura de la paz

Paz

Source :  Patrice Vermeren


“La noción de cultura de la paz se basa en el hecho de que una paz duradera no implica solamente la ausencia de guerra, sino que se trata de un proceso dinámico basado en principios democráticos”. De este modo, Federico Mayor expone ante la UNESCO el filosofema principal de su labor al frente de esta organización, el cual fue retomado por la ONU en su Declaración de la Asamblea General (septiembre de 1999): convencer a los hombres de pasar de una cultura de la guerra a una cultura de la paz. Se trata de una tarea histórica, puesto que no solamente presupone que la guerra no es un destino natural, y un destino trágico, para la humanidad, sino también que construir la paz es principalmente un asunto cultural.

¿Cómo se pasa de las filosofías de la guerra a las filosofías de la paz?, ¿y de estas a la reivindicación de una filosofía de la cultura de la paz? A partir de la Antigüedad y de la Edad Media, donde la guerra era la ley del universo y el horizonte del mundo, la historia de la filosofía prueba la existencia de tres posibilidades a la hora de analizar la relación entre la guerra y la paz:

1. o la paz es la verdad de la guerra, la cual no es más que la alteración de una naturaleza (un accidente de la sustancia que es la paz). Esta es la postura adoptada por Tomás de Aquino, la cual se basa en el derecho y autoriza las guerras justas, a las que identifica con el restablecimiento de la política a través de las vías naturales;

2. o la guerra es la verdad de la paz, y la violencia en estado puro gobierna a los Estados. Esta es, por ejemplo, la teoría del filósofo inglés Thomas Hobbes, quien en Leviatán equipara el estado de naturaleza con el de la guerra de todos contra todos;

3. o bien la paz es un ideal que debe ser instituido, como en el tratado Sobre la paz perpetua de Kant (1795) – publicado después de los del abad de Saint Pierre y de Jean-Jacques Rousseau –, un proyecto resituado en su filosofía crítica y formulado categóricamente como ley universal de la razón práctica.

En este sentido, ser ciudadano del mundo implicaría diferenciar la ciudadanía de la nacionalidad y de la territorialidad adoptando la noción de una doble ciudadanía: la ciudadanía de pertenencia y la ciudadanía de residencia. Mientras que en una filosofía de la guerra, las relaciones normales entre los hombres vienen marcadas por la violencia, en una filosofía de la paz, la guerra solamente se toleraría como medio para conseguir la paz. Pero se trata de ir más lejos: no solamente de regular y limitar la guerra, sino de eliminar la posibilidad de recurrir en ella. Ejercer el derecho de la paz como un derecho a la paz. Así pues, la idea de una paz perpetua pasa por la de su institución. Esto presupone una voluntad compartida de establecer de manera duradera la paz a través del derecho. Para Kant, esta voluntad no es una voluntad de medio, sino de fin y, en última instancia, es la moral la que constituye el fundamento del rechazo a la guerra. Por lo tanto, la paz no es un objetivo circunstancial, sino un ideal de la conciencia (devoir-être). Se trata de una idea que dirige el establecimiento de un nuevo estado del mundo, donde la paz será perpetua, es decir, universal. ¿Cómo introducir esta idea moral en la política? Mediante una Sociedad de Naciones, a través de la instauración de un derecho público de las naciones.

La paz solamente puede concebirse a escala mundial; y, por si sola, puede conseguir una extensión universal del derecho y que este sea aceptado por todos los Estados. El pacto Briand-Kellogg, firmado el 27 de agosto de 1928, tiene como objetivo extender la renuncia a la guerra a todos los Estados del mundo. René Cassin escribió unos días antes en el periódico Journal de Genève que la gran importancia de este pacto residía en “introducir en la política gubernamental, a partir del campo moral, la ilegalidad de la guerra”. En este sentido, la paz es una idea de la razón, un objetivo a conseguir y al que solamente podemos acercarnos “asintóticamente”.

