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Date :  2001-10-08
langue :  Espagnol
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Feminismo Político

Feminismo

Source :  Nivedita Menon


Recientemente, se ha levantado considerable ultraje en los círculos democráticos de la India, por un ultimátum dado por un poco conocido grupo militante en Cachemira, el Lashkar-e-Jabbar. El grupo anunció que todas las mujeres musulmanas del valle de Cachemira tendrían que llevar burqa y que aquellas que no lo hicieran serían “castigadas”. A ello siguieron ataques con ácido contra las caras de las mujeres descubiertas y amenazas de disparar contra ellas, una vez cumplido el plazo anunciado. Aparte de una gran organización de mujeres, Dukhtaraan-e-Millat, que ha apoyado la llamada, todos los otros grupos militantes denunciaron este ultimátum y expresaron sus dudas sobre la existencia de este grupo, sugiriendo que podría ser parte de la estrategia del Estado indio para desacreditar la militancia en Cachemira. Sin embargo, la amenaza es real y muchas mujeres han tomado el burqa que nunca antes habían vestido.

Para aquellas luchando por proteger los derechos democrático en India, éste es otro de tantos intentos en los últimos años para controlar la vestimenta de las mujeres y su conducta en nombre de la pureza cultural. Organizaciones de Derecho Hindú, como la Bajrang Dal y la Akhil Baratilla Vidyarthi Parishad (ambas con estrechos vínculos con el partido Bharatiya Janta, que lidera la alianza ahora en el Gobierno), han intentado aplicar códigos de vestimenta para las mujeres en universidades, argumentando que el acoso sexual disminuiría si las mujeres vistiesen “de modo respetable” y de acuerdo con la “tradición india”. Curiosamente, la Lashkar-e-Jabbar de Cachemira también “llamó” a las “hermanas Hindú y Sikh” a llevar un hindi (un punto en la frente), para evitar los ataques. Queda claro que, cuando se refiere a las marcas culturales en las mujeres, el ala derecha se une atravesando líneas ideológicas.

Es, por ahora, un fenómeno bien reflejado por becarias feministas y políticas que las comunidades depositan su honor en las mujeres y que la política cultural comienza marcando y después atrayendo a la mujer “dentro” de la comunidad. En particular, cuando una comunidad minoritaria siente amenazada su identidad o existencia, su orgullosa aserción de la identidad será siempre marcada en el cuerpo de “sus” mujeres, en primer lugar. Y hemos visto cómo las complejas dinámicas de la identidad minoritaria en una sociedad multicultural, con una sustancial comunidad mayoritaria, dificultan la consecución de una respuesta “feminista” directa en tales casos, por miedo a alimentar simplemente el racismo/Hindú, estereotipando a las minorías como reaccionarias y atrasadas.

Pero esto es algo que las feministas han escrito y sobre lo que han hablado desde hace ya mucho tiempo. Lo que me interesa aquí es otro aspecto de la política cultural. Permítanme tomar una declaración de una joven musulmana en Cachemira que adoptó el velo ante las amenazas. Nunca había llevado un burqa antes y contaba a su entrevistador que era terriblemente infeliz y que se sentía reprimida y coartada. “Solía ir al salón de belleza regularmente”, decía ella quejumbrosa, “pero ahora ya no tengo que preocuparme por mi rostro”. Esta frase también es destacada como propaganda atrevida a través del artículo, de manera que es lo primero que te golpea, la historia de una joven que declara tristemente que no tiene que preocuparse más por su cara, porque ha sido encarcelada dentro de un burqa. Sin embargo, en otro momento de la entrevista, ésta concede que se sentía más segura en público, porque los hombres eran más respetuosos. “Puede ser liberador”, decía, “puedes ir a donde quieras”.

Así que, ahí está la cuestión. El burqa ofrece refugio frente al acoso sexual y algunas de las restricciones que afrontan las jóvenes, y el salón de belleza, reino de expresión personal, emancipación frente al velo forzado. ¡Doloroso dilema para una feminista! ¿El mantenimiento del orden cultural es menos eficaz cuando es el consenso social el que lo impone, más que las armas? ¿Cuándo las brasileñas mueren sobre la mesa de billar durante una operación de cirugía estética, cuando las adolescentes americanas pasan hambre voluntariamente, a riesgo de perder su vida, para estar divinamente delgadas, son ellas víctimas del orden cultural, o es ésta la expresión de su “libre elección”? Si esta joven de Cachemira pudiera continuar frecuentando salones de belleza, ¿sería más libre para “expresarse”?

Hay alguna cosa particular en este momento de la historia, sobre todo en una democracia postcolonial como la India (“postcolonial” refiriéndose aquí no sólo a “después del colonialismo”, sino también al discurso “oposicionista” que el colonialismo suscita, naciendo así el postcolonialismo en el momento del primer contacto con el colono). De cara a la retórica moralista de derecha, repetida de manera implacable a lo largo de los años 1990, que hace de las mujeres que defienden sus cuerpos las depositarias de la pureza cultural, la élite mundializada ha aportado una respuesta crítica, celebrando la “elección”, la “libertad individual” y el “derecho de las mujeres a disponer de sus cuerpos”. Así, cuando la derecha atacó los concursos de belleza y la celebración de San Valentín como “occidentales” y “moralmente depravados”, las élites indias reafirmaron su orgullo en nuestra “modernidad”, en la seguridad que demuestran “nuestras mujeres” en la escena internacional (varias indias habiendo sido elegidas Miss Universo y Miss Mundo en estos últimos años).

En este debate, la izquierda parece haber caído en la trampa que consiste en confundir ”anti-mundialista/anti-imperialista” y “nacionalista”, adoptando en esta ocasión posiciones parecidas a las de la derecha. Dos Estados indios han prohibido recientemente los concursos de belleza: el de l’Uttar Pradesh, gobernado por el BJP, y el gobierno comunista de Bengala occidental. Prohibir estos concursos no es una solución, si aquello que se critica es la “cosificación” del cuerpo de la mujer, y si lo que se quiere subrayar es la importancia de la problemática de la “elección” dentro de una sociedad capitalista y sexista.

En este contexto, el desafío para una feminista política es definir un nuevo espacio para una política radical de la cultura. Una política que se diferencie tanto de las expresiones del nacionalismo cultural, de derecha como de izquierda, como de las respuestas libertarias de las élites consumistas que glorifican “la mundialización”. Se trata de reconciliar una (tradición) crítica de la “cosificación” susceptible de tomar en cuenta los dos aspectos del mantenimiento del orden cultural: por un lado, la política de coerción conservadora; por otro lado, la hegemonía del “mundo occidental libre”.

Traducido por Sara Nso


Pays : 
- Inde   

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