El acto constitutivo de la UNESCO, el cual se remonta al final de la II Guerra Mundial, declara que “Las guerras se forjan en el espíritu de los hombres y, por lo tanto, es en el espíritu de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Una de las principales causas de la II Guerra Mundial fue la explotación de la ignorancia y de los prejuicios por parte de las teorías pseudocientíficas de la desigualdad de las razas y de los hombres. Por esta razón, los científicos se han reunido regularmente con el fin de combatir esta ideología de la ciencia, y se ha adoptado el Manifiesto de Sevilla sobre la violencia el 16 de mayo de 1986, el cual rechaza las ideologías biologizantes del instinto de guerra y asigna a la violencia orígenes culturales y sociales. De ello se desprende que “la misma especie que ha inventado la guerra es también capaz de inventar la paz. La responsabilidad recae en todos y cada uno de nosotros”. Es más tarde, en el Congreso de Yamusukro (Costa de Marfil, junio de 1989), que Federico Mayor reivindicó que el ser humano, en su globalidad indivisible, fuera situado en el centro de la problemática de la paz. Si el conflicto es constitutivo de las relaciones humanas, entonces no se trata de que una cultura de la paz elimine los conflictos para llegar al consenso, sino de que permita la libre expresión del disenso en otro escenario diferente al de la violencia y la guerra.

A partir de entonces, la paz y su condición de posibilidad, la cultura de la paz, se consideran indisociables (a) de la democracia entendida como sistema político basado en la libre expresión de las opiniones, la participación activa de los ciudadanos en la vida pública, la tolerancia y el diálogo entre las personas y las culturas, y en el reconocimiento y respeto de los derechos humanos, (b) del desarrollo sostenible de rostro humano, es decir, de la reducción de las desigualdades en el desarrollo económico y social, quienes son a menudo las causas principales de los conflictos, y de la lucha contra la pobreza, la exclusión, la decadencia rural, la miseria en las zonas urbanas, las migraciones masivas, la degradación del medioambiente, así como las nuevas pandemias como el sida y el tráfico de armas, de droga y de órganos de niños. Efectos de una globalización si no “sin rostro”, como mínimo de rostro inhumano – sin los valores de solidaridad y de compartir.

Para “pasar de la razón de la fuerza a la fuerza de la razón” (F. Mayor), el mejor instrumento es sin duda la educación. Así pues, ya no se trata solo de actuar en las cuatro direcciones hasta ahora privilegiadas de la extensión de la educación, de la mejora de los programas de estudio, de los métodos pedagógicos y de la formación de docentes, sino de adjudicarles la finalidad de promover una cultura de la paz a través del desarrollo del espíritu crítico individual, la tolerancia y el respeto de la pluralidad, el diálogo de los experimentos mentales y la enseñanza de la filosofía para todos.

A pesar de que el año 2000 ha sido proclamado por la ONU “Año internacional de la cultura de la paz”, fracasó la estrategia de Federico Mayor para hacer del derecho del ser humano a la Paz un Derecho Humano pleno. Allí donde los hombres no establecen una cultura en la que pueden desarrollar la facultad para juzgar en común sus condiciones de vida en común, toda paz no es más que el resultado pasajero de una guerra con éxito. Y si la cultura es aquello que puede hacernos visible y estimable nuestra relación con el mundo real y con los demás (Stéphane Douailler), entonces cabría repensar una cultura de la paz para así pasar de una paz impuesta desde el exterior a una paz con y entre los hombres y las naciones, – entre refiriéndose al marco donde se da la posibilidad de un mundo común.


Recomendaciones bibliográficas:
Emmanuel Kant, Vers la paix perpétuelle (1795), presentación de Françoise Proust, Paris, Garnier-Flammarion, 1991.
Rada Ivekovic y Jacques Poulain (bajo la dirección de), Guérir de la guerre et juger la paix, Paris, L'Harmattan, 1998.
Anaisabel Prera Flores y Patrice Vermeren, Philosophies de la culture de la paix, prefacio de Federico Mayor, Paris, L'Harmattan, 2001.


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